CAPÍTULO 3
Hay un sinnúmero de cenotafios, cruces y variados iconos religiosos, que se acostumbra colocar en caminos y carreteras mexicanas para indicar que ahí quedó un ser querido, un conocido, un finado en accidente, un caído en balacera. Pueden ser ostentosas en piedra, un discreto adorno de pinturas durables y tener hasta luz propia, su capillita; pueden ser cruces de palo simple, como tantas que se ven en el muro de la frontera norte; o ermitas diminutas, un nicho para ramos de flores negras de domingo. O una cruz de herrería fina, de casi un metro de alto, firme, negra y esmaltada, con un retablo azul… “bien pintadito… que su nombre quede bonito”. Eso encargó don Melesio en conmemoración de su sobrina Gladys y su amiga Romina, a un herrero que le recomendaron los de la funeraria. Eran las seis de la tarde del domingo cuando le hablaron para decirle que su cruz de fierro estaba lista, que como era pedido especial pasara a verla antes de instalarla en el lugar del accidente. Don Melesio fue a la herrería (que se anunciaba Artística), vio el trabajo, sólo halló un error en el apellido materno de su sobrina —lo corregirían de inmediato; pagó en efectivo, preguntó cuándo pondrían la cruz en el sitio y a qué horas, ojala fuera lo antes posible. Los de la herrería consultaron entre sí unos treinta segundos, respondieron que el lunes, en la mañana… aunque bueno, seguro-seguro al mediodía ya queda colocada. El tío de Gladys con un suspiro de resignación acepta; al despedirse pide que le avisen en cuanto se termine el trabajo.
Ese lunes se sucedieron bastantes eventos. Algunos tenían que ver entre sí, otros no, o quién sabe, es difícil establecer esos parámetros incluso en esta situación, en la que supuestamente se sabe todo y más bien se ignora tanto. En principio hubo un sol digno de pintarse en un códice piramidal, el mar lo declaró Día perfecto para navegantes ; mucha gente llegó desde temprano a la playa; a las ocho, en el ceme nterio se enterraba a un par de accidentadas; otros miles reanudaron sus labores y travesías. Y un pedido que debía realizarse antes del mediodía se pospuso, por razones más allá de la Mente Universal, para empezarse a hacer hasta después de las cinco de l a tarde. La hora la constató el guardia del Maya’s Palace; la camioneta de los herreros ya había dado varias vueltas y no daban con el lugar, en la caseta de seguridad preguntan por el sitio de un accidente la noche del viernes; el guardia les indica que es poco más adelante, verían restos de vidrio y uno que otro fierro tirado.
Allá fueron, despacito para distinguir a la primera las señales del sitio; finalmente lo ubican, se estacionan, bajan, reconocen, miden dónde colocar la cruz metálica sin afectar el acotamiento de la vía; acuerdan ponerla cerca de un rastro mínimo de sangre entre restos de vidrio y fierros. Comienzan su labor a las 5:27 pm . El reloj del Focus gris que venía tendido a esa a ltura del camino, marcaba 5:28. Ni Rojer ni Gilberto lo nota n, van concentrados en otros asuntos, sobre todo su mal humor . Inesperadamente, a velocidad luz y al mismo tiempo los dos miran a dos guapas ch avas que solicitan ayuda junto a un sentra rojo, el cofre abierto en la cuneta de la carretera.
Gilberto maniobra diestramente hasta detenerse unos veinticinco metros delante del auto de las chavas. Yendo en reversa exclama emocionado: ¡Mira Chel mira ahora sí se nos hace! ¡Sí hermano están re buenas! —dice su amigo ahora de chispeante buen humor. Los que colocan la cruz se dan cuenta del amarrón del focus unos 40 metros adelante, y que rápidamente ya viene en reversa; se detiene a unos 20 metros de ellos. Sorprendidos, ven descender a un par de hombres sonrientes, bien vestidos y hablándole al aire; los creen borrachos, drogados al menos, hacen movimientos extraños: uno habla solo, mucho, se carcajea, luego se inclina al parecer apoyado en algo en el aire, hace como si escarbara, es una mímica continua, va y viene; el otro conversa despacito quién sabe con quién, no hay nadie a su alrededor. Sabedores de cuánto loco anda suelto por ahí, los herreros ignoran al par de tipos haciendo circo, maroma y teatro en el aire, se concentran más en su labor.
