CAPÍTULO 5

     

Al señor Ramón Treviño G., LAE-CEO de compras del corporativo La Regia en Cancún, no le había gustado para nada que lo dejaran plantado la noche del lunes. Y más se molestó a lo largo del martes y lo que iba de ese miércoles (6:48 pm), al ver que los proveedores para el contrato con el gobierno estatal, ni siquiera se comunicaban, tampoco respondían llamadas ni mensajes ni tweets ni correos. En algún momento del martes, a Treviño le pasó por la mente la posibilidad de un accidente, un imprevisto familiar, algo así, que pudiera causar que alguien pierda un contrato de más de un millón de pesos, sólo para ellos, sus proveedores en Playa; y si ese par no aparecía la firma resultaría afectada. Treviño ordena a su secretaria contactar un proveedor emergente, que a como diera lugar consiguieran un reemplazo, de ninguna manera quedarían mal. Ya estaba enojado; sin embargo, antes de azotar la puerta de su despacho en él hubo un último destello de gentileza; era extraño, ese par ahora desaparecido, en más de cuatro años de negocios nunca habían tenido una informalidad. Treviño detuvo a su secretaria desde el umbral de su despacho: No, no, espérese doña Águeda, mejor vuelva a marcarle a Rojer, a ver si ya responde, hagámoslo una última vez, y también prepáreme todo para irme a Playa, ¿ya están listos los folders y los USB? Sí Señor… y el chofer lo espera.

 

Esa final llamada de la secretaria de Treviño, entró a la primera en el iPhone de Rojer, como náufrago se apresuró a responder. Doña Aguedita ¿cómo está usted? qué gusto oírla de nuevo fíjese que… La secretaria más o menos gentilmente lo interrumpe y lo pasa de inmediato con Treviño, mala señal sintió Rojer, la confirmó al estallarle en la oreja el director de compras encabronado y con razón. ¿Qué pasó con ustedes?, ¿dónde andan huercos?, no me vayan a dejar mal ¿qué no quieren trabajar?, o qué ¿ya andan en cosas ilícitas? Y guardó silencio un par de segundos, Rojer intentó decir algo pero Treviño estalló de nuevo: ¡Tenemos ya un retraso de dos días hombre!… ¿cómo me pides que me calme?, ¡y si además no sabemos nada de ustedes cabrones!, ¡mira Chel te lo advierto: no me digas mentiras! Por lo general era Gilberto quien enfrentaba situaciones semejantes; Rojer asumió que no era momento de aventarle la bolita a nadie, le estaban reclamando a él… y el Chel aguantaba. Treviño era un cliente demasiado bueno como para cortarlo, inclusive si no tenía razón; Rojer intentaba entender por qué el corporativo no había recibido ninguno de los mensajes, ellos los enviaron desde el lunes por la noche avisando de súbitas diligencias impostergables (cuentas canceladas, depósitos en dólares que no aparecían, etcétera). Gilberto maneja sin darse cuenta de nada, en verdad no se percata de la situación de su socio en el celular; él repasa y repasa cada beso, innumerables orgasmos, la linda tibia piel cercana para dormir. Era hombre de carácter fuerte, ahora de repente siente inmensas ganas de llorar al acordarse de Romina; y apenas habían pasado minutos de su partida. ¡Te hablo Gil: tenemos que salvar el negocio!, ¿me oyes?… ¡no podemos perder un bisne así Gil despierta ya chingada madre! Con perplejidad oye a Rojer gritarle casi en la cara. Y calla, extraviado en la concentración que impone el amor ido, también el perdido… que no es lo mismo pero es igual, dice la canción; apenas ve a su amigo y vuelve a mirar la carretera, en su mente retumba Romina desnuda Romina en el mar Romina besándolo Romina la vida. ¡Que nos van a quitar el contrato Gil si no convencemos a Treviño pero ya cabrón! —entra exasperada la voz de Rojer por su oreja derecha. Gilberto reacciona como cuando le dicen que le entregarán su ropa limpia una hora más tarde. ¿Pero por qué?, si avisamos que los veríamos el jueves ¿qué le pasa a estos regios?

