La invasión extraterrestre comenzó la mera tarde en que Ernesto se citó con Julio para confesarle su homosexualidad. Muy buenos amigos del trabajo, habían obtenido éxitos en aquella misión para la que tuvieran que integrarse en equipo y cada uno sabía todo lo necesario acerca del otro, o al menos así lo percibía Julio, ignorante del secreto que Ernesto -al tanto de la asimetría que significaba conocer personalmente a la novia de aquél- se disponía a romper. En ello consistía su reserva, por supuesto, y no en un eventual rechazo de Julio a su amistad debido a la revelación, tan perfectamente lo conocía (Y éste no era un cálculo de Ernesto: Es una aseveración categórica de este narrador omnisciente). La cuestión, luego de tantos años, eran las circunstancias.

Al igual que los europeanos¹, Ernesto practicaba una ferviente devoción por la planificación estratégica. Se hallaba indeciso entre 3 procedimientos muy meditados para comunicar su orientación: La primera opción sería la rutina habitual del final de viernes, cuando salían de la oficina para echarse unos taquitos campechanos (carne asada y longaniza combinadas, por lo regular) con agua de maracuyá; y de ahí encaminarse por la Plaza de Armas de Villahermosa a conversar lo que fuera hasta la despedida en la parada de las combis. Pero Ernesto no deseaba que una maravillosa costumbre se echara a perder en la mente de ambos; temía, por otra parte, que Julio supusiera que la misma sólo se había establecido como una vulgar trampa de seducción. La segunda opción sería durante una vigorizante y poco frecuente serie de actividades de macho, como el bar en vez de la taquería, un salón de baile en vez del Centro Histórico de la ciudad y un table dance en vez de la terminal de microbuses. Según Ernesto, el contraste entre las actitudes que demandan esos lugares y la que quería mostrar realmente, propiciarían la más natural de las dudas en Julio, quien no vacilaría en expresárselas a su mejor amigo. Aquí el riesgo era obvio y peor: Que el machismo in crescendo del recorrido, al revés de lo esperado, provocara la más iracunda, despectiva y tajante de las reacciones, agravada por una multitud a un tiempo instigadora y participativa. La tercera opción sería sugerir eventos de suficiente ambigüedad homoerótica, apenas insinuada, apenas un subtexto, para galvanizar una respuesta más favorable o, si acaso, menos negativa. Por ejemplo (Y disculpen los estereotipos utilizados, con fines meramente expositivos, por la presente voz extradiegética), un musical protagonizado por marinos en altamar, un jaripeo de charrería -sin escaramuzas, claro está-, la visita a los vestidores del club de béisbol luego de un juego, la porra de un concurso de belleza, en fin. El único inconveniente radicaba en la ocasión: Para el teatro y el cine escaseaban las obras de este estilo; la temporada de la liga iniciaría dentro de 4 meses -y aún por resolverse el asunto de departir con los jugadores durante su aseo-; y convencer a Julio de apoyar a gritos a una aspirante de Miss Alguna-Institución/Localidad/Flor se veía más difícil que ejecutar el plan entero.

Los europeanos, decíamos, o al menos los comandos militares de su Primera Potencia coordinando a las 9 u 11 siguientes en sus registros –“mundiales” para ellos, lunares para nosotros-, contemplaron los programas espaciales de las primeras 5 ó 6 potencias de nuestro planeta bostezando ruidosamente: Cuando nosotros alunizábamos sobre nuestro único satélite, existían civilizaciones jovianas aun en el más pequeño de los suyos. Indiferencia todavía cuando observaron el paso cauto de una sonda tras otra e incluso el primer humano pisando la superficie de Marte sin que sospecháramos siquiera de su existencia. Pero cuando se completó exitosamente la ecopoiesis del Polo Sur marciano, tras una larga estadía de 32 mil personas dentro de una instalación en las estribaciones occidentales del Monte Olimpo, la lógica de una futura invasión al siguiente planeta más viable -alimentada por reportes de Inteligencia respecto al comportamiento histórico de las conquistas humanas- abrió los sobres de protocolos alistando la contraofensiva. E igual que Ernesto, decíamos también, hubo qué decidir entre 3 despliegues-relámpago: 1).- Se destruiría la colonia en Marte, imposibilitando cualquier posibilidad de aprovisionamiento exterior e inutilizando los recursos naturales, de manera que la simple idea de un retorno o una represalia quedara erradicada para siempre del espíritu humano; 2).- Se colonizaría la Tierra -el deseo expreso de la mayoría de la población europeana desde el fin de su Sexta Guerra Mundial-, no sólo exterminando definitivamente la amenaza, sino obteniendo 2 planetas a su servicio con un solo movimiento; y 3).- Un esfuerzo conjunto que hostilizara ambos planetas al grado de forzar a un tratado de paz eterno e inmutable pero muy favorable a los intereses alienígenas. En los 3 escenarios, la objeción residía en los costos, que escalaban según fuera más ambicioso el propósito, y en la polarización de la opinión pública, mayor a medida que el dilema entre aislacionismo e intervencionismo inclinaba el respaldo hacia alguno.

