En un reciente estudio pormenorizado sobre la conquista de lo que sería México, el gran historiador Enrique Semo apuntó que la exploración y conquista de tierras americanas iniciada a partir de 1492 por la corona española (o lo que es más exacto, por el occidente europeo, en el entendido de que no sólo España participó del saqueo colonial) significó, sin duda alguna, un suceso que tiene la característica de universal: la plata mexicana y peruana, y otros productos de la tierra como cochinilla, pieles, lana, maderas preciosas, seda y hasta mercaderías chinas, pusieron los basamentos para el desarrollo del capitalismo temprano europeo vía el esclavismo y explotación de los pueblos indígenas y africanos. La conquista de nuevas tierras y del dominio económico-político-religioso de los amerindios que resistieron pandemias, epidemias, estructuras coercitivas que transformaron sus espacios, dio como consecuencia el colonialismo, parte esencial del capitalismo en ascenso a partir del siglo XVI y que dura aún hoy en día y en donde se dan relaciones de dominio, explotación y racismo (Enrique Semo. La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios. Volumen I. México. UNAM-Siglo XXI Editores, 2019, pp. 11-12).

Este año de 2019, que está en su recta final, pudo haber sido el marco idóneo para entender estos “encuentros” entre la otredad occidental con las otredades indígenas, pero, a mi parecer, lo que medianamente se pudo realizar en la isla de Cozumel y en otros puntos de Quintana Roo y de la Península misma, estuvo enmarcado por la dicotomía indigenista-hispanista en el que frecuentemente se ven estos asuntos de importancia suprema: el comienzo de una nueva realidad americana aunque en ella se presentaron el colonialismo y las guerras a la memoria indígena, o es motivo para ensalzar el hispanismo de unos cuantos, o es capricho para las nuevas guerras de castas historiográficas.

Por el lado académico, han aparecido nuevas lecturas del “Encuentro” entre los pueblos mesoamericanos y el Occidente europeo y de otros puntos del globo (la llegada de los africanos a tierras americanas, la conexión América-Asia vía el galeón de Manila), como un reciente estudio de Matthew Restall (véase su libro, Cuando Moctezuma conoció a Cortés, de editorial Taurus), o el trabajo en dos tomos de don Enrique Semo. 2019, además, fue el año en que nos deja huérfanos de su sabiduría sobre estos procesos históricos, el maestro Miguel León-Portilla.

Tanto en 2017 (500 años del viaje de Hernández de Córdoba), como en 2018 (la llegada de Grijalva a Cozumel), o 2019 (la nueva visita a Cozumel por el ejército de Cortés), podemos decir que las conmemoraciones históricas no han calado bien, o no le asientan bien, a una sociedad quintanarroense donde el turismo y la cotidianidad del turismo, está volcado hacia el presente. Salvo algunos eventos de carácter cultural, artístico, gastronómico y croniquero que se realizó en la isla a lo largo de 2019 (véase la liga electrónica siguiente: https://www.cancunmio.com/27127960-inicia-en-cozumel-la-conmemoracion-de-los-500-anos-de-la-llegada-de-hernan-cortes-a-mexico/), muy poco eco causó entre el gremio de los cronistas, de los estudiosos de la historia o de los medios educativos del estado, la efeméride “cortesiana”, lo que podría decirse que la efeméride fue pasada sin pena ni gloria. Solo unos cuantos pasquines, una breve reseña de la estancia de Cortés y sus 11 navíos con sus hombres y caballos, se dio en la prensa nacional (https://www.excelsior.com.mx/opinion/enrique-villarreal-ramos/hernan-cortes-a-500-anos-de-cozumel/1296617). Algunos entusiastas de la jinetería de Quintana Roo celebraron la llegada de los primeros caballos a México, vía Cozumel, para abril de este año. Fuera de ahí, la telaraña y la desidia ha sido el elemento que más han caracterizado a estas “conmemoraciones” de la llegada de los españoles a tierras peninsulares.

