Por Rodrigo De la Serna
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–¿Viniste a jugar conmigo, Manuel?
–Me llamo Juan abuelita y… es que… pues un señor negro con unas palabras muy chistosas quiso un viaje pa’ca’, y mi tío Ignacio aceptó, y… porque no habíamos acurruñado nada en muchos días, y aunque había norte muy feo mi papá dijo que estaba biem, pero que nomás hasta Tan Káh y… y este mapache me gusta un chorros, ¿será que me pueda quedar con él?
–Sí claro, pero dime ¿te llamas Manuel, verdad?
–No abuelita, me llamo Juan, Juan Vega, Juan Bautista Vega Loria pa servirle a usted, y ya voy a la primaria.
–Ah, muy bien. ¿Dónde?
–En Cozumel, abuelita, y… ¿a qué horas voy a platicar con mi mamá?, no sé si ya haya terminado de lavar.
–¿Y quién más venía con el señor negro?
–Nadie, él llegó solo abuelita, y con el dinero del viaje vamos a pagar lo que debemos y… mi papá dijo que me iba a comprar ropa nueva.
–Ajá… ¿y no te mandó Manuel Nauat o Bonifacio Novelo?, ¿no se te apareció José María Barrera para que me trajeras algo?
–No sé abuelita, no conozco esas personas, abuelita: tengo hambre, se me antojó el boquinete ése que dijiste.
–¿Y dónde está tu papá?
Un silencio se alzó como una cortina de vidrios rotos muy cerca unos de otros. Todo el niño se oscureció, el desamparo le cayó encima como azotes obligándole humeantes lágrimas a sus ojos cerrados.
–…Lo mataron… en la playa… con… una… una lanza… lo… lo ensartaron… y… a… a mi tío…–
De ahí en adelante, en el mundo real y en la realidad aparte, todo lo que siguió fue llanto in crescendo. María Uicab suspiró rotunda; se apagaron 27 velas. A la matriarca le dieron inmensas ganas de abrazar al niño llorando y decirle: “Ya no llore mi niño Manuel, ya no llore, que aquí está su Noh Chi’ich (su abuela) pa cuidarlo siempre.” Pero la anciana sacerdotisa no lo hizo y se limitó a acariciarle la cabeza, murmurando algo que sólo el niño escuchó. Entonces a Juan Bautista alguien le rascó un dedo del pie. Una pregunta sonriente lo sacó del ts’onot, pozo negro y hondo, como si una mano gentil lo sacara de los pelos del agua, donde ya iba en picada como estatua de piedra hundiéndose en el dolor.
–¿No me puedes conseguir un banano?, tengo ganas de un banano hija, uno nada más…–
Al quedar sus ojos sin la arena del llanto, se vio en un patio, parecía una casa bonita frente al mar de Cozumel; al oír al mapache hablándole como si nada hubiera pasado, al contemplar al pardo animal, en Juan Bautista se detuvo el avance del desamparo; sorbiéndose varias veces la mucosa blanquiverde que le brotaba de la nariz, dejó de sentir que iba a morir de pena. Poco a poco le regresó la luz al rostro y se puso a jugar con el mapache.
–Óyeme biem Florencia: a ti te encargo me cuides a este niño de ‘ora en delante, le das de comer, que no lo toque nadie; orita amárralo debajo del ka’an cheh (huerto) que está junto a mi casa; que ahí se esté hasta que yo te diga qué hacemos luego con él. En tantito se le quite el habla del atole, va a caer dormido como piedra, y no quiero que se caiga aquí, llévatelo de una vez –le encargó María a su sobrina y se puso de pie con lentitud.
Vio que su sobrina se mordía el labio inferior con dureza; no le había gustado para nada que le encargaran al muchacho. Y salió el reclamo:
–¿Por qué yo y no cualquiera de las demás?, ya mucho quehacer tengo pa andar ora de pilmama de… un tejóm… que anda todo meado y… a la mejor hasta es un huache: ¡no es un macewal!
–Eso es lo de menos, digo te hagas responsable porque ya va siendo hora que te sientas algo diferenciada, más mujer, y sobre todo si andas piensamentando en hombre… mucho máuser, mucho machete, pero ¿desde cuándo no cuidas a alguien? A ver si te reacuerdas de quién te arrimó a su casa entre tanto muerto… lo que hay qué hacer con los nenés vengan de onde vengan, y del color que tengan sus papases…–
Florencia palideció. Esas palabras que duramente respondió María eran una sencilla metáfora de lo que su tutora había hecho por ella, cuando su madre murió y María tuvo que criarla entre penurias y vigilias, porque entonces no era tan respetada. Ella enfrentaba la guerra contra abusadores blancos, y a la vez contra algunos de los suyos, más aún a partir de su nombramiento como Nohoch Chiich Xuuna’an (santa patrona) de Tulúm. De muchos lados llegó beneplácito y apoyo; pero de otros sólo el silencio del desaire, no les parecía que María Uicab defendiera integrar a filas y comunidades rebeldes, a toda gente dispuesta a no seguir siendo esclavo de nadie, y eran bastantes: chinos, salta pa’tras, criollos, sambos, garifunas, huaches desertores, incluso campechanos y yucatecos disidentes del régimen criollo… y cuidar de su descendencia si la llegaban a tener. Florencia era hija de un refugiado garífuna, un perseguido desde el sur de las Honduras Británicas, luego se había casado con una cuñada de María, años más tarde ambos cayeron en batalla. La bella sobrina de María Uicab no dejaba de morderse el labio inferior; en su rostro había un rubor excedido, miraba a su madrina con una mezcla de confusión y arrepentimiento. Solamente atinó a musitar como hacía de más niña:
–Perdone tía María, tiene usté razóm, ya no volveré a transgiversarla.”
FCP Zona Maya, 2004
La Bellavista SMA, 2021