El 4 de julio de 2011, grupos de choque del PRI, perpetraron una brutal represión contra opositores a la construcción de un paso subterráneo en el Paseo de Montejo, el famoso paso deprimido. Matones de la ex Casa del Pueblo y golpeadores del rastro municipal, dirigidos por el tristemente célebre matarife con carnet priísta, “Calín” Herrera Chalé, tuvieron, aquel vergonzoso día, permiso para dar una soberana tunda a los opositores a los designios del priísmo henequenero: profesores de la UADY, estudiantes, políticos panistas, investigadores del INAH, empresarios y hasta simples espectadores, fueron presa de la furia dirigida por el mastín del priísmo, el matarife Herrera Chalé. Este acto de represión sucedió en los gobiernos estatales de Ivonne Ortega y Pacheco, y municipal de Angélica Araujo, ambas del PRI.
Dos años después de aquellos hechos, un joven diputado estatal, Mauricio Vila Dosal, emanado de las filas del panismo meridano, en la tribuna del Congreso local peroraba a voz en cuello contra esas muestras de salvajismo político. Vila refería que las autoridades deben ser “garantes de las libertades de reunión y manifestación pacífica consagradas en la Constitución”, y que la resolución de los asuntos públicos debe ser por la vía pacífica.
Los sucesos del 4 de julio de 2011 entran a la historia de las brutales represiones policiacas contra manifestantes en el Yucatán moderno, como entran las represiones a la manifestación de jóvenes a la visita de George Bush en Mérida, el 13 de marzo de 2007, o más reciente, las represiones que se dieron para noviembre de 2019, en la marcha feminista.
El Vila diputado de 2013, se convertiría, en un rápido ascenso meteórico, en el Vila gobernador en 2019, y siendo gobernador ahora, se desencadenó una de las más infames represiones contra ciudadanos indefensos que solo hacían uso del derecho de reunión y manifestación consagrado por la Constitución que en un momento lejano, Vila citó para oponerse a la barbarie del PRI. Manifestantes que, convocados vía redes, tenían la intención de apersonarse en el Centro Internacional de Congresos la mañana del domingo 19 de enero de 2020 para exponer su rechazo total al reemplacamiento de este año. La respuesta fue un innecesario bautizo con gas lacrimógeno porque, supuestamente, había como “50 profesionales de la violencia” dentro de ese inmenso gentío –alrededor de 3000 personas, entre los que se encontraban, gente de la tercera edad, niños y discapacitados- que estaban dispuestos a realizar actos de violencia como acostumbraban a hacer en sus lugares de origen. Eran, simplemente, “los foráneos”, y muchos de ellos, afiliados o simpatizantes de Morena.
Vila insistió en ese discurso de la “paz a la yucateca” que tenía desde 2013, condimentado con otros nuevos ingredientes: gases lacrimógenos. En su primer informe del pasado domingo 19 de enero, Vila se parapetó como paladín, a nivel nacional, de la seguridad, la cual, desde luego, pretendía cobrar bien caro a los yucatecos mediante un impuesto agregado a los recibos de luz, y que al final reculó o lo hicieron recular desde la federación. El discurso de la paz y hasta de la psicología del yucateco (su supuesto “natural pacífico”, aunque los casos de suicidios y de violencia intrafamiliar sean los más altos del país), se presentó como respuesta a lo que se dejó ver aquel domingo 19 de enero, respuesta endeble ante el tremendo malestar ciudadano por los altos cobros de las placas. Al día siguiente de los hechos, y lejos de las turbamultas del pueblo yucateco “pacífico”, ante “capitanes de empresa” y “líderes empresariales”, inaugurando una planta industrial de un poderoso consorcio vidriero, Vila aseguró que:
“Aquí en Yucatán no nos gusta la violencia, los yucatecos no somos violentos y no podemos empezar hoy agitados por gente que viene de otros lados de la República a tener este tipo de comportamientos…tenemos que cuidar lo que más apreciamos los yucatecos que es nuestra paz y nuestra tranquilidad”.
