Por la voluntad de Luis Alegre, diputado federal por Morena, el día 18 de septiembre en que entregue al Congreso local copado por morenistas “auténticos” y de “los últimos días”, su cacaraqueada Constitución de Quintana Roo -trasvasada al maya yucateco-, se pedirá que ese día sea proclamado como el de “los pueblos originarios de Quintana Roo”.  ¿Qué hecho significativo trae aparejado, qué filón de la historia regional de los mayas guarda ese día, para que sea declarado como tal?, ¿a cuáles pueblos originarios se refiere el diputado?, ¿los conoce? Las preguntas saldrían sobrando si no hablamos del teatrito que ahora están armando en Chetumal con una constitución traducida al maya yucateco, que dudo que resuelva en algo la situación estructural de pobreza en que se encuentran actualmente la mayoría de los pueblos y comunidades mayas del estado.

La traducción al maya de la Constitución de Quintana Roo, encabezada por un diputado federal cuya competencia y funciones tiene que ver con leyes, normatividades y comisiones federales (como la del turismo, que en mala hora le dieron), y no con situaciones reducidas a ámbitos de origen; la Constitución traducida al maya del estado de Quintana Roo, forrada con reluciente piel de venado, con una portada con un dibujo de un ficticio maya inventado, desde hace algunos meses ha sido el pretexto para que Luis Alegre recorra toda la geografía local con su “Caravana maya” llevando como estandarte su Constitución con el objetivo de “acercar la justicia a los pueblos originarios con la traducción de la Constitución Política del Estado [de Quintana Roo], así como impulsar el desarrollo de las comunidades”. 

Los mayas tendrán su Constitución en maya, no importa que no coman si no hay fuentes de empleo dignos y no explotados como en las zonas turísticas donde impera la violencia, no importa que no haya cosechas y que la milpa maya sea podrida con glifosato oficial, que los exploten en los centros turísticos con la designación “maya” como producto de venta, no importa, eso es cosa de siempre, pero la Constitución que mandó a traducir el diputado, tal vez piensa que implicará su pase directo a la gubernatura y, ¿por qué no?, a la historia. ¿Y la comisión de turismo del diputado federal, nicho legislativo donde debiera buscar mecanismos de respuesta rápida contra el sargazo, la promoción turística que no se dará más (al menos, no en este sexenio), o ver la forma de cómo coadyuvar para aminorar la violencia lancinante en Cancún, Playa, Tulum? Eso pasa a segundo término, ahora lo que importa es su Constitución mayera, en un estado donde los mayas –no los mayas profesionales de la cultura- leen mejor en español que en maya. Si al menos sirviera esto para mejorar el proceso de enseñanza y aprendizaje de la lengua maya en el sistema educativo quintanarroense, pero esto no es el objetivo de la Constitución mayera, su objetivo es más vulgar: una gubernatura que se trabaja a medio sexenio, eso nadie lo aguanta, ni el electorado quintanarroense, tan flaco en ciudadanía crítica.  

Luis Alegre es hijo del cacique de la radio y de la hotelería, Gastón Alegre, otro de los dueños de este estado que en 2016 quiso, pero no pudo, alegrarse el corazón develando una estatua en su honor, allá en Tulum. Gastón Alegre es miembro pundonoroso de la oligarquía que vino y venció en el Caribe mexicano a la vera del omnímodo poder presidencialista, que desde la década de 1970 transformó, en un santiamén, a la selva virgen del otrora Territorio, en la pujante Cancún de la década de 1990, reducido hoy su brillo con la violencia imparable de la delincuencia organizada en Cancún y otros puntos de la Riviera maya. 

Luis Alegre, como su padre, no sabe una pizca de maya, habla al parecer mejor el inglés que el español, pues toda su vida vivió en el extranjero, en su burbuja de hijo de magnate; se asemeja más a un gabacho que a un mexicano típico, pero desde que tomó su curul en San Lázaro -es el presidente de la Comisión de Turismo en la Cámara baja, y no se opuso a la reducción del presupuesto para ese sector vital para Quintana Roo y votó a favor de la desaparición del Consejo de Promoción Turística, que repercute directamente a Quintana Roo-, ha devenido en el último de los instintivos indigenistas caribeños. ¡Y hay tantos de esos especímenes entre una clase política quintanarroense!, que viene desde tiempos del priato, el último teatrito indigenista fue lo del sarao del Gran Consejo Maya de 2017, cuando fue revivido el Consejo Maya de tiempos del autoritario Villanueva Madrid y sus simulacros de leyes neo-indigenistas. 

