Por Itzel Chan

MÉRIDA, MX.- “Al día siguiente fueron por mí unos judiciales. Me subí al carro. Llegamos a una casa. Me pidieron que dejara mis pertenencias. ‘Ahora vas a saber porqué somos judiciales’ me dijeron. Me dejaron en calzones. Me pusieron grilletes y sentía que las esposas me querían romper las muñecas después de tres días. Todo ese tiempo me dieron toques eléctricos, me ponían bolsas en la cabeza y me tiraban agua; me golpearon en los oídos, la cabeza y las costillas. Al llevarme al penal, me dijeron: esta es tu declaración. Yo no quería firmarla porque ahí decían que yo lo maté”, cuenta Shantal Guerrero Romero, quien después de cuatro años, ocho meses, en prisión obtuvo su libertad, tras ser acusada de un delito que no cometió.

“Me conocen como Shantal Guerrero”, responde cuando se le pregunta cómo quiere ser mencionada en esta entrevista que pretende visibilizar la violación de los derechos humanos de las personas transexuales en un proceso penal.

Ella, con seguridad responde que desde los cinco años sabe que aunque nació hombre, es una niña, y a sus 48 años admite que tuvo épocas difíciles, pero su familia siempre la apoyó y fue así como hace casi ocho años conoció a Daniel.

La relación que tuvieron Shantal y Daniel fue muy corta, no porque lo quisieran así sino porque la muerte se interpuso.

Aunque ha pasado el tiempo, Shanty, como la llaman sus amigas, no supera su partida, pues aún llora cuando comparte su historia.

“Daniel siempre fue bueno, pero tenía un problema: era alcohólico y además, farmacodependiente. Yo tenía una estética, iba subiendo como la espuma y a él sólo lo acepté como era. A veces me preocupaba porque tenía delirios de persecución. Fue al Hospital Psiquiátrico y ahí le dieron unas pastillas, pero luego él comenzó a tomar más de la dosis y no dejaba el alcohol”, narró.

Aunque había adaptado cada uno su vida al otro, una peripecia los alcanzó:

“Un domingo tenía que despertar muy temprano porque tenía que maquillar a unas personas para un bautizo. Él se levantó, fue por sus cervezas. Tomó mucho ese día. En la noche no quiso cenar y yo me fui a acostar, estaban pasando ‘Pequeño Gigante’, me acuerdo muy bien que Jesy & Joy cantaron ‘Corre corazón’, Desperté cuando estaba ya ‘Televisa Deportes’, fui al patio y yo creí que Daniel estaba jugando porque le hablé y no respondió, lo toqué y Daniel no reaccionaba. Comencé a gritar, vecinos y mi mamá me escucharon. Daniel había muerto”, recordó con una voz quebrada, esa que escuchas en las personas y nunca sabes qué decir.

Shantal reconoce que fue un error sacarlo de la piscina de la casa, esa misma que habían disfrutado juntos tiempo atrás. Así que después llegó una ambulancia, sólo para que los paramédicos confirmaran que se trató de una congestión alcohólica.

Lo que sería una odisea para ella, comenzó cuando llegaron familiares de Daniel, entre ellos un hermano que es judicial.

“No me creyeron cuando les conté lo que pasó. Su familia nos sacó de la casa a los que estábamos y luego se llevaron el cuerpo de Daniel. Me dijeron que ni se me ocurriera asomarme al velorio ni al entierro porque yo para su familia no valía nada”, dijo.

Sin embargo, una amiga suya le sugirió que se fuera con ella a casa y al día siguiente le harían una despedida simbólica en el mar a su amado, hecho que no pudo llevar a cabo, ya que recibió la llamada de los judiciales.

“Me dijeron, te vamos a dar la oportunidad de despedirte de él, necesitamos que reconozcas su cuerpo. Caí en la trampa. En el camino me dijeron ‘agáchate, la familia de él está cerca’ y fue así como me llevaron a una casa donde me iban a torturar. Había sólo una ventana y una banca de las que hay en las iglesias, un colchón viejo y un ropero”, compartió.