Pero resulta que Hernán Cortés, fundador de Nueva España y uno de los padres no reconocidos todavía por el indigenismo historiográfico presa de sus demonios fijos y sus maneras tan maniqueas de ver al pasado, ha sido nuevamente puesto a ojos de la gente, por una coproducción de TV Azteca, History y Amazon: “Hernán”, una superproducción televisiva al estilo hollywoodense donde participan actores españoles, mexicanos y hasta actores de los pueblos originarios. Todo lo que sirva para difundir a la historia, es bien visto por este que teclea, además de que el libreto fue hecho, al parecer, con toda la rigurosidad histórica posible.

En ese sentido, podemos acercarnos con la lente micro histórica, para dar relación de algunas cosas curiosas que las crónicas de la época han señalado de las primeras impresiones de los españoles de aquella isla, la más importante de México en la actualidad. Me sirvo de los trabajos de Bernal Díaz del Castillo, como testigo de vista, así como de una crónica realizada casi 100 años después de los hechos, por Antonio de Solís. Aquí un breve apunte.

Citando a Guillermo Turner, podemos decir que el libro de Bernal Díaz del Castillo, fuente fundamental para el conocimiento histórico de la conquista cortesiana, no es solo una memoria militar con datos de los indios y sus culturas, sino que encierra descripciones, “intenciones, representaciones, fantasías, recuerdos, olvidos, conocimientos, pasiones, sentimientos, lecturas –realizadas o escuchadas-, creencias y valores” de un soldado español vinculado a una comunidad cultural con la cual compartió el choque cultural de la conquista día a día (Turner, Guillermo. Los soldados de la Conquista: herencias culturales. México: Ediciones del Tucán de Virginia, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2013, p. 16).

Grijalva, el “primer descubridor” de Cozumel

Antes de la llegada de Cortés a Cozumel, hay que apuntar que el verdadero “descubridor” (a ojos de los españoles, por supuesto) de aquella isla, fue el segundo expedicionario Juan de Grijalva, que, saliendo un 8 de abril de 1518 de Cuba, arribaría a Cozumel 20 días después, “que entonces la descubrimos”. “Bojándola” (es decir, medirle el perímetro a la isla o su costa) por la parte sur, los hombres de Grijalva, entre los que se encontraba el soldado “coronista” Díaz del Castillo, vieron un pueblo de pocas casas, “y allí cerca, buen surgidero y limpio de arrecifes”. Saltaron a tierra Grijalva con un buen puñado de hombres y los cozumeleños –los mayas de aquella isla-, al verlos venir desde el navío, huyeron a tierra adentro, dejando solo a dos viejos en unos maizales. A este pueblo a que llegaron, le pusieron los españoles Santa Cruz, porque fue el día de la Cruz su llegada. En total, tres pueblos hallaron los de Grijalva: Santa Cruz y dos más de menor tamaño. Lo interesante de este primer viaje, es el hecho de que los naufragios no eran tan aislados: de vez en vez, el mar Caribe arrojaba hombres y mujeres, como el caso de una india jamaicana “de buen ver” que los españoles encontraron en la isla, la cual hablaba la lengua de Jamaica, similar a la de Cuba. La de Jamaica dos años antes había naufragado en una piragua donde acompañaba a su marido a pescar. Las corrientes la echaron a tierra cozumeleña, y su marido y los demás pescadores de Jamaica fueron sacrificados, ella pudo salvarse, tal vez por su belleza.

Algo que refiere el cronista, fue que muchos españoles, después de vivir casi dos generaciones en las islas del Caribe, ya habían aprendido la lengua, así refiere Bernal de la cercanía lingüística que tuvo con la india jamaiquina: “Y como muchos de nuestros soldados y yo entendimos muy bien aquella lengua”. No sólo esa lengua, sino hasta la misma lengua maya sería entendida y estudiada desde el primer momento por los españoles (los vocabularios y calepinos de la época sirvieron para el proceso colonizador); recordemos que en poco menos de una década, Jerónimo de Aguilar y Gonzalo de Guerrero, los dos españoles que serían contactados un año después por Cortés, ya hablaban con fluidez la lengua de los mayas.