Un indigenista instintivo –sin el conocimiento de la historia del indigenismo, por supuesto- como es Luis Alegre,  ve a los mayas de Quintana Roo como los pequeños hermanos a los que él, un blanco “civilizado”, con una Constitución local mandada a traducir en tiempo récord (no sabemos quién hizo la traducción, ni sabemos si significó algo más que un traslado literal de las palabras castellanas al maya, obviando situaciones sociolingüísticas), tiene que civilizar, y por eso les acerca esa Constitución Frankensteiniana que nadie, ni un lingüista maya aburrido, lo leerá porque falta seguramente, como dicen los conocedores de la cultura maya, el “óol“, la energía, el ánimo, el “élan vital” maya en sus artículos. Si al menos hubiera tenido injerencia una escuela de intérpretes y traductores mayas de Yucatán o Quintana Roo, cosa que no sabemos en qué manos recayó esa traducción, pero eso ni al caso, una constitución de Quintana Roo en maya no resuelve gran cosa la brutal desigualdad producida por el turismo caníbal, en la otrora tierra de los mayas.

Con una ingenuidad que me sorprende en demasía, Alegre piensa que todos los mayas de Quintana Roo son monolingües: un error brutal que significa que el diputado federal no conoce más que en el barniz al pueblo maya, y menos a los herederos de la Cruz Parlante. Dice Alegre, en esas “caravanas mayas” donde muestra su Constitución forrada con piel de venado al mismo tiempo que hace campaña antes de tiempo, que “nuestros hermanos mayas conozcan sus derechos en su propia lengua…Todos tenemos los mismos derechos, nuestra Carta Magna lo establece, pero en la práctica, no es igual para todos y menos para las personas cuya lengua materna no es el español…traducir la Constitución del Estado a la lengua Maya, es un acto de justicia, que espero motive a los jóvenes y generaciones venideras a mantener vivo el legado de nuestra cultura, de nuestra identidad”.

Alegre peca de ingenuidad por partida quíntuple: ¿cree acaso que la Constitución de Quintana Roo, que está por debajo de la Constitución mexicana y hasta de convenios en la materia indígena signado por el estado federal mexicano (como el 169 de la OIT y la Declaración de Derechos de los Pueblos Indígenas de 2007), será la última palabra para los mayas de Quintana Roo? Por supuesto que no. Es por lógica pedestre decir que no.

Sin duda, lo que va a ocurrir este 18 de septiembre, la pantomima de una traducción al estilo “Google” de la Constitución quintanarroense al maya, será uno más de los ejemplos de lo que yo he hablado hasta el cansancio como “la Xcaret-ización de Mayaland”: lo maya como sinónimo de chiste, de alegría, de ocurrencias de un diputado que ha visto a los mayas como simple herramienta para una campaña por la gubernatura que se está haciendo a trancas y barrancas y desbarrancos, al más puro estilo de las cacerolas del priato. En la década de 1990, su padre hizo lo mismo y quiso buscar un capital político con el pueblo maya. Hoy, este diputado morenista, llega al absurdo de creer que los derechos indígenas, el respeto, la igualdad, la defensa del pueblo maya, será posible mediante el simple artilugio de presentarle al pueblo una Constitución local hecha, no precisamente por mayas. Es un simple ejemplo de pantomima de indigenismo instintivo, entendido como una “categoría política” que se refiere a un enfoque y una práctica de agentes de poder para finiquitar el “problema indígena”, mismo que se traduce en una política de Estado integracionista (léase, la relación neo indigenista actual del Estado de Quintana Roo y el INPI local con los mayas) y que, en palabras de uno de sus teóricos clásicos como Aguirre Beltrán, “no es una política formulada por indios para la solución de sus problemas sino la de los no indios respecto de los grupos étnicos heterogéneos que reciben la general designación de indigenistas”. Pero estas categorías, desde luego, no dilucida el diputado, aunque en los hechos no disiente. 

 

Aprendamos de Martí

Recientemente me llegó a mi correo un documento firmado por el general José Isabel Sulub, con sello del Centro Ceremonial de la Cruz Parlante. Fue firmado el 15 de septiembre. Es una carta dirigida al presidente de la República. En ella se expone la persecución a que ha sido sometido el general Sulub por un encargado federal del INPI, y secundado a nivel local. Al mismo tiempo, señala que la traducción al maya de la Constitución quintanarroense, “no fue consultada con los auténticos dignatarios mayas y tampoco participaron las comunidades indígenas, promotores culturales o expertos autorizados en traducción maya”.

Independientemente de los otros puntos –y me parece importantes citarlos siquiera de paso, toda vez que existe una especie de gatopardismo en la 4T quintanarroense, y más en la cuestión indígena-, quiero finalizar este artículo, señalando que, mientras existe por una parte un empuje oficial por hacer el teatro de que los mayas, con una constitución quintarroense escrita en maya, al fin podrán pasar a las bondades del justo derecho; los mayas mismos dicen que no. Esto me hace recordar una gran enseñanza –para el ámbito del derecho y la política- que nos dejó el poeta e intelectual cubano, José Martí. En un apartado de su ensayo, “Nuestra América”, Martí vio claro la razón de que las leyes deben salir del seno mismo de los pueblos, y que su cumplimiento depende de líderes y políticos dispuestos a ponerlas en práctica, no sólo a traducirlas y forrarlas en pieles carísimas de venado. Dice Martí:

Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El espíritu del gobierno ha de nacer del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.

 

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