 

 

Rojer era bueno para el planteamiento práctico de las cosas (compra o venta). Cuando se asegura que Gilberto sí lo escucha, le expone sin rodeos ni gritos: Vale madres lo que hayamos hecho ¿sí?, el caso es que Treviño no recibió nada ¿oíste Gil?, no supo de nosotros en días y nos da un último chance fíjate bien: un último chanzón si al rato lo encontramos… porque para nuestra buena suerte viene a cerrar no sé qué trato con unos chilangos, luego nos ve a nosotros ¿entiendes lo que te digo Gil?, nos van a dar una última oportunidad… y es para ayer: si no convencemos al Ramón nos quedamos sin el melón y cacho que nos corresponde ¿lo ves socio?, date cuenta: estamos a un pelito de irnos a la chingada si nos quedamos sin este bisne, así que ya: ponte las pilas, concéntrate en qué le vamos a decir a Treviño pa que no nos saque de la jugada. En los minutos siguientes Gilberto se esfuerza, participa como hace siempre, aun cuando esa noche se le muere el alma. ¿Y cómo explicar si todo necesita examinarse (escanearse), tocarse (censar), verificarse (empoderar), para declarar que algo o alguien existe pero no puede venderse o comprarse? Todo entonces súbitamente se torna básico: la solución al problema con Treviño, la ansiedad en Rojer, el esquema de reingeniería para compensar los días perdidos. Pero en Gilberto ya no dejó de estar presente un disonante soplo, viento llevándoselo a otras regiones llamadas Romina… siempre en alguna parte del paisaje.

 

A Treviño le daba igual dónde se vieran. Rojer sugirió el Orlando’s; aprovecharían para cenar. Te hablo cuando acabe con los chilangos y allá nos vemos pues —cerró el asunto el ejecutivo de compras y colgó. Los amigos calcularon: disponían de casi un par de horas para ponerse de acuerdo y vestirse para la ocasión. Pasadas las nueve Treviño llamó, que se vieran a las 9:30, ya iba para el restaurant. Ellos llegan puntuales, el director llega veinte minutos después, nadie hace observación al respecto ni que apareciese con un par de acompañantes, dos hípster veinteañeros que Rojer y Gilberto no conocen, pero saludan cortésmente al venir en tan grata compañía. Es un placer, Muchísimo gusto, Bienvenidos, Qué gusto vernos al fin don Ramón… Deja tu zalamería para después y a ver ¿qué me vas a vender que compre la salvación de tu contrato? —corta Treviño la caribeña galantería de Rojer. El directivo le pide ser breve y llama al mesero; minuto y medio después vuelve a interrumpir a Rojer; el fatigado Treviño ya casi había aceptado su historia, y repentinamente pregunta: Y tú Gil, ¿no tienes nada qué agregar?, ¿o qué, sientes que ya todo está dicho? Gilberto no lo oye; su borrasca interna hacía rato que lo había elevado por encima de esos mortales. Romina se le acercaba pidiéndole un beso, él decía Sí claro que sí… ¿Sí qué?, le cuestiona el empresario y le sigue: A ver si caigo Gil, ¿dices que sí a que ya todo está dicho entre nosotros? Él la besa, en sus ojos surge una luz que relumbra para casi todos en la mesa, al ver esa mirada el mesero derrama un poco de vino fuera de la copa de Treviño, que no lo fulmina con la mirada pero sí con un gesto: ¡Qué desperdicio caray! Vuelve a mirar tranquilamente al enamorado, se sonríe; dirige a Rojer una perla de sabiduría con linaje de Las Mitras: Se me hace que tú cabroncete, acabas de contarme puras mentiras de dónde andaban, tu socio, míralo, anda pero bien prendao, mira nomás la carita que se trae, ni oye, no responde, ‘tá mudo… n’ombre: éste está entoloachado… ¡a ver raza: no vayan a acercársele!, ¡me mata mi hermana si le regreso a Nuevo León un hijo contagiado de ve tú a saber qué fregaderas!