Gilberto vio a Romina en la carretera y se enamoró al instante. Rojer, después de calificar a las chavas , lo primero que oyó en su fuero interno fue ésta es la mía. Al verse de cerca , entre los cuatro surgió la milagrosa vibración de creer al amor como algo posible. Rojer v e a Gladys como una mujer voluptuosa, le gusta a la primera, enterita, de arriba abajo; Romina encanta a Gilberto, sus bellos ojos negros le sonríen esplendentes. Entre embelesados y muy atentos, a mbos las escuchan quejarse del coche: que estaba bien, venían bien, normal, de repente tosió, se paró y desde ahí nada, que si podían ayudarles, ellas pues no sabían de coches y qué mala onda… ahora que iban a Cancún a celeb rar. ¡Qué casualidad nosotros también! —mintió Rojer adaptándose a la circunstancia . Desde esa declaración se dedicó a reconocer la posible falla del auto ; acapara a Gladys y poco a poco fragua el plan B: postergar el vital negocio al que iban, mejor a gozar la vida con un par de bombones. Romina y Gilberto no salen del embeleso, apenas se d icen códigos comunes : Soy tal, Pues yo tal, Mucho gusto, ¿Y qué pasó?, Ay pues esto lo otro, ¿Ah sí?, no te preocupes, ahorita lo arreglamos, Gracias. Él se siente atolondrado porque en su fuero interno aparecen años y mujeres que sólo fueron episodios efímeros; inexplicablemente lo que ahora siente por Romina es más que un océano intenso, el arrobo lo desborda, no puede pensar, la presencia de ella lo rebasa, lo envuelve, lo encapsula ; se siente como el adolescente que es tan sensible en el fondo, el que no ha vuelto a ser porque no ha vuelto a sentirse igual. Y ahora tiene cerca a la muchacha que más le ha gustado en la vida. Rojer intent aba esto, lo otro, aquello y más en el motor, y nada, el sentra no respondía. Los amigos proponen que se vayan juntos a Cancún, reportarían la nave varada y Gilberto, máster en relaciones públicas, se encargaría de que lo arreglaran para entregárselos al día siguiente, garantizado. ¿ Y qué tal si nos tomamos algo en el Grand Aqua Bar del Fiesta Americana?, sugiere Rojer como inicio del nuevo plan.
Ellas se consultan con miradas y gestos; a la tercera vez que les insistieron dijeron Va, ok, vamos. Los herreros se sintieron bastante mejor cuando vieron que los dos del focus al fin ya se iban, risa y risa abriéndole la puerta ve tú a saber a quién.
Todo lo que vivieron fue perfecto , sin duda Amor a Primera Vista entre Gilberto y Romina… violines, hielo seco, azul vestido de azul / volando entre flores de tul. Entre Gladys y Rojer la agitación es constante, cachonda, muy intensa. La fiesta va sublimándose desde la primera copa, en la plática suben los roces, brindis en grupo, en pareja; la atracción animal continúa en la discoteca, los cuatro en una misma frecuencia con luces estroboscópicas, más martinis, piñas coladas, el gozoso tecno volumen con efectos visuales aquí, allá el deliberado toqueteo de la celebración. Oral y corporalmente, todo lo que se decían tenía esencias de aroma libre, estimulante, alegre la risa, siempre grata es la sonrisa del rostro que gusta. Como nunca antes, esos dos eran dominados por la incontrolable excitación de poseer la candente corporali dad de ellas. Quizá a las 3 am, mientras besa largamente a Gladys, Rojer se cuestiona.
¿Qué tiene esta morena que me pone así? Su compañero en cambio nada cuestiona, entregado sólo rinde pleitesía subyugado ante la belleza, un amoroso capaz de todo menos a renunciar al espejismo. Y todo llevado a pulmón, polveaditas en ascenso. Antes de las cinco de la mañana del martes, Gladys chec a su iPhone y di ce emocionada : ¡Vamos a Tulúm!, hay un after junto a la playa, se pon en buenos. ¿No me digan que no han estado en uno así? —pregunta Romina incrédula. Ellos dicen que algo han oído pero que no, no sab en de fiestas así; ellas les aseguran: Es otra cosa, ya verán. Rojer y Gilberto pensaban otras posibilidades, como irse directo a las suites del Grand Aqua ; pero no estaba mal dejarse ir por donde el torrente lleva. Si es hacia Tulúm pues vamos allá ¡contigo adonde me digas mamita…! —sorprende Rojer a Gladys agarrándola de la cintura y trayéndola hacia él. Ella dio un gritito cachondo, se divertía .
