Hoy 12 de julio se rememora el ominoso auto de fe de Maní en que buena parte de los libros del pueblo maya fue prendido por Fray Diego de Landa, quemándose ocho siglos de memoria. Hace exactamente 10 años, el reconocido escritor uruguayo, Eduardo Galeano (1940-2015), llegó a Maní donde presenció el acto de desagravio de 42 frailes franciscanos a la cultura indígena. En su libro, Los hijos de los días, Galeano escribió sobre eso:
“Pedimos perdón al pueblo maya, por no haber entendido su cosmovisión, su religión, por negar sus divinidades; por no haber respetado su cultura, por haberle impuesto durante muchos siglos una religión que no entendían, por haber satanizado sus prácticas religiosas y por haber dicho y escrito que eran obra del Demonio y que sus ídolos eran el mismo Satanás materializado”.
En aquel abril de 2009, este que escribe acudió a presenciar tan significativa ceremonia. Esta es la crónica de ello:
Maní, Abril 7.-Llegué a Maní bordeando las cuatro de la tarde, en un pasado de clásico Mustang setentero de Echeverría, psicólogo y tendero freudiano de mi pueblo, que analiza el abigarrado mundo de su aldea detrás de un mostrador añoso de maderas bastas.
Con sus botas color hueso calavera, Echeverría hacía tronar la “preciosura” del motor de ocho cilindros de su Mustang, pisando hasta el fondo el acelerador carcomido de su antigualla de cuatro ruedas.
En el asiento posterior, Juanillo, intoxicándose él e intoxicando a nosotros con sus Royale mentolados que me supieron a zacate azufroso a la primera inhalada, humeaba los ya humeantes trechos de pedregales que crecían a la vera de la carretera. Las milpas se combustionaban en el infierno de las piedras incendiadas.
Las crónicas históricas yucatanenses cuentan que Maní, un poblacho limpio que contrasta con la suciedad callejuela de los puebleríos de la región, fue escenario, y cito al hombre por el cual me encuentro aquí, de “el acto criminal de Diego de Landa…que apenas dejó uno que otro códice”.
En efecto, en la Capilla de indios de Maní, plazuela y calles del lugar, a principios de junio de 1562, el principal franciscano de la provincia de Yucatán, fray Diego de Landa, iniciaba una de las más penosas y humillantes pesquisas inquisitoriales contra la humanidad de los indios americanos cuando, gracias a su dogmático celo evangelizador, que demonizaba simples ofrendas que los mayas ofrecían a sus “ídolos”, llevó a cabo, el 12 de julio de ese año, el execrable auto de Fe de Maní, “célebre hasta hoy por la gran destrucción de libros pintados (códices)”. Pero antes de la azotaina y la quema etnocídica de la memoria indígena, los frailes se complacieron en sacar, a como diera lugar, el escurridizo demonio de la confesión idólatra por en medio de la carne viva de los principales, caciques y maestros de los “naturales”:
“…los tormentos e malos tratamientos que [los franciscanos] les hicieron –señalaba Gaspar Cool, gobernador indio de Tzucacab- fue que les ataron los brazos por las muñecas juntas una con otra con cordeles recios, y los alzaban los pies altos del suelo estando desnudos de la cintura arriba y así los azotaban con disciplinas y echaban gotas de cera ardiendo por sus carnes y les torcían los dos dedos pulgares de los pies y los de las manos, y después con un palo torcían mucho para que la ligadura apretase y les diese mayor dolor y que era pretendiendo hacerles decir y confesar que tenían ídolos y si idolatraban, y después de bajados de allí los ponían de pie en los cepos y porque no había abundancia de agujeros los ataban las manos atrás y los tenían en colleras y así dormían y estaban”.
En este lugar de la infamia para la memoria indígena se presentó Eduardo Galeano, el escritor uruguayo que a lo largo de su lúcida y sintética narrativa universal, ha sabido darle voz a los que no tienen voz, palabra a quienes sus palabras han sido denegadas u oscurecidas por los amos del mundo, sus historiadores y sus maquillistas oficiales.
Quiso el uruguayo, antes de presentarse en la Escuela Ecológica de Maní, “U Yits Ka’an”, para leernos fragmentos dispersos de su escritura combativa, conocer los ominosos lugares donde Landa mandó torturar a un sinnúmero de indios, remontarse con su imaginación histórica en el momento exacto en que, presidiendo el criminal auto, Landa iniciaba la solemne y homicida procesión seguido por los penitenciados, que iban vestidos, para la funesta ocasión, “con corozas [cucuruchos] en las cabezas y desnudos de la cintura arriba, con sogas a las gargantas y con ídolos en las manos y con sambenitos, los más de ellos hechos de manta de algodón teñidos de amarillo, con cruces de colorado”.
