En Quintana Roo, la relación entre los mayas del centro del estado con el aparato estatal ha estado signada por una especie de simulación de derechos, por una relación no igualitaria y sí tendiente al clásico clientelismo político estructurado en una discriminación “positiva” a los grupos indígenas. Esto, por un lado. Por lo otro, existen fenómenos no menos discutidos –aunque sean los más recientes- que guardan simetría entre sí, en la conformación turística del Estado en Quintana Roo: la Xcaret-ización galopante en el Caribe mexicano, es decir, la cosificación y recreación de los mayas prehispánicos vueltos a la vida con la teatralización de los mayas “galácticos”, multiculturalitas, “interculturales” y “modernos”, dentro y fuera de las zonas turísticas. 

El otro elemento es producto directo de las políticas indigenistas y neo indigenistas del clientelismo estatal quintanarroense hacia los mayas. Me refiero a una especie de discurso étnico de la pobreza del pueblo maya, de la “injusticia” histórica a no hablar la lengua y practicar una cultura que se piensa inmóvil, o de las “gestas de un ancestro” maya (es el caso de los rememoradores oficiales  del mito de Francisco May creado por el propio estado de Quintana Roo, o de que “soy descendiente de Jacinto Pat”, de “Cecilio Chi” o de Evaristo Sulub), que muchos mayas actuales –profesionales de la mayanidad, que apelan primero y antes que todo a su condición étnica- enarbolan a la hora de tomar postura en temas diversos. Yo a esto le llamo el “chantajismo étnico” de la mayanidad. O si se quiere, se puede denominar como la utilización de la identidad étnica para fines personales, aun si en el discurso se hace uso de la retórica corriente: “los mayas”, el “pueblo maya”, entes colectivos que se hacen más abstractos en la voz de estos chantajistas étnicos.

Entre la teatralización desmedida de una identidad creada por los “profesionales” de la mayanidad, y un discurso que apela no a la razón sino al sentimiento, el chantajista étnico ha vivido y vive a costa de un sistema político autoritario: lo critica para solamente sacar provecho con su chantaje “histórico”. “Yo soy el descendiente de tal y tal personaje”, “yo provengo del gran pueblo de Tihosuco, pero yo del más grande pueblo de al lado”. “Me inspiran los héroes de la Guerra de Castas, aunque sólo he sabido de oídas de ellos”.  Desde luego que, frente a los discursos demasiado vitriólicos y sentimentales de estos chantajistas étnicos de la mayanidad, de estos falsos batabes y chilames de la mayanidad, igual están personajes ladinos del espectro político regional que han decidido poner como aliados “étnicos” a estos mayas profesionales, a estos herederos “de la guerra” de las castas del Priato, de Morena o del panismo. Esto no es nada nuevo. 

En un texto de hace algunos años, Castillo Cocom, se preguntaba sobre las relaciones entre los “PRIncipes cultivados por la simple palabra”, y el “sueño maya”: ¿Cómo se apropiaban para sí los políticos regionales de Yucatán de las identidades creadas por los Dioses y por los ‘Semi-Dioses del Mayab?, ¿Cómo algunos personajes forman parte, simultáneamente, del Pueblo del Maíz y son a su vez políticos bien conectados y legitimados por el sistema social y político modernos? Cocom respondía que personajes como Gaspar Antonio Xiu o Maximino Yam Cocom, al mismo tiempo que se presentaban como mayas, utilizaron esta etnicidad para ganar poder y prestigio individual, más que ser la voz de los que decían representar, el pueblo maya. No representaban al pueblo maya, sino a la idea que tenían del pueblo maya sometido al sistema político, y a su vez, su partido, el PRI, los utilizaba para presentar las políticas del partido a la gente maya (Castillo Cocom. “El Quincunx y el Encuentro de dos Dinastías en la Noche de los tiempos: Dilemas de la Política Yucateca”, 2002, p. 264).