En esa misma escena que ella tiene por recuerdos, asegura que estuvo por tres días, con esposas y grilletes que por si no fueran suficientes, también recibió severa golpiza en diversas partes de su cuerpo, durante varios episodios; además, Shantal asegura que no se trató de los mismos judiciales, sino que llegaron por grupos y al parecer todos se divertían como si fueran apuestas para saber quién la hacía sufrir más.

Luego de ese periodo, la trasladaron al penal y ahí ella leyó la declaración que le dieron a firmar:

“La veo con la mirada y dije: esto no pasó. Pusieron que yo lo maté. Que estábamos en una fiesta y yo le dije ‘Daniel, ya no te amo, te voy a dejar’, que según lo golpeé y ahogué en la piscina. También dijeron que me agarraron en la carretera Mérida-Cancún porque yo estaba huyendo”, contó como parte de la declaratoria que le impusieron.

Tras este hecho, estuvo en arraigo durante 30 días, sólo bajo la luz de una lámpara gigante que le entorpecía saber si era de noche o de día, sin ver a su familia y sin saber cuál era su situación legal.

La mujer que a pesar de todo sigue sonriendo, contó que tuvo una esperanza verdadera cuando llegó una persona de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) a visitarla.

A pesar de que Shantal por temor no dijo absolutamente nada de lo que le sucedió antes de llegar al penal, fue evidente de que algo no estaba bien con su caso, por lo que esta persona documentó lo que veía, tanto la mirada de terror que la mujer tenía, como las señas de los golpes que había recibido.

Luego de eso pasaron más días y Shantal creyó que ya estaba en la cárcel y en medio de su confusión, un día luego de tomar un refresco, se quedó con la lata, para luego destruirla y usarla como la única arma que la podía salvar de este sufrimiento.

“Me corté las venas porque no aguantaba más. Se me estaba yendo la vida en ese lugar. Cuando los policías se dieron cuenta, entraron y dijeron: este ‘jijueputa’ no se puede morir acá, nos va a meter en una bronca. Así que me llevaron con un doctor y llegaron unos licenciados que según estaban defendiendo mi caso y yo ni los conocía”.

Aun así, al borde de un suicidio, le insistieron para firmar una declaración que no le correspondía y al negarse, de nueva cuenta le propinaron una golpiza, por lo que no le quedó de otra que ceder su rúbrica.

“En ese momento estaba declarando mi sentencia y fue así como de trasladaron al Cereso (Centro de Readaptación Social) para varones”.

Y aunque el Cereso, muchos lo consideran un sitio también de terror, Shantal apenas comenzó a sentirse a gusto, pues fue ahí donde verdaderamente encontró a personas que se interesaron en su caso y en donde se buscó la manera de que se le tomara su declaración real.

Sin embargo, compartió para Noticaribe que le tocó convivir con cerca de siete chicas transexuales, todas violentadas, incluso, presenció la muerte de una.

“Recuerdo el maltrato de una, ‘La Nahomi’, era de Honduras. La golpearon tanto que luego se la llevaron a rastras a un módulo y la encerraron por seis meses. Luego, una amiga me dijo: ¡Mataron a Florecita! Y en el reporte que dan, pusieron que se ahorcó por depresión, pero no, estoy segura que a Florecita la mataron. Luego sólo entregan el cuerpo a la familia en una bolsa y di que te fue bien”, recalcó.

Además de todas las anomalías que ella describió, dejó ver otras en las que se percibe que hay una división entre los reos que cuentan más recursos y los que no, puesto que ella, al llevar su servicio de estilismo dentro del Cereso, comenzó a generar dinero y fue así como reunió la cantidad de tres mil 600 pesos para tener una celda para sí sola, con tal de sentirse más cómoda.

Shantal, pese a todo, sonríe cuando recuerda su paso por el Cereso, pues cuenta que ahí hizo muchos amigos y además dio vida a algunos festivales que se llevaron a cabo.

“Incluso a veces voy a visitar a los amigos que ahí dejé”, concluye.

