En un próximo libro mío sobre la historia de algunos pueblos mayas peninsulares cercanos a la “frontera” entre Yucatán y Quintana Roo (Ichmul, X-Querol, Sacalaca, Sabán, Uaymax y Tihosuco), y que fueron repoblados a partir de sucesivas migraciones de mayas yucatecos desde 1915, 1930 y 1940, abordo una serie de conflictos de límites que se dieron en algunos ejidos de Yucatán con los nuevos pueblos quintanarroenses, que se traslaparon al formarse y constituirse los nuevos ejidos del Territorio y del posterior Estado de Quintana Roo. La frontera entre estos dos estados, siempre ha sido una frontera movible, de cara a un “oriente indómito” que a lo largo del siglo XX fue perdiendo su hostilidad selvática mientras el Estado en la zona se afianzaba, vía la infraestructura necesaria, en puntos cercanos a la costa (y más a partir del turismo después de 1970), a la región de Carrillo Puerto, Chetumal y su hinterland del Hondo, al mismo tiempo que dejaba a los caciques mestizos de un antiguo campamento chiclero y del pueblo creado por José María Barrera, la gobernabilidad de un territorio frágil, agrícola, terriblemente asimétrico, y que hasta bien entrado el siglo XX, tenía y sigue teniendo una fuerte presencia del elemento indígena. Era la Zona Maya, marginal en lo económico, lo político (nunca ha habido un gobernador salido de esta zona), lo educativo (la infraestructura difícil para dar cobertura necesaria a pueblos enquistados en plena selva), y que en cuanto a su raigambre indígena, ha servido para la recreación de la “Xcaret-ización” política de un estado que nunca ha dejado de ser indigenista y clientelar en su relación con el pueblo maya del estado.
Esto viene a colación porque, recientemente, se ha suscitado una serie de declaraciones –políticas, unas; jurídicas, algunas; con mirada histórica, pocas- entre distintas voces de Quintana Roo y Yucatán, a propósito de las divisiones fronterizas entre ambos estados, que tiene que ver con una larga serie de densa y farragosa literatura sobre el “conflicto limítrofe” entre los tres estados de la Península. En Quintana Roo, equidistante con esos impulsos de trasnochados nativistas de los últimos días, se presenta una escuela historiográfica, geográfica, de especialistas y peritos historiográficos de la frontera, en pos de defender, con el dato supuestamente científico, los sacrosantos límites territoriales de un estado creado bajo los impulsos de control geopolítico y económico de los científicos que medraron en la larga dictadura porfiriana. Tanto la historiografía “lírica”, como los sapientísimos doctores en geografía e historia, han acudido al llamado del Curvato nativista para aquilatar la erudición y así defender los “cimientos eternos” de la mojonera del Put, o correrlo un poco más hacia occidente para así ganar el espacio vital de una “identidad” quintanarroense que no cuaja y descreo que cuaje algún día, mientras hacemos ferias del queso bola y pugnamos por nuestra universal heterogeneidad.
Las fronteras son movibles, y más en ese “oriente indómito” de la Península. ¿Quién de nosotros sabe, bien a bien, que, en un famoso mapa de 1884, el de Antonio García Cubas, el primer geógrafo mexicano, aún existía la vieja cartografía de los antiguos partidos políticos yucatecos anteriores a la terrible guerra de 1847, esa guerra que marcó el fin del control efectivo de Yucatán de la costa oriental? En la visión mapóloga de García Cubas, y como un antecedente necesario para el conocimiento geográfico de una zona que diecisiete años después sería conquistada por las tropas porfirianas, más de la mitad de lo que hoy es Quintana Roo formaba parte del extenso Partido Político de Peto (apunto esto para todos los nativistas, apunto esto, en el entendido de que todas las fronteras intra-estatales son ficticias). Recordemos que, en las divisiones jurisdiccionales del siglo XIX, había distritos, partidos y municipios, así como estado o departamentos. ¿Cuál eran los límites de la jurisdicción política del Partido de Peto? Debido a que la guerra prolongada contra Santa Cruz llevó a un “cincelamiento” de las fronteras interiores en la Península posterior a 1854, no obstante, para 1884 el Atlas Mexicano de García Cubas, para la sección del estado de Yucatán todavía consideraba, dentro de los límites de este inmenso Partido, a buena parte de sus pueblos que quedaron abandonados, u ocupados, por las huestes santacruceñas: Ichmul, Tepich, Tituc, Chunhuhub y hasta la lejana Bacalar, tomada por los santacruceños desde 1858, venía a formar parte de este ahistórico mapa. Vuelvo a repetir, para todos los nativistas y sus especialistas de las fronteras, que las fronteras que cortan la Península son una ficción jurídica que no resiste el dato histórico de que la Península, aún el Caribe mexicano y su secuela antillana, es una.
