Pues se terminaron los días de finados, y todo este relajo de tradiciones inventadas y reinventadas hicieron que muchos estuviéramos enfrascados en disquisiciones lingüísticas sobre la manera correcta para nombrar a los “pibes”: ¿mukbilpollos, pibes o chachac waas? Lo cierto es que, como bien han establecido algunos estudiosos del habla yucateca, los préstamos lingüísticos que los hablantes del español que se habla en Yucatán hemos obtenido del maya yucateco, son una enorme deuda impagable. Si decimos pib a los tamales horneados bajo tierra, es porque esta es la norma lexical que utilizamos los hablantes autóctonos de este idioma yucateco: lo mismo podemos decir con un sinfín de mayismos que están insertos en nuestro ADN lingüístico.

Los que por cuestiones familiares, geográficas, o incluso por la castellanización ocurrida en Yucatán en la segunda mitad del siglo XX (pues hace una centuria, casi todos los yucatecos, indígenas y no indígenas, tenían como lengua franca al maya, cfr. si no la maestría mayera del patricio don Antonio Mediz Bolio, traductor del Chilam Balam de Chumayel y gran conocedor de la cultura maya) somos “nativos” de un paisaje cultural y es nuestra lengua materna el español, hablamos un muy característico y peculiar español yucateco que el Dr. Jesús Amaro Gamboa denominó como el “uayeísmo” en la cultura yucateca, la lengua de aquí, donde se ha fraguado, mestiza e híbridamente, la condición yucateca: “El yucateco será pues el que habiendo nacido en Yucatán viva inmerso, o haya vivido hasta los doce años, en la cultura de Yucatán, era esa cultura que ya no es maya ni es española u occidental”. 

¿Qué somos? Un híbrido cultural y lingüístico. Un híbrido donde caben las voces papadzules, cotzitos, “dzizón”, anolar, botaxix, pero también voces caribeñas, voces del mar antillano como el escorar los libros, nahuatlismos que llegaron, arcaísmos del español que se quedaron arriba de nuestras albarradas apesgadas, maneras de “guindar” la hamaca, entre otros giros de un lenguaje que poco estuvo de ser otro si no fuera porque a partir del siglo XX, la antigua “ínsula” nuestra (¡que no península!),  circunvalada por mar y selva, y que Elmer Llanes Marín denominó “La llanura aislada”, fue comunicada con el centro del país con la llegada de los “otros” por naturaleza, los huaches. A principios del siglo XXI, la antigua lengua yucateca (no la maya, sino el español yucateco), corre hasta el peligro de desaparecer, según algunos estudiosos de este protolenguaje de uayé. Apunto un texto mío donde trabajé estas cuestiones:

“Jim Michnowickz, lingüista de la Universidad de Carolina, arguye que la desaparición en marcha del ‘dialecto yucateco’, es decir, del español que hablamos en Yucatán (con variantes en la región del Hondo, Chetumal, Bacalar, la Vía Corta), se debe a causas multifactoriales: ‘influye la migración masiva de personas de otros estados, el avance de nuevas tecnologías para comunicarse y mayor acceso a la educación, entre otras causas’. Michnowickz no apunta el desequilibrio producido, en el léxico cotidiano, por el turismo en regiones globales de la Península como la zona norte de Quintana Roo, empezando por Tulum. Michnowickz aboga por la revalorización del español yucateco en el sistema educativo regional, pues este más que hablar ‘aporreado’ está signado y se refiere directo a la historia regional de la Península. Por su parte, para el ameritado lingüista meridano Enrique Martín Briceño, ante el peligro de desaparición que se cierne sobre esta tan poética manera de hablar de los yucatecos, es de la idea de que no queda de otra que ‘realizar grabaciones del habla regional que puedan servir a estudiosos del presente y el futuro’, así como fomentar este ‘dialecto regional’ en medios masivos, incluirlo en temas de estudio en las escuelas, o ‘crear conciencia entre los prestadores de servicios turísticos sobre su valor…, y, con orgullo, seguir hablando como siempre lo hemos hecho’. (Gilberto Avilez. “Nativo de una patria imaginada. De los estereotipos y ‘dialectos’ yucatecos”. Arte y Cultura en Rebeldía, 26 de julio de 2016).

