NUEVO LEÓN, MX.- Ayer cerró oficialmente el Penal del Topo Chico, una de las penitenciarías más antiguas e ingobernables del país donde las fugas, asesinatos, extorsiones y el autogobierno del crimen organizado, crearon una “bomba” que explotó cíclicamente en varias ocasiones en los últimos años, publicó Excélsior.

Aunque desde noviembre de 2018 un equipo de asesores penitenciarios dirigido por Eduardo Guerrero Durán retomó el control del penal, el gobierno del estado decidió cerrarlo por ser un vetusto inmueble de 76 años de antigüedad, además de un emblema de publicidad negativa que ya quedó en medio de la ciudad de Monterrey.

En los últimos años incluso había pasadizos entre el área femenil y masculina, una bodega con armas, un bar VIP, un jacuzzi, decenas de restaurantes controlados por el grupo del crimen organizado en el poder e internos que permanecían encadenados en áreas sociales, como en el Salón Polivalente, porque si los ingresaban a los ambulatorios seguramente serían asesinados.

Historias de violencia

El pasadizo denominado “Uber” en las regaderas del baño de lo que fue el ala de mujeres, hasta antes de noviembre de 2018, era utilizado para pasar a las internas al Topo Chico y prostituirlas o abusar de ellas. Cuando las autoridades se dieron cuenta, clausuraron el pasadizo, un muro falso hecho con tabla-roca.

En la bodega en un drenaje de doble fondo había armas y cajas de whisky. Encontraron un fusil R-15 y cuatro cortas.

Esa bodega estaba junto a un bar VIP, donde el grupo que controlaba el autogobierno, Los Zetas, hacía fiestas y borracheras.

Otro signo de la característica explosividad del Topo Chico es que durante años, las autoridades estatales de Nuevo León simplemente sobrellevaron su ingobernabilidad.

Porque nunca lo adecuaron a su evolución poblacional, ni atendieron su objetivo de reinsertar a la población penitenciaria. Casi desde sus inicios, los internos vivieron hacinados y sin esclusas que los dividieran, al menos por la peligrosidad particular de cada bando criminal.

Delincuentes del crimen organizado, sicarios, violadores, ladrones, viciosos, defraudadores y pandilleros, convivían líbremente unos con otros, e incluso con jóvenes procesados por delitos menores y pacientes mentales.

El comúnmente conocido como Penal del Topo Chico abrió sus puertas el 3 de octubre de 1943 y fue inaugurado por el entonces gobernador de Nuevo León, el General Bonifacio Salinas Leal, quien estaba a unos días de cumplir con su ciclo administrativo.

Fue un edificio construido para albergar a 600 internos, pero apenas algunos años después empezó a ser un recinto con sobrepoblación, factor que empezó a definir un lastre que acompañaría a la penitenciaría a lo largo de toda su historia.

La ciudad de Monterrey siempre estuvo por encima del crecimiento y la actualización del Topo Chico.

Un interno inspiró “El silencio de los inocentes”

En 1959 fue internado en el Topo Chico el doctor Alfredo Ballí Treviño, quien tenía su consultorio médico en una céntrica colonia de la ciudad.

Era conocido como un hombre siempre impecable en su vestimenta, refinado y con excelente vocabulario, culto y proveniente de una familia de clase media alta de Monterrey.

Pero que fue encontrado culpable, confeso, de asesinar a un estudiante de medicina, Jesús Castillo Rangel, a quien luego de dormirlo con pentotal sódico le cortó la garganta y desangró en una regadera, para luego diseccionarlo hasta meter su cabeza y su cuerpo en una pequeña caja.

El crimen de Ballí Treviño inspiró a Thomas Harris a escribir la historia de terror del doctor Hannibal Lecter, en su novela “El silencio de los inocentes”.

Y es que el encuentro de Harris con el doctor Ballí, sentenciado a muerte por el homicidio, ocurrió gracias a que el autor de “El silencio de los inocentes”, entre otras novelas, visitó el Topo Chico para entrevistarse con Dykes Askew Simmons, un estadunidense preso por haber asesinado a los hermanos Hilda, Martha y Manuel Pérez Villagómez.

Ya en Topo Chico por este triple asesinato, Simmons había tratado de escapar y recibió un rozón de escopetazo en su huida. Así que el doctor Ballí Treviño, también interno en el penal y a falta de doctores, atendió las heridas del estadunidense.