Pero a este sentido común, ahora, los estudiosos de las fronteras tal parece que le siguen el juego a los políticos del patio, cuando dan razones para la integración de las fronteras estatales, olvidándose de que, al menos en la Península, existe un sentimiento de peninsularidad en un gran manchón poblacional de ella donde el pueblo maya o la cultura yucateca (desde el hablar aporreado y pringados de mayismos y uayeísmos, la gastronomía a base de cerdo y habanero, los mitos y consejas que se aprenden desde los años de teta, los intereses de Mérida como nodo urbano y sus viajes a ella) solidifica la identidad trans-estatal yucateca. En lo que cabe, la Península, siguiendo el viejo adagio que me dijo un yucatecólogo, es una. La península es una, y Quintana Roo es un estado “multi” y pluricultural formado por migrantes, hasta el punto de que el actual gobernador es yucateco. Contra ese dato histórico de la trashumancia, de las tantas historias de migración, no existe sentido alguno para encasquetarnos en las defensas chauvinistas de las fronteras estatales: no hay fronteras que valgan para “los bárbaros” modernos.
Sin embargo, vale la pena observar que, frente a toda la madeja teórica y disquisición jurídica sobre las fronteras interiores de la Península, se encuentra un segmento poblacional peninsular que cruza todos los días las fronteras que se le presentan. Apelemos a la historia para comprobar esta aserción, es decir, a la microhistoria de dos pueblos o de una microrregión que cruza la frontera entre Yucatán y Quintana Roo, y que comienza en Ichmul y termina en Sabán, pasando por Sacalaca y X-Querol. Casi a todos los hombres y mujeres de esta región los distingue su parentesco cultural, forman parte del pueblo maya, y son descendientes de los que cruzaron la frontera a lo largo del siglo XX para repoblar los antiguos pueblos perdidos de la Guerra de Castas. Las regiones cercanas a la frontera (los pueblos de Petulillo e Ichmul, en Yucatán, y Tabasco, Sacalaca y X-Querol, en Quintana Roo ), hasta bien entrado la década de 1960, no estaban bien a bien visibilizados en la cartografía nacional: Ichmul aparece en 1960 como parte del Territorio de Quintana Roo, o bien, Sacalaca se presenta en el estado de Yucatán.
Del mismo modo, en el registro agrario de pueblos como Petulillo, Sacalaca, Tabasco e Ichmul (el cuadrángulo de pueblos fronterizos de esta parte central de la Península), existe un sinfín de problemas en torno a las dotaciones de tierra y los traslapes de ejidos otorgados por la mano presidencial desde un lejano centro de México. Los casos más citados, son los de los pueblos de Ichmul y X-Querol (este último, el antiguo Celul de tiempos coloniales), generados a partir de que el Territorio de Quintana Roo se constituye en estado: una parte de los de Ichmul, por razones de que su jurisdicción agraria se encontraba en la lejana Chetumal, decidieron pertenecer a la jurisdicción de Yucatán, toda vez que el lugar más cercano para hacer sus dirigencias político-administrativas, era Chikindzonot, o bien, Peto. Vale la pena citar una carta que los labriegos de Ichmul le enviaron para septiembre de 1964, al Jefe del Departamento de Asuntos Agrarios y de Colonización, Roberto Barros Sierra, en México:
“Tenemos a bien dirigirnos a usted para hacer de su Superior conocimiento que todos los habitantes de este poblado denominado Ichmul tomamos el acuerdo de la manera más espontánea de pasar a pertenecer al Estado de Yucatán, ya que para que se nos resuelvan los asuntos indispensables para la buena marcha de nuestro pueblo éramos siempre atendidos por el Presidente Municipal de Chikindzonot, Yuc., Municipio del que hoy pertenecemos y distante únicamente a 15 kilómetros de este poblado, teniendo la firme convicción de que nuestro pueblo está dentro del territorio yucateco. No sabemos por qué razón el Gobierno del Territorio de Quintana Roo venía controlando nuestro pueblo, circunstancia que nos obligaba a ir hasta Carrillo Puerto, Quintana Roo distante 140 kilómetros de esta población, para tratar cualquier asunto que se relacionara con nuestro poblado…por lo que no queriendo los habitantes de este poblado entenderse más con el Territorio de Quintana Roo, le rogamos de la manera más encarecida se sirva ordenar al C. Delegado de Asuntos Agrarios y de colonización en Yucatán sea quien en lo sucesivo nos atienda…”[1]
Pero no todos los de Ichmul decidieron formar parte de Yucatán. En años posteriores, conflictos en torno al poder ejidal harían que un grupo de “catorce disidentes” del ejido de Ichmul, así como otros campesinos de Yucatán, decidieran fomentar los parajes olvidados del viejo Celul. Se formaría X-Querol, lugar donde, dice la memoria oral de los lugareños, abundaba el venado, el kéej, y otros animales del monte de la región. El grupo “disidente” de Ichmul, constituyó, a mediados de la década de 1970, “un nuevo núcleo de población llamado X-Querol a donde se han trasladado los catorce miembros del Ejido de Ichmul y grupos de otras poblaciones”.
