EL MITO DE MARIO VILLANUEVA: De las semillas tropicales del torbellino actual de la violencia en México | Por Gilberto Avilez Tax

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Discutible que un presidente apoyado por la izquierda mexicana cuya razón de lucha ha sido el desmantelamiento de los antiguos “usos y costumbres” del rancio sistema autoritario priísta, dijera ayer en Carrillo Puerto, en un encuentro con los mayas de Quintana Roo para aclarar dudas respecto a los polémicos proyectos de desarrollo turístico como el Tren Maya, que va intervenir personalmente para sacar de la cárcel al primer narco gobernador acunado por la corrupción y maridaje podrido del Estado priísta con el crimen organizado.

Recordemos que, el huevo de la serpiente del narco estado, tuvo su primer capítulo en el Quintana Roo del “chueco” (1993-1999). Indigna que otros no tengan memoria de las acciones de un ex gobernador que resume las prácticas mafiosas, antidemocráticas y autoritarias en el caribe mexicano.

El “Chueco”, como priísta autoritario que es, para mayo de 2010 se declaró “no culpable” de sus múltiples delitos relacionados con el narcotráfico. Pero una frase de Preet Bhara, fiscal federal de Nueva York que siguió el caso del autoritario ex gobernador quintanarroense, proferida hace casi una década, dejó a la larga una estela de interpretaciones históricas que nos sirven ahora para interpretar ese sexenio de privatizaciones populistas en este estado peninsular; quemante en exactitud, Preet Bhara sostuvo que: “Las semillas del actual torbellino violento en México fueron puestas primero hace cerca de una década por presuntos criminales como Mario Villanueva Madrid”; añadiendo que El Chueco, criminal por el cual la actual estructura de poder en Quintana Roo, tanto priístas, panistas y, hasta horror de horrores, morenos “puros” e “impuros”, así como la demás parafernalia de esa podrida clase política, se dan golpes de pecho exigiendo su libertad y amnistía al presidente de la república cuyos tinterillos curvateros no se cansan de criticar un día sí y otro también. Para Bhara, este personaje, tan mitologizado por los ciudadanos del sur y de la zona maya debido a que repartía dinero a granel (¿de donde venía ese dinero?) “convirtió prácticamente en un narcoestado a Quintana Roo, vendiendo su infraestructura e incluso su Policía a una de las organizaciones mafiosas más peligrosas del mundo”.

Una colega me pregunta: el punto es, ¿Puede el Ejecutivo prometer que va a influir sobre las acciones del poder judicial? ¿No es excederse en facultades? Como abogados sabemos que esto es así, es excederse en facultades, es romper el principio fundamental de la división de poderes, pero eso, ninguno de los corifeos de ayer y de hoy lo señalan. Esto no es propio de un Estado de derecho.

¿Cómo entender el Villanuevismo? En el Archivo General del Estado de Quintana Roo existe una sola carpeta con una misérrima hoja de vida de este ex gobernador. Fuera de ahí, el desierto y la telaraña. Esto es muy característico del poder autoritario tropical, el no dejar evidencia de sus acciones. El libro de José Antonio Callejo Anzures, De Cancún a Almoloya. El Imperio roto de Mario Villanueva, escrito en 2002 y que solo estuvo una semana en exhibición en las dos librerías que para principios de siglo existían en Chetumal, es hasta ahora lo que podemos leer para entender esos años terribles del Quintana Roo de la década de 1990. Una nota de Proceso señala sobre este libro: “Mario Villanueva es el símbolo de un tiempo marcado por el crimen, la corrupción, el cinismo y la impunidad Es el prototipo humano de una época que se resiste a decir adiós Como un bisturí, la investigación periodística que dio por resultado este libro abre las entrañas de estos días de horror y del sistema que vive y sobrevive en ellos en medio de complicidades sin término. El exgobernador, el que fue un día el todopoderoso de Quintana Roo, el ex cacique, el hoy huésped del penal de La Palma, es el personaje central de la historia, pero de igual forma quedan al descubierto quienes delinquieron y se enriquecieron a su sombra” (Proceso, 27 de enero de 2003). Estoy en la idea de trabajar históricamente, con archivos periodísticos, entrevistas y el expediente del caso, sobre ese personaje, porque considero que este ex gobernador, como tantos personajes turbios y autoritarios de la historia de Quintana Roo –es el caso del endiosado Francisco May- es uno de esos mitos acríticos que se tienen que desmontar en el caribe mexicano.