Mi idea de la posible desaparición del castellano yucateco, además de las atinadas variantes que apunta Michnowickz, también se debe, considero, al debilitamiento lingüístico ocurrido con el maya yucateco y el cada vez profundo desplazamiento lingüístico generacional. No es por nada el hecho de que el pionero de los estudios del lenguaje de uayé (el español yucateco), Jesús Amaro Gamboa, refiriera esto en su ensayo El uayeísmo en la cultura yucateca: “En el proceso de aculturación de las dos lenguas que nos ocupan, la maya parece haber dado todo al castellano que ahora se habla en Yucatán; sin que el castellano aportara a la lengua aborigen más que algunos monosílabos aptos para formar enunciados de clara función práctica”. 

Pero Amaro Gamboa, con una penetración histórica, nos recuerda que este conocimiento de la lengua autóctona de algunos miembros conspicuos de la sociedad dominante en la Península de Yucatán (no indígenas fueron los grandes lexicógrafos del maya yucateco, Juan Pío Pérez en el siglo XIX, y Alfredo Barrera Vásquez en el XX) tenía que ver, no con una comprensión solidaria e integradora del pueblo maya, sino con un proceso de dominancia colonial:

“[…] a partir de la conquista, el núcleo dominante, en nombre de sus intereses de clase, se hundiría en la cultura dominada, se apropiaría de todo lo aprovechable de ello y, en primerísimo lugar de su lengua, ya directamente como los frailes ya mediante la influencia de sus criados, personeros y estratos económicos dependientes”.

Desde los primeros tiempos, con los frailes, pasando la colonia con los trabajos de los hombres de fe que vinieron después (Cogolludo), en el XIX y XX con la creación literaria, antropológica y política de ideas en torno a “lo maya” que ocurren desde los márgenes de la sociedad dominada, el maya ha sido penetrado en su cultura por las nuevas conquistas espirituales, etnográficas y educativas. Esto que refiero, en un anterior texto para Noticaribe, lo conceptué como el extractivismo académico de los “ku yokoltiko’ob”, los que roban la cultura, o bien, de los “ku yokoltiko’ob le pixano’, los que roban el alma, los que museografían, “etnografían” y la ponen en grandes compendios el alma de los pueblos, en lenguajes oscuros que solo ellos entienden. 

Pero la respuesta del maya ante estas batallas por la dominancia, ha sido establecida desde distintos criterios de lucha, que van desde un tradicionalismo empotrado en sus relatos y fiestas populares y lengua para discurrir el mundo, hasta su adaptabilidad plena ante los nuevos contextos creados por la globalización actual y el fin del aislamiento de aquella llanura peninsular que vio Llanes Marín, y que hoy corre el peligro de convertirse en la Xcaret-ización de Mayaland. El maya, seguramente triunfó en más de un motivo a lo que estableció Amaro Gamboa: no sólo la lengua maya engendró el español yucateco, sino que el hibridismo lexical está mediatizado por una cultura permeada por elementos mayas y europeos (la cauda del cristianismo y la educación), por una gastronomía donde conviven las influencias de Europa con la indígena y el gran caribe, y por todo un compendio de fiestas y celebraciones donde lo maya hace acto de presencia hasta en los recintos más conspicuos de la cultura yucateca: la influencia mayista está en las dos plumas más importantes del siglo XX yucateco: la ceiba inmensa de Antonio Mediz Bolio y la prosa sencilla de Ermilo Abreu Gómez.

