Finalmente, la semana pasada terminó la parálisis en el Congreso de Quintana.
Los morenistas, peleados entre sí un día sí y otro también, acordaron una especie de tregua que permitiría a Reyna Durán terminar su periodo al frente de la bancada guinda, y de paso mantenerse a la cabeza de la Jugocopo.
A veces se olvida, pero Morena junto a sus supuestos aliados (PT y PVEM) tienen la mayoría simple en el Congreso y podrían provocar cambios. La realidad, sin embargo, es que ni solos ni juntos han hecho algo.
El primer año, en el que por un acuerdo de bancada Morena preside la Junta de Gobierno y Coordinación Política, no se ha hecho algo relevante para cambiar la percepción ciudadana de que los diputados son una carga para la sociedad.
Por mucho, esta legislatura ha quedado a deber a Quintana Roo, pero el papel de Morena ha sido el más lamentable de todos los grupos políticos.
Sumido en pugnas tribales, los morenistas han hecho todo lo posible para sabotearse en un afán de tomar el control del Congreso para supuestamente lograr un beneficio de grupo de cara a la sucesión de 2022.
Así están los seguidores de Marybel Villegas, los de Mara Lezama, los de Luis Alegre. Todos pensando en sus intereses personales y picándole la panza al vecino.
Unos quieren ser gobernador, otros alcaldes; otros se conforman con simplemente repetir en el curul. ¿Y los intereses de Quintana Roo? Esos no son importantes hoy.
En septiembre, Morena tendrá que entregar la Jugocopo a los verdes, y para el tercer año le tocará cerrar en esa posición al PAN.
A Morena ya se le fue el tren para brillar y marcar agenda. Sólo le quedan 4 meses en la Jugocopo y a pesar la tregua, siguen las disputas y los golpes bajo la mesa.
Y todo esto ocurre en medio de la peor crisis mundial provocada por el virus de Wuhan.
Nada puede esperarse de este grupo de pequeños hombres y mujeres que ocupan un curul frente a la Bahía de Chetumal.
Ni pichan, ni cachan, ni dejan batear. Así la historia de Morena en el Congreso de Quintana Roo.