Al llegar a la escuela alrededor de las seis y media de la tarde, Galeano, junto con su esposa Elena y sus lectores escuchas, fue testigo y partícipe de la ceremonia del Balché ofrecida por el j´men Antonio Mukul, para invocar a los cuatro kines (vientos) pidiendo por el perdón de las personas.
Recordando las órdenes estrictas que el oidor de la audiencia de Guatemala Tomás López Medel hiciera al visitar Yucatán en 1552, el padre de la iglesia de los pobres, Atilano Ceballos, director de la Escuela Ecológica, en su conmovedora alocución, nos recordó que López Medel fue el que prohibió que ceremonias como el que don Antonio realizaba para honrar la presencia de Galeano en tierras peninsulares, más las de petición de lluvia conocida como el Chac Chaak, el waajil kool, entre otras ceremonias agrícolas, se realizaran bajo ninguna circunstancia por los caciques indios y principales, ya que, para López Medel, eurocéntrico católico cuya única civilización era la que comulgaba con la cruz destructora de culturas y de pueblos, era cosa del demonio.
Bebiendo en jícara el sagrado balché, Galeano, con ese sólo gesto, ratificó a priori lo que posteriormente asentaría con sus palabras: que América Latina es, claramente, “el centro de las diversidades”.
La lectura de Galeano, con una voz sosegada y apacible cortando la sinfonía crepuscular de las aves en las frondas, evocaba, irónica, la historia fractal de que Colón no pudo descubrir América por no tener pasaporte, que los indios del Panamá eran “ciegos” ya que tuvo que venir Vasco Núñez de Balboa para ser el primer hombre –lógicamente barbado- en ver los dos océanos, y que Cortés y Pizarro no tendrían derecho a entrar a México y a Perú por razones sanitarias (o humanitarias). Dijo que la madre Tierra –mamadou-, cansada de tanto disparate ambiental producido por la soberbia de los poderosos, desea morir para renacer de nuevo.
Recordó nuestra múltiple diversidad cultural frente a la cultura hegemónica que se instaura en Latinoamérica a base de la macdonalización cretinesca del mundo propuesta por los dueños del dinero que, aún en crisis total, andan jodiendo al prójimo con la vara hipócrita de que qué tanto demócratas somos los unos a los otros (en referencia directa a la entronización de la izquierda en Latinoamérica). Insistiendo que todo escrito es político, recordó a Obama que el liderazgo en Latinoamérica, que pretende de nuevo para su país, “tuvo la gentileza de regalarnos tantas dictaduras”, y que mejor se dedicara a otra cosa: al ping-pon, al tenis de mesa o al ajedrez”, pero “gracias” y no, mejor y que “ya bájense de nuestras espaldas”.
A pregunta expresa de uno del público para que externara su opinión sobre el proceso del viraje a la izquierda de varios países latinoamericanos en los últimos tiempos, advirtió que las distintas izquierdas en el poder pueden ser vistas como la prueba irrefutable de que el sistema de los dueños del poder y sus sátrapas “naturales”, no ha servido más que para ahondar la injusta distribución de los peces y los panes, y que por primera vez se asistía a un movimiento genuino salido desde abajo, desde el malestar social, desde las calles donde peatona el ciudadano común y desde las movilizaciones urbanas donde la democracia se vuelve muchedumbre organizada. Contando una anécdota, señaló el dicho de un amigo de que lo único que se puede hacer desde arriba son pozos, la realidad, en los países latinoamericanos gobernados por la izquierda, demuestran lo contrario: se hacen pozos, sí, pero también escuelas, se atiende a los más necesitados, se da de comer a las mayorías, desde abajo y a la izquierda se va creando la utopía, y que Latinoamérica, sí, nuevamente será la tierra de Utopía…
Al final, este escribidor confiesa que hizo la cola necesaria para que su escritor de cabecera le autografiara su viejo ejemplar de Las Venas abiertas de América Latina. Dándole una hojeada somera, Galeano señaló que su manera de leer un libro es similar a la de este escriba: plagada de notas a los márgenes y subrayadas como la piel de una cebra, las hojas amarillentas de mi gastado ejemplar apenas y sí pueden leerse como el buen ejemplo señala. No necesito decir que los buenos ejemplos me aburren, y que soy un relapso consumado.
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1).- Archivo General de Indias, Justicia, legajo 245, Residencia de Diego Quijada, 1565, en Sergio Quezada, Los pies de la república, Los mayas peninsulares, 1550-1750, CIESAS e INI coeditores, México, 1997, pp. 107-108.
2).- Ibid. p. 108.