En el lado de las palabras, el español yucateco nos define en más de un sentido. Hace unos días, preparando un artículo anterior para Noticaribe sobre los días de finados, revisé cuidadosamente algunos libros que se encuentran en mi biblioteca personal del gran mayista Santiago Pacheco Cruz (1885-1970), pionero de la educación en el otrora Territorio de Quintana Roo. En un lenguaje casi cifrado, un texto sobre el “janal pixán” contiene una ringlera de vocablos mayas, que a fines del XIX era de uso común entre los hablantes, casi todos bilingües. El texto que comento está escrito en un español yucateco antiguo, un uayeísmo de nivel, plagado de mayismos. Pareciera otro idioma, es otro idioma. ¿Cuándo perdimos esa altura del idioma regional? Lo cierto es que hemos caricaturizado absurdamente el español yucateco de cara a los “fuereños”, y muchos consideran que ese vulgar protolenguaje de Dzereco y Nojoch, del “Pinole” o del “Mactá”, es el lenguaje yucateco. Es falso de toda falsedad.

El problema de la crisis lexical de las nuevas generaciones de peninsulares resulta porque se pierde el conocimiento de la lengua maya en todos los sectores (no solamente los indígenas, igual los no indígenas). Cuando todos dejen de hablar el maya, o cuando todos dejen de oír el maya, el español yucateco estará dando sus últimos estertores.

 

Postdata: En defensa del pib nuestro

En un reciente video subido a las redes, el maestro José Manuel Poot Cahum -al cual admiro por su trabajo de defensor de la lengua y la cultura maya-, quebró lanzas contra algunos hablantes de la lengua yucateca (entiéndase, del español yucateco) que, al parecer, erróneamente denominamos como “pib” al tamal horneado bajo tierra. Poot Cahun, siguiendo una sola acepción de esa palabra, señaló que el pib, es en realidad el horno subterráneo donde esos tamales son guisados, y no los tamales como tal. Extrañado, me fui a los diccionarios, entendía igual que el pib tenía acepciones (cada uno de los significados de las palabras, según los contextos donde aparece): es, en efecto, un horno subterráneo, una barbacoa; pero también, siguiendo a los gramáticos de la lengua (el Diccionario Cordemex, entre otros), es el “pan de maíz de forma cuadrangular en el cual se mezclan granos de espelones, se le cuece en horno subterráneo”. O si prefieren, el “pibi wah”, que es un “pan de maíz que tiene forma de disco, grueso, en su interior se coloca carne de puerco o de gallina y puerco, la masa lleva manteca y sal; se cuece en horno subterráneo, envuelto en hojas de plátano, esta comida se hace especialmente en Todos Santos” (Diccionario Cordemex, p. 651).

Para los hablantes del español yucateco, es común utilizar más el pib, que el pibil wah o el chachac waa, de uso infrecuente para los no nativos del idioma maya. Poot Cahun también objetaba el uso del mukbilpollo: que era un pollo sepultado. Al leer a Santiago Pacheco Cruz, me pareció interesante comentar lo siguiente: este autor utiliza la palabra pib y también el mukbilpollo y el mukbilxpelon. Hay una frase que recoje Pacheco Cruz, en un diálogo acaecido en un barrio de Mérida de la década de 1940, lo siguiente:

“-Oye Zes, ven a meter el pib en el hoyo”.

En “El español que se habla en Yucatán y otras anécdotas”, una página de Facebook de divulgación de la forma como hablamos los yucatecos y muchos peninsulares, no faltó la respuesta a esas críticas que se formuló contra los hablantes del español yucateco: “Para los hablantes nativos del español yucateco, el pib (escrito así, porque está en español yucateco, y no en maya) es el pib y no hay manera de cambiarlo; lo interesante está más bien en la etimología de esta palabra y cómo se da el proceso para que la palabra que en maya significa ‘horno bajo tierra’ termine significando ‘tamalote horneado que se come para Hanal Pixán’ en español yucateco. Aunque muchas palabras tengan origen en la lengua maya, se encuentran ya en nuestro sistema lingüístico y los hablantes son ley”. 

Lo dicho: los hablantes somos ley, y ningún lingüista o purista radical de la lengua maya, nos va a venir a decir que nuestro pib del español yucateco, no es el pib que hoy degusté, y lo comí no en el “bix” sino en un restaurante del centro de Mérida, no pensando en muertitos, no pensando más que en la manteca sabrosa y el kool agradable a mi paladar. Dios bendiga al pib de la Península de Yucatán. 

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