Total, que a diferencia del diligente Alto Mando de Júpiter, que aprobó a la brevedad el escenario 2 bajo la condición que, una vez destruidos los insumos indispensables para la exploración espacial humana, todos regresarían a casa; Ernesto dejó transcurrir 6 semanas, optando por la alternativa de la rutina: Después de todo, rechazo o no, nada sería igual entre ellos -a causa, insiste quien esto redacta, del secreto y no de sus preferencias carnales- y era probable que la propia rutina se desvaneciera gradualmente. De modo que un último paseo antes de esa, digamos, ruptura quedó como la idea ganadora de las múltiples y muy extensas peleas entre otras, desde hablarlo sin ambages en la oficina a inicios de semana para mirar sus cambios hasta callar, siempre callar, no exhibir nada y desaparecer al día siguiente que florecieran las interrogantes legítimas de Julio por su soltería desprovista de mujeres. 6 semanas perfilando la ruta, la charla, el momento cumbre sobre la terraza que da al Malecón del río Grijalva, desde la cual el niño Ernesto saludaba con tal brío a las embajadoras trepadas en sus barcos alegóricos que ellas se fijaban en él y le mandaban besos que él devolvía no deseándolas sino imitándolas, imaginándose en su sitio, empapando de sudor un vestido de gala y coronado de brillantina y fijador para el cabello; el momento cumbre de insinuarle, primero, de preguntarle “hipotéticamente” después, de confesarle a Julio finalmente que le atraen sexualmente los hombres, no él que lo ve con ojos de hermano, pero sí uno que otro en el edificio de departamentos, en la oficina y en el plantel donde está por terminar su doctorado en Derecho Procesal Internacional, y por qué nunca se le ocurrió decírselo así nomás. 6 semanas litigándose dentro de su cabeza, argumentando y contraargumentando, mejorando las palabras y las frases, la inflexión y el ademán, desconociendo que las Fuerzas de Defensa Europeanas, mientras se aproximaba la fecha y la hora fijadas para la invasión a la Tierra (Que desafortunadamente permanecen como información clasificada, pues aunque los registros precisos del primer ataque pueden consultarse en Wikipedia, se determinó más tarde que en realidad la ofensiva tuvo que adelantarse porque el dispositivo enviado a interrumpir las telecomunicaciones casi arruina el factor sorpresa), ajustaban los detalles más nimios para joder ese momento exacto.

Dado lo cual, la pregunta no es qué sucedió a continuación, archiconocida la respuesta gracias a la abundante explicación consignada en los libros de texto sobre historia universal; sino qué hubiera sucedido si el acontecimiento tan minuciosamente barruntado por Ernesto, bastante más heroico que muchos episodios de la Resistencia posterior y que resultó ser el punto jonbar cuyo relato contrafactual sustenta la novela a punto de leerse, se hubiera efectuado de otra manera.

 

¹Habitantes de Europa, la más avanzada de las innumerables lunas de Júpiter. No confundir con los europeos, habitantes de Europa, el más sojuzgado de los continentes de La Tierra.

Mayo 30, 2021.

 


Otros textos del autor

Comentarios en Facebook