CAPÍTULO 4

 

Desde antes del cambio de planes, en medio del placentero encuentro a Rojer le había surgido uno que otro cuestionamiento. En el cenote quiso saber algo más de Gladys, asuntos que por lo general se consideran “normales”, ¿dónde vives, de dónde eres, y tu familia? La esquiva reacción de ella lo hizo pensar que se hacía la interesante, o algo extraño la hacía arisca. Donde ya no se aguantó fue cuando la muchacha no quiso decir nada de cómo y cuándo había llegado a Playa, tema que Rojer tenía muy presente en la vida, y lo tomó a mal; discutieron, más bien discutía él; tras un intento de sermón para Gladys fue sencillo aplacarlo con un beso. Y siguió la gradual efervescencia de los locamente enamorados en camino de ser amorosos. De cualquier manera al hombre no se le quitaron las dudas de la cabeza, lentamente se le gestaba el embrión de la inconformidad; le gustaba que las cosas estuvieran siempre claras y eso es difícil en un mundo como el nuestro, la regla lo estipula exactamente al revés. Pero toda esa palabrería que va y viene en su mente, se apaga bajo el vibrante poder en voz de Gladys susurrándole: La vida es mejor si se disfruta aquí y ahora. Esas verdades también le gustaban a Rojer.

Para Gilberto ya nada fue igual desde que Gladys dio la orden de irse. De la diplomacia pasó a ofrecimientos muy séntidos… no te vayas hago lo que sea te doy lo que quieras ¡oye no me dejes así! Luego exclamó que estaban ofendiéndolos: ¿por qué deben irse de esa forma qué daño les hemos hecho? Como fue ignorado empezó a suplicar, intentar convencer a Romina que se quedaran, ¿cuál era el problema? ¡No hay ningún pedo chingao son cosas de nosotras un asunto que no podemos posponer! —corta Gladys las preguntas de ambos. Tú mejor que nadie lo sabes Romina, no entiendo por qué debe hacerse tanta alharaca, dile a tu galán que vamos a… algo importante. Ellos insisten con una última carta: ¡Oye pero si todo está tan de poca madre mira espérate vamos a platicarlo! Nada las hace cambiar de opinión, un aura de congoja sobresale en Gladys. Gilberto quiere tocar la sombra que ve en el semblante de Romina, con suavidad ella no se lo permite; desde ese momento ni él ni Rojer volverán a sentirlas cerca. Entraban al tiempo en que todo se hace impersonal, espacios y tiempos vacíos donde el contacto es sólo referencia de otro tiempo y espacio, inexistente por utópico.

 

En lo que ambos no cedieron fue en dejarlas partir por su cuenta. Si llegamos juntos pues nos vamos juntos, faltaba más, ¿adónde las llevamos? —demanda Rojer. Gilberto sigue desolado. Gladys repite que no es asunto suyo, pedirían un taxi y listo. Romina interviene y cambia las cosas: tenían que volver al punto donde dejaron el sentra en la carretera. Pero si el auto ya debe estar en el taller de Playa, nomás esperando que lo recojan ¿a qué diablos van a ese lugar es cosa del seguro o qué? —increpa Gilberto exasperado. ¿Ves?, te dije, no tiene caso, vámonos ya —indica Gladys a Romina en tono de hermana mayor. Rojer, sin embargo, intercede entre todos; al final acepta las condiciones para llevarlas: ¡Ok pero cero preguntas y vámonos ya! Naturalmente, de camino no se aguantaron las ganas de saber más; Romina siguió silenciosa mientras que su amiga en algún momento dio a Rojer un papel. Largo y chocante fue para Gilberto todo el trayecto; aun sin la sonrisa ella seguía bella, esa nubosidad a mitad de su rostro la hacía ver como trágica actriz de Von Trier a 39°. Algo en verdad fuerte trae dentro de sí como para transformarse de esta manera, muy raro… piensa Gilberto sin resignarse al rumbo que tan de repente todo había tomado. Tan distinto como una cruz de fierro negro y su retablo, lo primero que distinguió al orillarse a la derecha cuando ellas dijeron ¡Es aquí aquí aquí está bien!