No obstante, fue hasta que la Suprema Corte de Justicia de la Nación se enteró de su caso, se comenzó la comprobación de pruebas y al no encontrar verdaderamente su participación en el asesinato de Daniel, quedó libre.

A tres años de la libertad de Shantal, aún no se le aplica Protocolo de Estambul, el cual consiste en investigación de Tortura, Castigos y Tratamientos Crueles, mismo que fue instruido por la Suprema Corte.

No obstante, justo es lo que busca Amelia Ojeda Soto, coordinadora jurídica de la Unidad de Atención Sicológica, Sexológica y Educativa para el Crecimiento Personal (Unasse).

Para Amelia, la violación de derechos humanos de las personas transexuales es más común de lo que conocemos en México.

“Lo primero es que cuando sucede un hecho delictivo, cualquiera que sea, desde un robo hasta un homicidio y hay una persona trans involucrada –incluso si sólo pasaba por allá o es pariente de alguien involucrado- afloran los prejuicios de las autoridades encargadas de la investigación y acceso a la justicia y consideran que esa persona, por alguna razón es culpable”, aseveró.

De igual forma, aseguró que desde la Fiscalía General del Estado, la Policía Investigadora, hasta las instancias de impartición de Justicia, como el Poder Judicial, tienen que ver con este tipo de fallas en los procesos.

“Esto es violatorio de Derechos Humanos porque para poder decidir quién es culpable, se debe iniciar una investigación y no por las ideas que se tienen de quien no se ajusta a una norma social, por supuesto que tiene que ser un pervertido, delincuente o capaz de cometer un acto ilícito”, apuntó.

Asimismo, precisó que con frecuencia se recurre a la tortura para que las personas transexuales acepten hechos que no cometieron.

“Se arma una maquinaria social porque los medios de comunicación, en las notas que emiten sobre el caso, llevan una narrativa que deja ver que esta persona es la culpable y se genera un mensaje social”, añadió.

En este sentido, dijo que se trata de una criminilización social y procesal, por lo que hay muchas personas transexuales recluidas en penales por crímenes que no cometieron.

En el caso de Shantal, así como de otras personas, se busca una reparación y reconocimiento por parte del Estado, de un hecho que generó daños físicos, emocionales y mentales.

Algunas de las instancias que estarían presuntamente involucradas en este hecho serían la Sala del Tribunal Superior de Justicia del Poder Judicial, la Defensoría y la Fiscalía General del Estado.

Cabe señalar que aunque Amelia ha intervenido en el caso, le ha tomado más de un año y medio reunir todo el expediente de Shantal y dijo que cada día se enfrentan a la burocracia, en esta ocasión sumada a la presencia de coronavirus (Covid-19) que ha detenido varios procesos.

Por otra parte, el informe “Mujeres trans privadas de libertad: La invisibilidad tras los muros”, publicado recientemente por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés), denuncia que esta población está sobrerrepresentada en las prisiones y suele ser mayormente por delitos vinculados a las drogas.

En México, sólo hay datos disponibles de la Ciudad de México, que muestran que son mujeres trans más del 30% de las personas Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans o Intersexuales y otras diversidades sexuales (LGBTI+), es decir, 150 de las 450 que se reconocen así y están en prisión.

Además, regularmente se decide ingresarlas en penales varoniles o femeniles de acuerdo con sus genitales y no con su identidad sexual.

Sólo en la capital del país les consultan su preferencia, y pueden ingresar a un centro de mujeres sólo si ya tienen una identificación oficial con su cambio de género.

A nivel mundial, las mujeres trans han sido sujetas a la discriminación, la criminalización y la violencia institucional. A menudo, enfrentan exclusión social, violaciones de sus derechos humanos y transfobia. Estos factores las conlleva, en muchas ocasiones, a trabajar en economías informales altamente criminalizadas, como el mercado de drogas, el trabajo sexual o el sexo por supervivencia. Como resultado, son perfiladas por la policía como peligrosas, haciéndolas más vulnerables al abuso policial y a ser encarceladas. (Noticaribe)

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