Al pasar por el punto donde se conocieron, los cuatro celebran que ya se habían llevado el auto descompuesto. Ellos: salud por su eficacia para solucionar problemillas; ellas s onriéndoles, agradecidas. Pasando Playa del Carmen Romina saca de su bolsa un sobrecito jaspeado, lo desenvuelve y toma un pedacito de papel. Granitos de plástico le parecieron a Gilberto, no reconoce bien qué era eso en manos de ella. En el asiento trasero Gladys y Rojer se reconoce n corporal y lingüísticamente, se oía la pasión a pesar del alto volumen stereo mega digital. Romina pregunta si traen agua. Claro, dice Gilberto, abre la guantera. Ante ella aparecen latas frías: agua-quina, cerveza, 7-Up. No, esto no, quiero agua sola, agua pura… dice Romina y de atrás Gladys le pasa una botella a medias; Romina la exam ina en silencio, la destapa, toma un cristalito con sus dedos y lo deposita en su bella lengüita ; y da un trago a la botella; luego, en sus deditos p one otro viaje y se le queda mirando a Gilberto. La voltea a ver, curioso del silencioso ofrecimiento.
¿Qué… quieres que me meta eso… qué es? Sí Gil, tómatelo, vamos a sentarnos en el cielo para amarnos sin problemas… sígueme, no pasa nada, es divertido. Los amigos nunca habían experimentado con ácidos, éxtasis, tachas, cristales, meta -anfetaminas o lo que fuera aquello, lo confesaron; ellas garantizaron que no habría inconvenien te, nada de malos viajes, sólo sentirían más amor d el que ya traían encima. ¿No te gustaría saber cómo se siente? Gilberto cre e imposible sentir más pero accede; la sonrisa de Romina, el beso en que le da el éxtasis, comenzaron el admirable tiempo en que volvió a sentir amor por la vida. Para Rojer fue semejante aunque ahí había más candela. Así comenzó la segunda etapa de una fiesta ahora de día , brillante día de días cuando llegan a la playa en Tulúm. Al bajarse, los amigos perciben como nunca las capas de sal entre la luz matutina, las esencias C aribe un agradable fulgor que gratamente los acerca a la suavidad en cada objeto, los atributos de cada elemento del mar; y sin muchos preámbulos ingresan a la felicidad al cuadrado.
Sienten tanto agradecimiento, que se postran de rodillas en la arena ante la luz, amaneciendo en el mar como nunca antes la habían visto, disfrutan los inimaginables semblantes de una sonrisa renovable, esos nuevos matices antes imperceptibles en la música se consagran con el excitante sabor, la bebida orgánica sin azúcar pero exquisitamente dulce, sin alcohol. Media hora después reconocieron que era verdad: se sentían extasiados, otra onda bien distinta del perico. Esa y otras estimulaciones sublimaron el contacto , los sentidos, de acuerdo, pero es justo reconocer que sus emociones propias, su redescubrimiento de besos, caricias, miradas, para los cuatro eran novedosas como nunca antes. Gilberto ve a Romina desnudarse para entrar al mar, la estrecha, con los ojos cerrados se dice que es el mejor momento de su vida, la belleza vuelta realidad, Amor al fin a su alcance ; nunca había sentido tan fresco el mar. Casi olvidado de todo, a Rojer le extraña no recibir ninguna llamada, ¡ ningún mensaje desde anoche! N o obstante, la pasan bien ; todo ese martes soleado irán más allá del bien y el mal. Instalados en un hotel -boutique se entregan al sexo, a renacer en el mar, a comer y beber con tantas ganas, conversar como si fuera la primera vez en la vida con alguien interesante.
Rojer enviaba mensajes a pesar de la baja señal, bebieron hasta embriagarse y dormir por ratos, rehacer el amor a iniciativa de quien despertara primero. En la comida del miércoles algo interrump e el fluir de la armonía; Gladys recibe un mensaje, lo ve y desde ese momento toda ella cambia; irreconocible, secamente di ce a Romina que tenían que irse, de inmediato.
Ilustraciones: Andrés Morales
Playa Xamán Há, 2012
La Bellavista SMA, 2023
RODRIGO DE LA SERNA
1961. Mazatlán, Sin. Estudió Letras Inglesas (FFYL-UNAM); escribe narrativa, ficción y ensayo. Entre sus libros publicados destacan El océano y las manos (poemas, 1995); Las autorías ocultas y Los pasos visibles–La democracia al norte de Quintana Roo, (ensayos, 2006-2007); las ficciones y prosa reunidas en El resplandor y la sombra (2010). Fue becario del FECA-CONACULTA (“Viaje a la poesía a través del tiempo”, 1998). Su obra como articulista abarca de 1992 a 2022. Noticaribe publicó su novela Nueva Pleitesía en entregas semanales (2014-2015). Desde 2016 vive en San Miguel Allende.