Si en Yucatán sucedía esto con personajes que se decían herederos directos de dos dinastías mayas prehispánicas, en Quintana Roo tenemos, a nivel estatal, el caso de la relación que el Estado regional, buscando asideros de legitimidad, tuvo desde sus inicios con la figura controvertida de Francisco May, al punto que se ha creado una mitología en torno a los años en que manejó con sumo autoritarismo su zona de influencia: May formó parte, simple y llanamente, del dominio indirecto del Estado nacional en el oriente de la Península. Recientemente, Ei Kawakami ha regresado a estudiar ese periodo, aunque podría discutirle algunos puntos que me reservo para próximo artículo. Pero no solo May, sino los otros líderes que le seguirían años después (sin hablar de sus descendientes, que han utilizado su figura hasta la náusea), como el caso del General José Isabel Sulub, que en 2 años ha pasado por partidos políticos diametralmente distintos como el panismo oficial y Morena, pueden ser ejemplos regionales de estas utilizaciones políticas de figuras emblemáticas de los mayas en el estado de Quintana Roo. En el caso cercano y restringiendo al ámbito municipal, ha habido hombres bisagra como Sebastián Estrella Pool a inicios de la construcción de este estado, o Artemio Kaamal Hernández o Pedro Mahay en la región de José María Morelos. 

Sin embargo, estos personajes que se relacionaron y movieron políticamente para la construcción de este estado, no dejaron una marejada de discursos escritos como sí lo hizo Gaspar Xiu Cachón. A Francisco May se le conoce por otros, por sus secretarios y periodistas que lo entrevistaron, no por testimonios propios. 

Los que sí están escribiendo y están tomando algunas posturas muy radicales que va en contra de los paradigmas mismos de la interculturalidad, son algunos “mayas profesionales” y seguidores de los “mayas rebeldes” imaginarios, de edades que oscilan entre los 30 y los 60 años: es una fauna que abunda en las redes peninsulares (Facebook, twitter, organizaciones, universidades regionales y gringas, talleres y foros académicos), desde grupos ultra radicales opuestos frontal y directamente a los “mega proyectos” (a tono con investigadores y científicos con piel ultra sensible), hasta algunos que han pensado que el relativismo cultural es la panacea de todo, que no puede haber mínimos civilizatorios, o que el “método científico” es una cárcel epistemológica construida por la mirada imperial y que urge, por lo tanto, derogar. Hay otros que buscan regresar a vetas alejadas del tiempo (no sé si sólo en el discurso, o en verdad creen que podríamos llegar a tiempos prehispánicos, algo que no me imagino cómo) y se presentan como héroes mitológicos creados desde una computadora y una red social. Tenemos gramáticos de la lengua maya que, cuales nuevos inquisidores, nos recuerdan que muchos somos productos de las políticas de castellanización educativa acaecidas en la Península; tenemos príncipes, princesas y doncellas mayas que ven por encima del hombro a los simples macehuales como nosotros; contamos con Aruxes, Chilames, “waayes” y hasta gringos mayas. 

A mí me parece magnífico que “lo maya” esté fuerte y presente en las redes, aunque considero que mucho de esto se queda en una simple postura culturalista que no posibilita cambio alguno en la decantación del poder regional: ¿la cultura?, desde luego, no así el cuestionamiento real y serio de la política racista y discriminadora de las élites regionales que acunan a los mayas profesionales. Lo culturalista deviene, casi siempre, en una posición maniquea, en un “racismo al revés” (o un racismo de los de abajo contra lo extraño, lo “dzul”, contra la reivindicación también válida de lo mestizo e impuro). Claro que existe un racismo al revés, o si se quiere, un culturalismo etnocéntrico fabricado desde las periferias que se van tornando cada vez más, lo céntrico con las nuevas corrientes de estudios subalternos, de coloniales (véase al santón Mignolo, a Quijano, a Rivera Cusicanqui, a Bonfil Batalla, a distintos intelectuales, poetas y escritores mayas actuales visitando los recintos del poder y saber gringo). 