Cuando Harris visitó el penal para hablar con Simmons, éste estaba convaleciente por el escopetazo, así que el periodista habló con su doctor Ballí Treviño, a quien conoció simplemente como “el médico del Penal del Topo Chico”.

Cuando Harris habló con Ballí Treviño sobre la locura de Simmons para asesinar a tres jóvenes hermanos, el médico le dijo al periodista que quizás el homicida había sido hostigado en su niñez, porque el estadunidense tenía labio leporino, como si eso fuera una disculpa psiquiátrica.

Llegó el carcelero y Harris se dio cuenta que el doctor con quien había estado teniendo esa extraña conversación era un interno más. Así, años más tarde, se inspiró en aquella plática y en la personalidad de Ballí Treviño para escribir sobre el personaje Hanibbal Lecter.

Años más tarde, en 1969, Simmons protagonizó un nuevo intento de fuga y esta vez lo logró. Vestido con los hábitos de una monja, escapó de la prisión en medio de un grupo de religiosas.

Y a Ballí Treviño le conmutaron su pena de muerte por 30 años de prisión.

Cuando llegaron los años 70, el edificio del Penal Topo Chico albergó prisioneros de la Liga Comunista 23 de Septiembre, grupo guerrillero que dio muerte a Eugenio Garza Sada en su intento por secuestrarlo. Entre los internos de este grupo ideológico estuvo Gustavo Adolfo Hirales Morán.

En 1974, ya con sobrepoblación, el capitán Alfonso Domene Flor Milán era el director del Topo Chico. El funcionario acostumbraba comer dentro de las instalaciones penitenciarias, en los comedores donde también se alimentaban los internos.

El 27 de marzo de ese año, Carlos López Atencio alias “El Cubano” y Rodrigo Alcalá López “El Huevo”, encabezaron un motín y asesinaron al capitán Domene.

El 17 de noviembre de 1997, el banquero Jorge Lankenau Rocha, de ABACO Grupo Financiero, fue detenido e internado en el penal, acusado de un fraude por 170 millones de dólares.

Al iniciar el nuevo milenio, el Penal del Topo Chico se convirtió en una “bomba de tiempo” por la proliferación de grupos de la delincuencia organizada, que vieron en los centros penitenciarios un negocio: la extorsión.

Además, con sobrepoblación los internos caminaban libremente por los diferentes ambulatorios y patios. Sin esclusas, sin control, con herramientas punzocortantes de todo tipo en sus manos, decenas de puestos de comida con peligrosas tomas de gas y todo bajo el control del autogobierno de Los Zetas.

Y la bomba de tiempo dentro del Topo Chico estalló en febrero de 2016. La lucha entre dos grupos delictivos por controlar el autogobierno se convirtió en una de las peores masacres en una penitenciaría en este país, dejando un saldo de 49 muertos y 34 heridos.

Hasta 2018 llegó el control

A partir de noviembre del año pasado, con una nueva asesoría penitenciaria, ya probada en otros estados y a nivel federal, llegó la reingeniería al sistema penitenciario de Nuevo León.

El líder de ese grupo de asesores es Eduardo Guerrero Durán, experto en Estrategias Penitenciarias y Sistemas de Seguridad, quien además fue el responsable de mantener a Joaquín “El Chapo” Guzmán en prisión y extraditarlo a Estados Unidos.

El control llegó con una nueva visión para estudiar la situación de los internos, celadores, instalaciones y de cómo desactivar un autogobierno. Con toda la información analizada, empezó una estrategia que abarcó nuevos protocolos de actuación y procedimiento.

El estado creó el primero y siempre solicitado Centro de Reinserción Penal Femenil de Nuevo León, acorde con el compromiso de la Conferencia Nacional del Sistema Penitenciario Mexicano, así como atendiendo una recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Con ello salieron del Topo Chico las mujeres, luego de que durante años algunas eran extorsionadas y abusadas por internos a través del pasadizo denominado “Uber”, que conectaba con un muro falso el área femenil con el Topo Chico.

Ahora, ellas llegaron a un centro de reinserción limpio, ordenado, controlado por la Fuerza Penitenciaria.

Entre noviembre de 2018 y agosto de este año se trasladaron y reacomodaron 4 mil 898 internos, 846 de ellos y considerados peligrosos fueron a prisiones federales. (Fuente: Excélsior)

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