En un Astillero de agosto de 2012, el gran periodista Julio Hernández López, fue preciso a la hora de tocar la declaración de culpabilidad del ex gobernador en esa fecha. De pasada, Hernández López señaló la rudimentaria política paleolítica del feudo priísta quintanarroense anterior a 2016:

“Mario Villanueva ha aceptado su culpabilidad en asuntos de lavado de dinero. Caído en desgracia durante el zedillismo, detenido en México y luego extraditado a Estados Unidos, el polémico ex mandatario, apodado El chueco, aceptó en Nueva York la culpabilidad en la construcción de pecuniarios lavatorios. Aun cuando ese reconocimiento tiene visos de formar parte de un arreglo para que la sentencia contra el enfermo ex gobernador priísta sea notablemente disminuida, jurídicamente, queda asentado el uso del poder político en México, durante los tiempos hegemónicos del PRI, para beneficio del narcotráfico y de sus necesidades de movimiento de dinero.

Villanueva es un representante en desgracia de la élite de la narcopolítica mexicana, y sus credenciales políticas indelebles son las del priísmo. En Quintana Roo, donde subsisten los peores vicios de ese dinosaurismo clásico (con gobernadores dedicados a la fiesta y la frivolidad, como el actual, Roberto Borge, o su antecesor, Félix González Canto, gustosos gerentes del dejar pasar), hay una corriente social a favor de quien ahora ha confesado ser lavador de dinero, a tal grado que su hijo, Carlos Mario Villanueva Tenorio, es el presidente del municipio de la capital, denominado Othón P. Blanco y en el que está la ciudad de Chetumal” (Julio Hernández López, Astillero, La jornada, viernes 3 de agosto de 2012).

Lo cierto es que, ayer, en Felipe Carrillo Puerto, escuché a un ex priísta vuelto morenista, una frase reveladora de la cultura política rupestre de este estado, que se resiste a modificar: “Es que en Quintana Roo todos somos institucionales”. Sentí un vómito despreciativo por esta frase. Pensé: ¡prefiero disentir!

Y es que, institucionalizarse, para mí, significa construir la caja de muerto para el cadáver de la libertad. La izquierda mexicana no debe, no debería, hacer caso a la cultura priísta del trópico, la peor de todas.

Institucionales fueron cuando el Felixismo-borgismo hizo desmanes y medio en Quintana Roo, fueron institucionales cuando se creó el primer Narco Estado en la república, fueron incluso institucionales en componendas turbias a la sombra de un poder regional. Fueron institucionales cuando aceptaron las destripadas al erario en varios municipios de Quintana Roo, hoy endeudados debido a la lacra política pandilleril propensa al robo institucional.

Ahora, por institucionales, me piden que aplauda y acepte el ucase autoritario de ayer, cuando desde el Ejecutivo federal lanza el dictun de que se intervendrá personalmente para liberar a un personaje mitologizado por la soñarrera curvatera y sus corifeos pagados por la familia gobernante de la década de 1990 en este estado.

¿Pues no que se venía a hablar con los mayas?, ¿dónde estuvieron los mayas?, ¿acaso el ex gobernador tiene la sangre morena y es mayero y tatich como cada uno de esos tantos “dignatarios” creados por un sistema político regional que desprecia con hondura a los mayas y jefes verdaderos como don José Isabel Sulub que sí se ha confrontado con la simulación de derechos indígenas en este estado maniatado por tanta cultura autoritaria?

No, en esas aguas, más turbias que las del Hondo en tiempos de lluvia estival, yo no soy ni seré institucional.

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