VERACRUZ, MX.- Las olas rompen en una puerta de metal que es parte del cercado en una casa de descanso; más al norte, unos baños de concreto de lo que fue una palapa para bañistas yacen inclinados en la arena. Y más al sur, una casa está en riesgo de caer porque el golpeteo de las aguas ha socavado sus cimientos, publicó La Jornada.
Todas estas construcciones, o lo que de ellas quedan, se encuentran en Las Barrancas, un pequeño poblado de pescadores del municipio de Alvarado que es engullido por el mar con cada norte que azota el Golfo de México. Según los pobladores, en los 10 años recientes el mar ha avanzado unos 150 metros sobre lo que fue la zona de playas, un carril vehicular y una línea de 20 terrenos de propiedad privada.
Nancy Liseth Ochoa Tello, presidenta de la cooperativa de pescadores Barranqueña del Golfo, exclama: “El mar sigue buscando salirse y ya no sabemos qué hacer”.
Las Barrancas, junto con las comunidades Mata de Uva y Playa Zapote se encuentran en el sur de la zona conurbada Veracruz-Boca del Río y conforman unos cinco kilómetros de playa. Aunque las tres han sufrido el avance del mar, la peor parte la ha sufrido Las Barrancas.
“En el año reciente, 15 viviendas fueron socavadas por la marejada y las familias debieron abandonarlas”, relata la mujer, quien ha hecho gestiones ante los gobiernos federal, estatal y municipal, hasta ahora infructuosas, para que se elabore un proyecto de construcción de espigones para detener el mar y recuperar unos metros de playa.
“Este pueblo va a desaparecer”
Recostado en una hamaca suspendida debajo de una palapa se encuentra Feliciano Ochoa Quevedo, pescador. Cuando los visitantes se acercan, aparta la vista del mar, se incorpora a medias y suelta:
“El mar nos está acosando y no sabemos para dónde vayamos a tener que correr. El gobierno no nos quiere ayudar; ya le hemos hablado a muchas personas, y nada, no nos hacen caso”.
El hombre, de 79 años de edad, relata que en las décadas de 1980 y 1990 las playas de Las Barrancas estaban entre las más visitadas por los turistas en verano y Semana Santa. Se llenaban de vacacionistas procedentes de las ciudades de México, Puebla, Orizaba, Córdoba y Veracruz para bañarse en el mar, frente a su terreno.
“Desde aquí hasta Antón Lizardo era una sola hilera de carros. La gente del pueblo ponía su venta y todos acababan. Vendían pescados, empanadas de minilla. Yo aquí (donde hay una choza de madera y descansa una lancha) tenía un restaurantito y todo lo vendía, pero todo se acabó. Si las autoridades no nos ayudan, este pueblo va a desaparecer”, lamenta.
En 2014, el entonces gobernador Javier Duarte de Ochoa (preso por desvío de recursos públicos) inauguró la primera de siete escolleras del programa Rescate de Litorales. Las otras seis nunca se construyeron.
En octubre de 2021, habitantes de Las Barrancas se entrevistaron con integrantes de la Comisión de Recursos Hidráulicos del Senado. La legisladora Gloria Sánchez Hernández se comprometió a dar seguimiento al asunto. Pero sólo envió un oficio a la Secretaría de Marina para pedir un estudio técnico sobre el problema y se desentendió.
Antes de eso, los habitantes de Las Barrancas buscaron al gobernador Cuitláhuac García Jiménez. En 2020, el mandatario visitaba una comunidad vecina para grabar un mensaje para su informe. Nancy Ochoa lo convenció de recorrer la zona afectada.
“Ustedes lo que necesitan son unos chalecos salvavidas”, les soltó el gobernador a bocajarro. La respuesta desilusionó a la mujer.
Feliciano Ochoa no conoce vida fuera de Las Barrancas. Su orgullo es ser pescador, como su padre, y haber formado hijos pescadores. El terreno donde vive tenía mil metros cuadrados y cuando lo adquirió no estaba cerca del mar, sino a 150 metros. El pescador calcula que su terreno ya debe de tener sólo 800 metros; el resto ya está bajo el agua.
La palapa en la que ahora descansa Ochoa Quevedo estaba unos metros adelante, pero dos veces ha tenido que recorrerla tierra adentro debido al avance del agua. Mientras conversa, el mar golpea una fila de neumáticos atados con una cuerda de plástico, un intento inútil por detener el avance de las olas.
“He puesto costales (rellenos de arena), pero el mar los desbarató, y hace como un mes me trajeron una camionada de llantas, pero no es suficiente. Este fin de semana hay un nuevo norte (se esperan vientos hasta de 100 kilómetros por hora y oleaje alto). En unos 15 o 20 días, el mar va a derrumbar esta palapa”, advierte.
La única esperanza para este hombre es que el gobierno sea sensible y coloque un espigón que permita a la comunidad recuperar un poco de playa.
“Hasta que el mar nos tumbe la casa”
No es tiempo de guerra, pero Pioquinto Román Reyes, de 62 años de edad, prepara una trinchera. A unos 50 metros se le ve ir y venir con una pala y bultos de arena.
Con ayuda de su sobrino Yamir, de 12 años, acomoda costales de arena alrededor de su casa. La idea es poner tantos como sea posible antes de que el próximo norte toque las playas del Golfo de México y su vivienda se desmorone como terrón de azúcar en una taza de café.
“Estoy tratando de reparar los cimientos de la casa para aguantar el norte anunciado para el fin de semana porque viene bravo (se esperan rachas hasta de 100 kilómetros por hora). En cada norte, tengo que poner llantas y costales, para atajar el mar”, dice en un breve descanso.
Hace 15 días una marejada provocada por un norte se llevó la casa de su hijo y socavó los cimientos de la vivienda contigua, que es la suya. Desde entonces, sólo viene por horas a pasar el día, y en las noches se va con otros de sus hijos a una casa que habilitaron en El Bayo, un poblado vecino.
Durante la más reciente visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a la escuela naval Antón Lizardo, en Alvarado, un grupo de mujeres pescadoras lo interceptó.
“Señor Presidente, en Las Barrancas está a punto de pasar lo mismo que en la comunidad de El Bosque, en Tabasco, donde el mar desapareció más de 40 casas y una escuela”, le dijeron.
El mandatario las escuchó y prometió que las ayudaría, pero han pasado los días y no reciben señales de avance alguno.
Pioquinto Román se siente abandonado por las autoridades municipales, estatales y federales. Recuerda que cuando el mar se tragó la casa de su hijo vino personal de Protección Civil a ofrecerle láminas.
“¿Yo para qué quiero láminas? ¿Qué no ven que no tengo casa?”, contestó el hombre, quien al igual que el resto de la comunidad quiere que construyan unas escolleras que les ayuden a recuperar parte de la franja de arena que han perdido.
Pioquinto Román tiene 50 años viviendo en la comunidad y relata que cuando construyó su casa, ésta se encontraba a 200 metros del mar, “pero con el tiempo, el agua fue avanzando hasta que nos llegó”.
–¿Cuánto más va a aguantar aquí?
–Hasta que el mar tumbe la casa.
Con el norte del 25 y 26 de diciembre, cuatro viviendas más fueron derrumbadas por el mar. La casa de Pioquinto aún resiste. (Fuente: La Jornada)