¿Cómo vieron los primeros españoles a la isla de Cozumel en 1518? Esto lo describe Bernal de esta forma: “Había en él muy buenos colmenares de miel y buenas batatas y muchos puercos de la tierra que tienen sobre el espinazo el ombligo” (báquiras o pecarís. Cfr. Galeote, Manuel. “El bestiario de Bernal Díaz del Castillo: un maravilloso mundo lingüístico”).

Los 15 días de Cortés en Cozumel: Jerónimo y Gonzalo

Mucha tinta se ha escrito desde el primer momento sobre la gesta cortesiana. No nos interesa escribir ni una palabra más de ello. Asimismo, el hecho más trascendental de la estancia de Cortés en Cozumel, que fue el enrolamiento de Jerónimo de Aguilar a su armada, posibilitando el conocimiento lingüístico de la Península y el Altiplano, ha corrido igual suerte de pesquisa historiográfica. Voy a referirme únicamente a esa especie de fascinación que suscitó entre los hombres de Cortés, la presencia, en tierras peninsulares, de dos cristianos que correrían distinta suerte en esa historia que había comenzado en 1492.

El 21 de febrero de 1519, la armada de exploración y posterior conquista ya se encontraba en Cozumel. Dos cosas importantes le acaecerían a Cortés y sus hombres: ser enterados que en tierras adentro se encontraban “castilanes” tenidos por esclavos por unos caciques. Cortés enviaría cartas con rescates de todo género. En una de esas cartas, escribía lo siguiente: “Señores y hermanos: Aquí en Cozumel, he sabido que estáis en poder de un cacique detenidos, y os pido por merced que luego os vengáis aquí, a Cozumel”. El único que respondió a estas cartas, fue el natural de Écija, Jerónimo de Aguilar, que tenía órdenes de Evangelio y que ocho días antes, en 1511, había naufragado junto con otros 15 hombres, todos muertos salvo uno, Gonzalo Guerrero. Aguilar sería la lengua de Cortés al igual que la Malinche, en lo de la conquista de México.

El otro hecho importante, fue la reacción ante las idolatrías de los indios, que marcaría el comienzo de la errática evangelización de los pueblos indígenas. Cozumel, desde tiempos prehispánicos, era un lugar de romería, a la isla venían naturales provenientes de la punta de Catoche y de tierra adentro. La reacción de Cortés fue de espanto ante las pruebas que el “demonio” ponía a los soldados de la cruz: mandó a tirarlos, y al día siguiente se hizo la primera misa en tierras de mayas. Apuntemos lo que dice de esto Antonio de Solís:

Había en esta isla un ídolo muy venerado entre aquellos bárbaros, cuyo nombre tenía inficionada la devoción de diferentes provincias de la tierra firme, que frecuentaban su templo en continuas peregrinaciones; y así estaban los isleños de Cozumel hechos a comerciar con naciones extranjeras de diversos trajes y lenguas, por cuya causa, o no extrañarían la novedad de nuestra gente, o la extrañarían sin encogimiento…A poco trecho de la costa se hallaron [los españoles] en el templo de aquel ídolo tan venerado, fábrica de piedra de forma cuadrada y de no despreciable arquitectura. Era el ídolo de figura humana; de horrible aspecto y espantosa fiereza…Dicen que se llamaba este ídolo Cozumel, y de que dio a la isla el nombre de Cozumel que se conserva hoy en ella (Solís, Antonio de. Historia de la Conquista de México, población y progresos de la América Septentrional, conocida por el nombre de Nueva España. México. Editorial Porrúa. 1973, pp. 51-53).

En Cozumel, como había sucedido en las Antillas, los “ídolos” comenzaron a caer bajo el celo inquisidor de estos guerreros cristianos. Cortés le dijo a un sacerdote principal de Cozumel, que “para mantener la amistad que entre los dos tenía asentada era necesario que dejase la falsa adoración de sus ídolos”. El sacerdote y otros más, chilames y nacones seguramente, le respondieron a grandes voces a Cortés, que no se atrevan a turbar el culto de sus dioses, pues habría un castigo al mismo instante que sucediera aquel atrevimiento. Con gran irritación de Cortés, sus soldados vieron en su semblante de su caudillo la orden necesaria, y ahí mismo “embistieron con el ídolo, arrojándole del altar hecho pedazos, y ejecutando lo mismo con otros ídolos menores.