Su secretaria de gobernación, María Fritz Sierra, remachó la idea de este gobierno que aboga por una extraña paz que suena más a sumisión y autoritarismo que cualquier cosa:
“El derecho de todas las personas a manifestarse se respeta y apoya…pero lo que no podemos permitir es que comience a pasar lo que sucede en otros estados, donde la gente cree que porque tiene derecho a manifestarse puede cometer actos delincuenciales”.
El “como somos los yucatecos” (pacíficos, respetuosos del diálogo) fue la respuesta de este gobierno que no dialoga más que con los “capitanes de empresa” y “líderes empresariales”, sus pares oligárquicos. El diálogo constructivo, propio de esta “psicología oficial”, es lo que debe privar, señalaba Fritz; es “la fórmula a la que estamos acostumbrados y no permitiremos que gente que venga de otros lugares y están acostumbrados a cosas distintas, la cambie”. Las aseveraciones de Fritz y de su jefe Vila eran, en otras palabras, un discurso de la xenofobia, de las “buenas costumbres” contra las malas costumbres del “bárbaro foráneo”, de la inmóvil y petrificada identidad yucateca frontalmente amenazada por el “foráneo enemigo”. La prueba empírica, los cambios generacionales, la modernidad galopante de una Mérida cosmopolita que no cree más en homogeneidades y psicologías con olor a púlpito, dicen lo contrario a esta paz oficial, a esta identidad yucateca hilada desde el costumbrismo conservador.
En 2019, la migración de “foráneos” provenientes de la Ciudad de México fue la más numerosa: hay zonas como la Francisco de Montejo, con alta plusvalía, donde gente de extracto medio deciden vivir. No es arriesgado decir que los foráneos jugarán un papel importante, y creo que ya lo están haciendo, en ámbitos de la cultura, la educación y la política en el estado vecino a Quintana Roo. La calidad de este tipo de migración, es muy distinta a la que constamos en Quintana Roo. Hace falta estudios empíricos para entender estas nuevas posibilidades de ser yucateco, enriqueciendo por todos lados la cultura de ese gran estado. Y por eso no podemos entender esos guiños a la xenofobia que realiza el gobierno de Mauricio Vila, pues significa voluntariamente darse un balazo en el pie. Esto, en otras palabras, es posicionarse en un fascismo chapucero, propio de un gobernador y de una élite blanca panista desligada de los actuales procesos de cambios sociales que ocurren en Yucatán: los foráneos tienen derecho como mexicanos legítimos; ellos, con un alto nivel de estudios la mayoría que decidieron avecindarse en Mérida, son un importante elemento dinamizador en todas las áreas neurálgicas de Yucatán: en la cultura, en la economía, en la política, en lo social. No se vale seguir buscando chivos expiatorios para la estupidez represora de ayer, apelando al inexistente “peligro foráneo”.
Un fascismo vestido de yucatenismo
Pero el discurso de la paz y de la psicología pacifista del yucateco contrastado con la inclinación al caos y a las manifestaciones de neurótica violencia que cunde en otros estados –ese es el parecer del gobierno de Vila que ha puesto como asunto primero de su gobierno, la seguridad que cunde en Yucatán-, puede ser leído como una apología de la búsqueda oficialista de la sumisión autoritaria de los disidentes de todo tipo. Esta es la lectura que, con magnífica maestría, ha escrito recientemente Carlos Escoffié, en su columna para Sin embargo, “Hojas en el cenicero”.
La idea de Escoffié, es que esa violenta obsesión yucateca por la paz, esconde un estado de cosas más perverso, donde las últimas administraciones no han tenido empacho en romper con el Estado de Derecho, sustituyendo la necesidad de consolidar este último, por “una necia” cruzada para mantener la paz, así sea con la violencia. Escoffié es exacto en su descripción de la fétida paz de la macana y la gaseosa lacrimógena: “Despojada de adjetivos y de compromisos específicos para alcanzar un Estado de Derecho y la garantía de derechos fundamentales”, el discurso de la paz “se convierte en un chantaje para la obediencia y una excusa para criminalizar a la oposición”. (“La violencia como paz”. Carlos Escoffié. Sin embargo. 20 de enero de 2020).