 

 

Al bajarse ambas se despiden con premura muy marcada. Gilberto la siente exagerada, sigue sin comprender por qué deben ser así las cosas, por qué están deshaciéndose de ellos así. Rojer quiere abrazar a Gladys, que llora, lo rechaza, le dice que se vayan, que es hora que se vayan, ya luego se encontrarán. ¿Y dónde voy a verte?, interpela Gilberto a una mujer que es Romina pero distinta, nada le dice, no lo ve, sólo menea su estética cabeza; ese “no” que ve Gilberto no lo siente para sí, no lo entiende, le es ajeno, hasta después lo interpretará como una triste conformidad ante la vida, absurda y extraña, te da un poco de gloria y tan luego te la quita en un tris. Gladys vocifera y concluye la contradictoria escena: ¡La neta si quieren volver a vernos ya lárguense!, ¿no lo entienden?, ¡tienen que irse pero ya! Algo terminante habrán sentido los hombres, que acataron la orden sin tardanza. Gilberto creyó oír un distante “yo te busco”, débil como un ave que cae. Luego oye a Rojer escupir: Pinches locas… ya luego las encontramos Gil, ya ni modo, vámonos hermano, tenemos un chingo de pendientes. Gilberto duda en arrancar, mira duramente el espejo retrovisor, ellas dan la espalda al auto, la intensidad de su pasión crecía, aún quería hacer cambiar de opinión a Romina (yo te busco)… no escuchaba al universo, ni a mí, ni a ustedes, hasta que Rojer lo baja de la nube con fuerza. ¡Ya vámonos Gil ya estoy harto de estas viejas!

 

 

El focus gris plata se va del sitio, dan vuelta en un retorno a 500 metros de donde dejaron a las chavas, regresan rumbo a Playa, al pasar por el lugar notan que ellas no están. Uta… qué rápido las recogieron —suelta Rojer con acidez. Gilberto no sabe qué pensar, le extraña que hayan desaparecido tan rápido. ¿Pues cuánto hicimos en llegar al retorno y volver?, ¿20 segundos, medio minuto?, se preguntaba y más le crecía la ansiedad. Contrariando a su amigo decide regresar al sitio, maniobra peligrosamente y acelera con fuerza. Rojer grita con los ojos rojos: ¡Qué carajos te pasa! Deteniéndose con derrapón y polvareda, Gilberto desciende, recorre el lugar como si ellas anduvieran escondidas por ahí; entonces oye a su amigo remilgar con acritud burlona. ¿Tras de esas matas de guaya?… ¿o chance detrás de aquellas bolsas de basura?… ¿dónde crees que estén?, ni modo que estén debajo de esa cruz de fierro… muchaaachaaas ¿dónde estáaan?, ¡ah ya te vi!, ¡uno dos tres por Gladys que está debajo de la bolsa negra más gorda y apestosa!… ¡ya te vi Romina… estás en la punta de aquel poste!, ¡ya chistositas salgan ya vamos a seguirla en el Caníbal! Ante el lejano silencio de Gilberto, Rojer también calla por la bizarra desaparición de mujeres, por segunda ocasión, y porque siente a su amigo de veras lejos, como nunca lo había visto.

 

Por largos instantes sólo oyeron el contaminante estruendo de autos y camiones, mientras el sol cansino rodaba al oeste. A partir de ese instante el par de hombres sentirá distancia en su relación, como si los hechos vividos por ambos en cada uno causaran efectos diferentes: en Rojer despecho, el desengaño que no podía desechar (llegó a pensar que eran putas de las que cobran al final). En Gilberto surgió el vacío, que no le era conocido; fue llenándolo con transparentes murciélagos diminutos, polvoso temor y desasosiego sentía en la mortal borrasca: la ausencia de Romina, las aceleradas cosas sucedidas desde que se encontraron, lo triste de cómo cambió todo. Lamentaba tanto no haberle dado siquiera un beso de adiós. Si ya iban devastados, alguna fuerza superior hizo que no vieran los nombres pintados en la cruz de fierro, apenas a unos metros de donde estaban.

Ilustraciones:  Andrés Morales

Playa Xamán Há, 2012 

La Bellavista SMA, 2023


RODRIGO DE LA SERNA

1961. Mazatlán, Sin. Estudió Letras Inglesas (FFYL-UNAM); escribe narrativa, ficción y ensayo. Entre sus libros publicados destacan El océano y las manos (poemas, 1995); Las autorías ocultas y Los pasos visibles–La democracia al norte de Quintana Roo, (ensayos, 2006-2007); las ficciones y prosa reunidas en El resplandor y la sombra (2010). Fue becario del FECA-CONACULTA (“Viaje a la poesía a través del tiempo”, 1998). Su obra como articulista abarca de 1992 a 2022. Noticaribe publicó su novela Nueva Pleitesía en entregas semanales (2014-2015). Desde 2016 vive en San Miguel Allende.

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