Si uno analiza los discursos de ciertos intelectuales mayas de Yucatán y Quintana Roo -al fin y al cabo, estos intelectuales no están completamente relacionados con el pueblo, que también tiene, como todos los pueblos, un sedimento etnocéntrico-, existe una especie de “intra mayanidad” creada, imaginada, reduccionista y falazmente producida. Se trata de una mayanidad que discurre en términos maniqueos: lo maya y lo no maya, nosotros y los otros. Esa idea de que la cultura maya está aislada desde tiempos del contacto, de que su tradición no tiene que ver también con las distintas tradiciones que provinieron de fuera, es producto de esa postura de no relación con otros segmentos no indígenas, es una defensa a ultranza de un “núcleo duro” imaginado, de un “territorio” imaginado donde no caben más que el grupo: los mayas, o la idea que nosotros, los mayas verdaderos, tenemos de “los mayas”. Estoy convencido y defiendo los derechos del pueblo maya, pero me preocupa que el discurso de algunos “mayas profesionales” -escritores, cantantes, poetas, activistas desde las redes- se encaminen hacia la idea del no dialogo, de que al mismo tiempo que decimos que “mi cultura nunca morirá”, a un tiempo se postula una cerrazón ante otras culturas y otros caminos posibles de lo maya. 

Pero no todos los intelectuales mayas discurren en ese sentido “esencialista” y puristamente falaz. Es el caso del poeta Gregorio Manuel Vázquez Canché, alguien del que podemos decir que nunca ha estado sometido a los dictados de políticos ladinos, ni ha puesto su pluma para cerrarse al diálogo civilizatorio, al diálogo intercultural desde su cultura maya que trasciende las burdas teatralizaciones Xcaret-izadas de muchos. Dice Gregorio que si bien es cierto que la cultura maya –la de los pueblos, no la de los campus y seminarios de los turistas étnicos- de hoy conserva “profundas raíces milenarias” no obstante la difícil convivencia de más de 500 años con el mundo occidental, los mayas han reinterpretado a la cultura occidental y lo seguirán haciendo:

“También hay que decir que los mayas de hoy no son ajenos a los cambios y a la compleja problemática de los países y de la región donde habitan. Las actuales comunidades mayas, inmersas en un mundo que sufre aceleradas transformaciones en todos los órdenes, se enfrentan a nuevos retos. Con la moderna tendencia hacia la globalización, megaproyectos como el Mundo Maya, el Corredor Biológico Mesoamericano, Riviera Maya, Ruta Maya, etc., intentan reafirmar sus diferencias frente a las presiones generales para homogeneizar al planeta…Es cierto que ahora los pueblos adoptan nuevas formas de identidad colectiva y de organización, debido a que viven una problemática socioeconómica y cultural muy compleja. Sin embargo, no es la primera vez que se enfrentan a condiciones adversas. Desde la experiencia sufrida en el siglo XVI con la llegada de los europeos, los mayas, mediante la resistencia pasiva o el rechazo constante a las imposiciones del exterior, se han encargado de reinterpretar y reelaborar la tradición occidental para integrarla a la antigua cultura y se amoldan a los cambios, de manera que en pleno nuevo milenio los mayas siguen presentes, inesperadamente presentes” (Gregorio Vázquez Canché. “El aliento protector de la cultura maya”. 2018. pp. 107-108).

Con las ideas expuestas por Vázquez Canché, podríamos retomar estas críticas a los discursos maniqueos actuales, recordando las enseñanzas básicas del interculturalismo, pues al fin y al cabo, creo que es factible aún salir de las retóricas de la interculturalidad: no retórica sino un ideal que muchas sociedades desean perseguir una vez que reconocen su composición diversa (y el pueblo maya es diverso), en la escuela y fuera de ella se debe enseñar la convivencia cultural y el diálogo con los muchos otros debe predisponernos a cuestionar nuestros propios esquemas interpretativos (Cfr. Saúl Velasco Cruz. Políticas (y propuestas) de Educación Intercultural en contraste. 2010, p. 67). 

En un texto provocador, pero a la vez necesario para tratar de salir de nuestros lugares comunes en tópicos como lo que en este artículo estamos analizando, José Porfirio Miranda se preguntó lo siguiente:

“¿De dónde sacaron que todas las culturas deben durar eternamente? La cultura griega sólo duró cuatrocientos años. ¡La griega! Y por otra parte, contra los autores que declaran que todos los pueblos tienen derecho a seguir viviendo según sus propias tradiciones arguye el antropólogo Redfield muy bien: ‘Tal declaración, al parecer, autoriza a los pueblos cazadores de cabezas a seguir cazando cabezas…¿el derecho de un grupo humano de Missisipi a mantener su tradicional supremacía blanca…?’”

¿En verdad todas las culturas deben durar eternamente? No lo sé. Los mayas llevan en esta senda más de cuatro mil años. Son igual de viejos que los judíos.

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