El discurso de la paz de la derecha panista recuerda mucho al de los porfirianos yucatecos momentos antes de que Salvador Alvarado entrara en 1915 a instaurar el tiempo de la Revolución en Yucatán: frente al “orden y progreso” de la oligarquía henequenera, los esbirros plumas-fáciles de los Molina Solís y Avelino Montes se obsesionaron en contrastarla con las imágenes de terror, de barbarie y saqueo que “la bola” efectuaba en otras partes del país.
¿En verdad eran pacíficos los yucatecos de hace más de 100 años?, ¿querían la paz de los sepulcros henequeneros? Si uno no conocía el vergonzoso esclavismo, la violencia de todo tipo –física, sexual, psicológica y hasta religiosa, pregonando la sumisión a los amos- que existían en las mazmorras de haciendas henequeneras y azucareras, si uno no entendía y no estaba enterado de la violencia que se dio en la Guerra de Castas, si uno no comprendía eso, claro que había pacifismo, paz y orden hecho para beneficio solamente de las clases explotadoras.
Ese viejo discurso es lo que ahora están queriendo construir como una mantra barata los de la derecha yucateca para contrastar la “singularidad” del “país que no se parece a otro”, de la Suiza tropical donde la única bomba es la bomba yucateca, frente a la “barbarie” de otros estados; es un viejo discurso que ahora, con el “peligro foráneo”, bordea el fascismo vestido de yucatenismo: su mejor arma es el discurso de la “seguridad”. Y claro que hay toda una historia de la seguridad en Yucatán, del carcelario control espacial en Yucatán. En un viejo libro de historia, Gilbert Joseph y Allan Wells, hicieron un elogio del tremendo control social que tenía la élite henequenera en sus dominios del henequenal. Podemos decir que, en el Yucatán del henequén, se dieron los cimientos para crear la primera inteligencia policiaca consciente de su exclusiva razón: cuidar la ingente riqueza de los barones del henequén de otro posible levantamiento indígena. En ese sentido, el “pacifismo del yucateco” fue escuela, doctrina y un valor creado por estas élites yucatecas para someter mejor a las masas. Y ese pacifismo, el discurso de la seguridad es lo que ahora está arreando el gobernador pacifista (léase, represor) de Yucatán, como bandera para una posible candidatura presidencial.
Coda: ex intelectuales orgánicos de la otrora Sedeculta priísta de Yucatán y su teatrito de rasgarse las vestiduras
En los comentarios vertidos a la manifestación del domingo y la gaseosa represión que dio muestras el gobierno panista, están las de muchos otrora “intelectuales orgánicos” de la antigua Secretaría de Cultura (Sedeculta) priísta de Yucatán, que en tiempos del priísmo triunfante nunca cuestionaron acción alguna del gobierno tricolor al que respaldaban. Esos intelectuales orgánicos que han estado al servicio de intereses bastardos, de mafias de la pluma enconchados en conocido diario de la “dignidad”, que trabajaron para una cultura mercenaria, hoy se rasgan las vestiduras contra el gobierno represor de Mauricio Vila.
¿Acaso alguno de ellos, premiados por su obsecuencia y su genuflexión a los caciques gordos de su partido, renunció a servir a un gobierno asesino cuando lo de Ayotzinapa o Tlatlaya?, ¿Algunas de esas cacatúas dijo algo cuando el mal gobierno priísta se ensañó contra los manifestantes del paso deprimido en julio de 2011, alguno invocó a la democracia, a la libertad, al buen gobierno, cuando su gobierno corrupto se encaramaba en la soberbia de sus cargos públicos?