POIESIS | Pesadilla nostálgica | Por Itzel Chan

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El olor a comal caliente es para algunas personas un gesto de nostalgia, pero en mí provoca repulsión y una taquicardia involuntaria.

La comida a leña la aborrezco; el café en días lluviosos me es absurdo.

-Debes visitarla- me dice mientras sale del baño y sirve vino para ella y para mí, que por cierto, me sabe salado.

No soporto escuchar por tiempo tendido cuánto me habla de lo lindo que es su padre, lo cariñoso que es su hermano, lo atenta que es su madre y sobre todo, lo tierna que es su abuela.

-Cuando muera, quiero creer que se convertirá en polvo de estrellas- insiste de manera estúpida.

Yo, mientras tanto, ideo formas de cambiar de identidad. Me dejo llevar por el susurro de un grillo que debe estar escondido en nuestro clóset, es el lugar favorito de los insectos que entran a casa.

De manera repentina siento la acostumbrada succión súbita que viene desde el suelo. Me quema la lava, que al mismo tiempo comienza a rebosarme hasta el cuello. Escupo el primer sorbo de vino que tomé y me arrepiento de ello.

Me falta la respiración. Me asfixio cuando veo volar los vidrios de las ventanas.

Un trozo de cristal frío me perfora el ojo derecho.

Su risa me pellizca el tímpano.

– ¡Cállate! – trato de decir mientras siento mi lengua hecha trozos sin que se desuna.

El techo gotea sangre y se acumula delante de mis ojos en este instante que ruego por mi muerte. Se amontona hasta tomar forma humana.

– ¡Maldita sea! Eres tú otra vez. ¡Desaparece jodida vieja! – intento enunciar, pero mis dientes se revuelven con la carne atropellada de mi principal músculo en el cuerpo.

– ¿Quieres un caldo caliente? – la oigo decir y no deja de reír como un gato lastimado.

No puedo hablar y sé que sólo se burla de mí. No quiero ese caldo, no lo quiero porque sólo recuerdo las tantas veces que me obligó a asesinar a los perros que se acercaban a casa.

En la cuadra había uno pequeño que yo trataba de esconder de sus ojos, ignoro su raza pues nunca fui dedicado a estudiar curiosidades, no conocía ni a su dueño ni su nombre, pero para mí podría llamarse Rulfo.

Ella, la muy perra, sabía cuánto me agradaba ese animal, pues siempre llegaba, se acercaba a mis pies cada que salía a la banqueta a contar el polvo mientras inventaba formas de huir.

Un día regresé de la escuela y Rulfo estaba atado al tallo de ese árbol de papayas. Tuve miedo. ¡Claro! ¿Cómo no iba a tenerlo si siempre supe que estaba loca?

Antes de decirme cualquier cosa, sólo la vi salir a recibirme con un cuchillo en mano.

-Mátalo- ordenó.

A mis 10 años y frente a ella, mi principal miedo era que si no lo hacía, quizá el que terminaría con las tripas de fuera sería yo.

No sabía si la odiaba más a ella o a mi mamá y papá por haberme abandonado en su casa como si de algún tipo de venganza hacia mí se tratara.

He olvidado todo, sólo, como escena siguiente me repaso sentado en la mesa con las manos aún temblorosas y los párpados hinchados de tanto chillar.

-Come tu caldito de patitas salteadas, con hígado en cilantro- pronunció la muy puta como si de cocina supiera algo.

La tercera escena que odio recordar es haber vomitado después de la primera cucharada y, por si fuera poco, veía en su mirada la diversión cuando repasaba la cuchara sobre mi barbilla mientras recitaba: en esta casa no se desperdicia nada.

– ¿Quieres un caldo caliente? – repite esa voz hueca.

Me concentro. Sé que la lava que siento en los pies no es más que mi propio orín que se escapa de mi cuerpo cada que sueño con ella. La he odiado desde antes de nacer.

– ¡Despierta, cariño, despierta! – me dice con ese seseo tierno que me salva.

-Seguro fue otra vez una de tus pesadillas, que no sé por qué te niegas en contarme- agrega.

El cabello se le ha secado. Luce tan bella. Esta noche le haré el amor y pensaré en ella quizá; dicen que si canalizas el odio de una mejor forma puedes sanar. Seguro será más fuerte esta noche.

Pobre de mí, a lo mejor la ridiculez es cosa de familia.

 

 


Itzel Chan

Tal como mi presentación en Twitter: Tabasqueña de corazón, orgullosamente mexicana. Me apasiona el color, las noches y un amor.

Como título profesional, soy Lic. en Comunicación por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT) y actualmente estudiante de la Licenciatura en Teatro por la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY).

Con más de 10 años de experiencia como periodista en periódicos de Tabasco, Quintana Roo y ahora corresponsal de noticias desde Yucatán para Noticaribe.

Siempre juego a escribir.

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