Los dioses mayas no respondieron aquel día, pero entre su pueblo ya se había acunado un sentimiento de venganza y resistencia que duraría hasta bien entrado el proceso colonizador y que regresaría, cíclicamente, a tratar de recomponer un estado de cosas más justo con las rebeliones indígenas coloniales y la gran rebelión de 1847. Hay que decir que los mayas, tal vez por el factor de que conocían a la perfección la condición mortal de los españoles que habían sido arrojados a sus costas por los naufragios de galeones (la historiografía solo conoce hasta ahora el naufragio del primer contacto, el de Juan de Valdivia donde vendrían Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, pero es obvio que hubo más casos, no sólo de españoles), y por las pláticas con Aguilar y Guerrero con que seguramente supieron allegarse de información y datos relevantes sobre la cultura y política de estos “castilanes” que desde 1492 merodeaban su tierra peninsular: los mayas, contrario a los totonacos y a la nobleza mexica, no los endiosaron, conocían de la presencia de ellos, los recibieron gritándoles la palabra “castilan”, “castilan”, y ni las terribles armas de los invasores fue motivo para que al menos en tres veces derrotaran a los españoles y retardaran la “conquista” más de un cuarto de siglo después de la caída de México-Tenochtitlán.

Es hasta irrisorio creer que antes de 1517, con el primer contacto que sostuvieron con las tropas de Francisco Hernández de Córdoba, los jefes mayas no sabían gran cosa de estos intrusos. Bernal, en este punto, le señaló a Cortés que Gonzalo Guerrero, un hombre natural del puerto de Palos “transculturado” a la sociedad maya por causas familiares, hecho capitán de ejércitos de los mayas y tal vez hasta consejero de alianzas que se comenzaron a unir entre los señoríos mayas de la Península para rechazar a los invasores, “fue [el] inventor que nos diesen la guerra que nos dieron, y que vino él allí juntamente con un cacique de un gran pueblo, según he ya dicho en lo de Francisco Hernández de Córdoba”. El cronista real, es más displicente en su descripción de este renegado que rehusó la invitación de Cortés –como igual rehuiría de la invitación que Francisco de Montejo le hiciera de nuevo- a sumarse a su armada de conquista por amor a sus pequeñuelos y a su esposa, “a cuyo amor se atribuía su ceguedad”. Para Solís, Guerrero se había convertido en un “indigno por cierto de esta memoria que hacemos de su nombre; pero no podemos borrar lo que escribieron otros, ni dejan de tener su enseñanza estas miserias a que está sujeta nuestra naturaleza, pues se conoce por ellas a lo que puede llegar el hombre, si le deja Dios”. ¿Y hasta donde pudo llegar la naturaleza de Guerrero? Los biógrafos peninsulares del “español que se convirtió en maya”, desde Landa, lo ven como un soldado de la causa anticolonial maya, que se trataba “como indio”. Peter Gerhard y Robert Chamberlain, refieren que su muerte, ocurrida en 1534, sobrevino cuando Guerrero llevó tropas mayas a pelear a las Higueras para apoyar al cacique Cozumba contra el proceso colonial en la región del Valle de Naco. Al caer Cozumba, las tropas españolas que habían venido de Guatemala, hallaron muerto a Guerrero después de la batalla, y este se encontraba “vestido, pintado y lacerado ceremonialmente como un indígena (Gerhard, citado por Bracamonte, Pedro y Gabriela Solís. Insumisos e idólatras. Los mayas del Caribe peninsular durante la colonia, p. 433 y subsiguientes).

Pero ese día de febrero de 1519, sobre los escombros del adoratorio principal, Cortés y sus hombres fabricaron un altar donde se colocó a una imagen de la virgen de los Remedios y se sembró a la entrada una cruz de madera labrada. Al día siguiente, la primera misa oída en tierras mayas se celebró para españoles, principales y caciques de Cozumel. El proceso de conquista y colonización apenas había comenzado en estas tierras del continente amerindio.

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