 

 

 

Los hípster festejan la ocurrencia del tío escrutando a Gilberto, se ríen más todavía cuando un molesto Rojer lo sacude pidiéndole que se comporte. De pronto aquel es consciente del papelón que hace ante sus mejores clientes; el Gil de siempre se disculpa en forma, ruega revisar de nuevo, que se le permita revisar los detalles de la manufactura para dar luz verde y proseguir. A Treviño toda la situación acaba por intrigarlo; medio convencido que no habría problemas graves para la empresa, mira a Gilberto sin poner atención en sus palabras, indaga en sus ojos esa iluminación que le había visto y de la que hizo algo de sorna, ahora era de sumo interés para el empresario. Mientras Gilberto y Rojer buscan cierto documento en su Tablet, Treviño inquiere de repente: ¿Y oye Gil cómo se llama la afortunada que te trae de un ala? No dudó un segundo, respondió desde otro aire: Romina, se llama Romina, la mujer más bella en el planeta. Ándale pues ¿y qué piensas hacer vas a casarte o nomás es para un rato? —siguió Treviño. No, don Ramón, con ella no puede haber ratitos, con ella voy a estar para siempre —afirmó Gilberto con tono suave pero implacable de certeza masculina. ¡Eso merengues!¡Ajúa!¡Eso es amor! —exclamaron los tres regios.

 

 

 

 

 

 

A Rojer le extrañaba mucho el juego de Treviño, no era gente interesada en asuntos de tal tipo; siempre que se veían, inclusive después de haber cerrado el negocio, cenando o con unos tragos, nunca tocaba fibras íntimas o personales; su conversación (si así puede decírsele a un monólogo que los demás deben escuchar sin más locuciones que sí señor, no señor, de inmediato señor), giraba en torno a cocinas integrales, jardines de club como tesis de maestría, el futbol americano y carnes asadas, nunca nada personal. A Rojer también lo malhumora la sobrada atención a Gilberto, que interese tanto quién lo había puesto así de enamorado, al grado de arriesgar un contrato de más de un millón; se siente despreciado, disimula, sólo quiere acabar lo más pronto posible la ingrata velada, otra noche de triunfador pírrico. Ni había probado lo que pidió de cenar, estaría frío; se sirve vino, le desagrada, no quedaba otra que aguantarse el malestar; lo imaginó cosa de minutos pero no fue así. A Treviño se le había unido un hípster, ahora la conversación era entre tres alrededor del amor joven; el otro sobrino sin empacho dijo que lo disculparan, tenía cosas qué hacer y se fue. Rojer quedó aislado de la sinergia: tres compenetrados en cuestiones de amor y contra de ellas y amores perros y los imposibles. Se dice basta ya cuando escucha a Treviño soltarse con algo que sonaba a verso (de Manuel Acuña por supuesto), tras una pausa relató cómo se lo declamó un día a su esposa. Él no exclamó ¡ya basta!, pero disculpándose se puso en pie, se retiraba por unos instantes, se había quedado sin tiempo-aire, que siguieran conversando, volvería en breve. Un tanto sorprendidos los demás dijeron que estaba bien, que ahí estarían… “platicándonos cuán poderoso es el amor verdadero”. Rojer no dijo nada; ya de camino gruñó: ¡Amor verdadero mis huevos!

 

Ilustraciones:  Andrés Morales

 

Playa Xamán Há, 2012

La Bellavista SMA, 2023


RODRIGO DE LA SERNA

1961. Mazatlán, Sin. Estudió Letras Inglesas (FFYL-UNAM); escribe narrativa, ficción y ensayo. Entre sus libros publicados destacan El océano y las manos (poemas, 1995); Las autorías ocultas y Los pasos visibles–La democracia al norte de Quintana Roo, (ensayos, 2006-2007); las ficciones y prosa reunidas en El resplandor y la sombra (2010). Fue becario del FECA-CONACULTA (“Viaje a la poesía a través del tiempo”, 1998). Su obra como articulista abarca de 1992 a 2022. Noticaribe publicó su novela Nueva Pleitesía en entregas semanales (2014-2015). Desde 2016 vive en San Miguel Allende.

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