Los documentos en mi poder indican que la Delegación agraria de Quintana Roo, informando al gobernador yucateco Francisco Luna Kan, solicitó el reconocimiento legal del nuevo grupo poblacional, “así como del número de campesinos con derecho a salvo” para la ampliación del ejido. Los del “grupo disidente”, es decir, los nuevos X-Querolenses, solicitaron no sólo ampliación sino “la división del ejido” de Ichmul, “asignándose el número de unidades que les correspondía”. La respuesta de los de Ichmul (es decir, los proyucatecos) fue inequívocamente negativa: “Los campesinos de Ichmul no aceptaron, indicando que de acuerdo con la depuración censal hecha, el número de parcelas abandonadas debe llenarse con campesinos carentes de tierras del propio Ichmul, solicitando se concluyera el expediente relativo a las adjudicaciones que les corresponden y que por su parte el grupo disidente solicitara tierras al Gobierno de Quintana Roo”.[2]
En palabras de los “disidentes” de X-Querol, el conflicto, que no fue al principio agrario, comenzó por una mala resolución de los asuntos internos del ejido: “Nosotros no estábamos contentos con el trato que nos daban en Ichmul. Había ‘política’ en el ejido y no nos dejaban trabajar. Por eso venimos aquí, donde había abandono y destrucción, y nosotros chapeamos, arreglamos la plaza y construimos nuestras casas. Recibimos mucha ayuda del gobierno de Quintana Roo. Nos dieron luz eléctrica, construyeron el local de la escuela y el jardín de niños y mandaron a los maestros. Por eso queremos ser de Quintana roo”.[3]
La política que causa división, el control ejidal que creó pequeños cacicazgos indígenas, en Ichmul llevó a una división del pueblo y que fue igual canalizada por un futuro estado quintanarroense que necesitaba llegar a una cuota mínima poblacional para constituirse como Estado. A pesar de formar parte del mismo origen, de compartir hasta ahora el mismo cementerio y encontrarse a pocos kilómetros, una carretera de terracería señala el límite entre el estado de Yucatán y el de Quintana Roo, esa misma carretera que los lugareños cruzan cuando la fiesta del pueblo es en Ichmul, o bien, la fiesta es en X-Querol, Sacalaca o Sabán.
En la memoria de una profesora quintanarroense del medio rural indígena, se toca ese conflicto por cuestiones de tierras entre los de Ichmul y X-Querol. Dice la entrevista que le realicé a principios de 2017:
Yo estaba de profesora cuando se dio nuevamente una serie de problemas ejidales, entre Ichmul, de Yucatán, y X-Querol, de Quintana Roo. Resulta que X-Querol forma parte del ejido de Ichmul desde la dotación a este último. Después vienen los problemas ejidales como consecuencia de los problemas políticos en Ichmul. Entre 1981 y 1984 casi se deshabita X-Querol, de tener casi 70 familias, bajó a tener sólo cuatro, unos se fueron a Pimientita, a Puerto Arturo, a San Juan Oriente. Yo daba clases a fines de 1970 en X-Querol, y como a las 8 de la mañana, observo a un nutrido grupo de campesinos que llegaron a Xquerol machete en mano, se pusieron en medio del pueblo, eran como 80 personas, venían de Ichmul, y gritaban que era de ellos la comunidad, que no es de ellos, es de Yucatán, y comenzaron a ‘brechar’ sus límites, que abarcaba todo el pueblo. Pues el gobierno de Quintana Roo ya había invertido en X-Querol, tenían su escuela primaria, luz, etc. Fueron a pelear los de X-Querol pero el ejido sigue en Yucatán. Solo quedaron pocas familias. Un señor, del coraje, bombardeó su casa y dijo que no se lo iban a dejar a Ichmul.[4]
Apelamos a la historia para tratar de modificar algunas posiciones maniqueas en torno a la defensa de los ficticios límites territoriales. Al final, los que deciden debe ser la gente, los lugareños, pero lo mejor, y tal vez esto es una utopía, es apelar a la idea de que la Península es una.
[1] RAN, Mérida, expediente núm. 23/536, asunto Dotación. Poblado Ichmul, municipio Chikindzonot, foja. 12.
[2] RAN, Mérida, expediente núm. 23/536, asunto Organización. Poblado Ichmul, municipio Chikindzonot, foja. 40.
[3] Diario de Yucatán. Sábado 26 de enero de 1980. “Continúa el problema limítrofe con Quintana Roo”.
[4] Tsikbal. José María Morelos. 2017.