Me han preguntado que cuál es mi opinión sobre el actual gobierno de Macondo. Respondí a bote pronto: en menos de tres años, en el actual gobierno de coalición, hemos visto poca administración (y algunos desbaratos como en el educativo), y de la política, solo se ha dilapidado su caudal en tan corto tiempo. Hoy, en todos los estratos de la sociedad quintanarroense se ha decretado el requiescat in pace de un gobierno estatal que se ha movido entre la continuidad administrativa, y se huele cierta complacencia con algunos personajes negros del pasado borgista a los cuales nunca han tocado (¿quién ha tocado al gordito bonachón de Chetumal?); se trata, sin duda, de un discurso en apariencia nuevo en sus ideas, pero que, en la profundidad de sus creencias, ha seguido entrampado en la cultura de la simulación perfecta, del autoritarismo malsano, y no logra dar una con el terrible problema que representa la violencia en el estado: la violencia ha puesto en jaque a lo que mueve a buena parte de la Península, el turismo. En 2016, la alternancia, vista desde este tiempo anubarrado pero esperanzador en este trópico candente, significó un simple gatopardismo: cámbiese para que todo siga igual.

No creo que el tal Filiberto Martínez, que al parecer será el coordinador general de los oficiosos en esta campaña, sea un mago o un general de infantería cuando el barco se va a pique. En efecto, la rasurada de personajes oficiales por parte del voto ciudadano comenzó en 2018: ¿quién votaría por Torres Llanes cuando vemos evidente corrupción que dejó atrás en su mediocre gobierno municipal chetumaleño?, ¿donde están los otros personajes que llevaron al poder al actual gobernador?, ¿dónde está la vibrante figura fresca de un Chino Zelaya que nunca tuvo la capacidad de ser autónomo?, ¿alguien cree que un ciudadano moderno seguirá votando por un personaje gris salido del más antimoderno cacicazgo quintanarroense, como el que representa el cacicazgo de los jeques de la selva maya?, ¿es ético festinar simpatías por un partido de mi capricho personal? El viejo y conocido refrán del viejo régimen (que en Quintana Roo nunca ha dejado de ser viejo), reconocía claramente cuando los candidatos no daban una: la caballada está flaca.

Huelo que este 2019, año axial en Quintana Roo, la única opción -puede que me equivoque-, es pactar la salida digna del poder. La era de las familias reinantes de Quintana Roo está llegando a su fin (esperemos que esto igual repercuta en feudos de familias ignaras, como las tres familias que desgobiernan en la zona maya y su desbarato administrativo actual).

Si los pronósticos y los indicios no son errados (y no tendrían por qué serlo, el efecto AMLO está más fuerte que nunca en su bastión quintanarroense), en 2019 comenzaría una de las más largas transiciones de mando que nunca ha habido en Quintana Roo. La gobernanza sería compartida.

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