Las elecciones de Coahuila e Hidalgo, en donde Morena fue arrollado y anulado por el PRI, dejan en claro que nunca hay que dar por sentado algo, menos en política donde todo está en constante cambio y pocas cosas permanecen por mucho tiempo.
En Coahuila, Morena no ganó ni uno de los distritos electorales en juego y en Hidalgo apenas obtuvo 6 de las 84 alcaldías disputadas.
El PRI se llevó casi todo y muchos se apresuraron a celebrar su triunfo, pero la realidad es que los conflictos internos de Morena le pasaron factura porque la sociedad los percibe como un partido altamente conflictivo, sin organización alguna.
Y es aquí donde el resto de los estados donde en 2021 se realizarán elecciones, incluyendo Quintana Roo, deben realizar un nuevo ejercicio de reflexión y medición porque ni Morena es la aplanadora que muchos insisten en inflar ni la oposición está totalmente desaparecida.
En Coahuila e Hidalgo fue el PRI, pero en otros estado puede ser fácilmente el PAN, el PRD o Movimiento Ciudadano, donde sus gobernadores pues nadie imagina que se quedarán como convidados de palo.
Además, en el caso de Quintana Roo, en las urnas estará la calificación de los tres primeros gobiernos morenistas en Cancún, Solidaridad y Chetumal, que han quedado a deber a los ciudadanos que optaron por el “voto parejo” y se han llevado grandes decepciones.
En el Congreso, los diputados de Morena han sido una nulidad, además de que desperdiciaron todo el primer año que tuvieron a su cargo la Jugocopo por sus conflictos y diferencias internas.
Y como partido, están convertido es un nido de víboras donde los grupos son incapaces de ponerse de acuerdo en algo porque todos buscan el poder a toda costa.
Morena no necesita enemigos ni oposición. Con ellos solos basta y sobra.
No hay nada en firme ni seguro para nadie, aunque sí una gran ventana de oportunidad para sus rivales. Y por eso no se puede cantar victorias anticipadas.
Nada está escrito a menos que desde ahora se haya claudicado y negociado. Y eso habrá sido un error.
