Mandado cumplido | Por Rodrigo De la Serna (VI)

Un día cualquiera unas personas ingresan a realidades aparte en su propio mundo. Para algunos es insoportable, para otras sólo incomprensible; y hay quien vive lo imposible como parte de lo diario. Esas personas se reconfiguran, viven cambios drásticos, encuentros atemporales con abrumadores seres volátiles, que de pronto se vuelven muy cercanos. Los hechos en principio escapan a la lógica, la realidad se funde con la ficción, la Historia no es la oficial. Sin embargo, los hechos relatados muestran el sentido común posible en la realidad aparte.

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CAPÍTULO 6

 

 

Sale Rojer de la plaza comercial donde está Orlando’s; piensa si en irse por la avenida 10, o mejor ir por el Focus al estacionamiento; al final opta por caminar. Son casi las once, un miércoles más en un trastornado sitio que hace 1600 años algunas mujeres llamaron Xamán Há. En la misma avenida, unos 300 metros más adelante va un tipo sin distinción alguna excepto la mirada quebrada, un traje gris tecnócrata, algo inusual en la costa, y recio olor a sobaco con Old Spice; entra a unos Tacos al Carbón, se sienta de medio lado sin dar la espalda a la puerta, luego ordena de cenar sin mostrarle los ojos a la mesera; pide que le presten un periódico, le pasan uno de hace días; el tipo espera, ojea el diario, oye de reojo noticias de la televisión en lo alto. Rojer va por la avenida, a cada paso intenta quitarse de encima lo que llama “la mala onda”, mazacote de energías convulsionadas, suenan a

 

cosas gachas como dice el Gil sus vericuetos incomprensibles… si no, a ver, explíquenme por qué aquella loca me arrojó el whisky a la cara, a ver, ¿y por qué me dijo farsante?, ¿de dónde habrá sacado eso… de qué?, y luego la Gladys sale con su domingo siete: que si mi amiguita sí, que si no, no, y que vamos a vernos con alguien más importante que la chingada ña ña ñá… lo que pasa es que a la gente le gusta enredarse fácilmente, como si lo que estuviera claro no fuera interesante ¿qué tiene de malo aclarar lo que uno quiere?, a ver ¿quién responde?, sí, sí… ya sé que si las cosas fueran fáciles pues cualquiera… pero qué necesidad de hacerla de pedo carajo si estábamos tan a todo dar… y… la neta está re buena la Gladys… qué padre cuando tuvimos chance de platicar a gusto… sí se interesó en mis cosas, no se aburrió ¡y fíjate Chel cómo te miró cuando le hablaste del proyecto de sembrar chile en Campeche!… eso no cualquiera te lo escucha no… no ¿y qué onda con el ruco de los regios?, ahora resulta que un herido de amor le mueve el tapete… pero el Gil la neta como que exagera, ni que fuera pa tanto la tal Romina que sí está buena sí, pero le he conocido mejores como para que se ande clavando con una local… y la pinche Gladys que ni quiso contarme nada de su onda en Playa…”

 

Con eso y más en mente pasa Rojer por los tacos, lo atrae el aroma, se le antoja una cervecita, una arrachera, guacamolito picante, una cerveza… Entra y se sienta; frente a su mesa, a unos tres metros un tipo X hojea el periódico y medio ve la tele. En lo que lo atienden, Rojer mira la primera plana del diario en manos del tipo: SANGRIENTO CHOQUE. La abstracta imagen lo atrapa, necesita verla bien; atraído sobremanera se levanta bruscamente, el movimiento hace chirriar la mesa de fierro, el tipo del diario capta el gesto pero no se alarma. El Chel quiere ver mejor la foto de un sentra rojo duramente aplastado por el frente, en recuadro se veían unos retratos. Aparatosamente Rojer aparta la mesa, el ruido es estrepitoso; va y arrebata el periódico al tipo, que de inmediato se pone de pie, retrocede medio paso, la mano izquierda ya está dentro del saco a la altura de las costillas, saca un arma de fuego. Estallan sillas que se tiran, gritos, pasos raudos, cuerpos al piso, los guiones de la violencia a toda hora en México. Rojer no sabe qué hacer con lo que descubre en las fotos, toda la realidad se le desmorona mientras un grito le recorre toda su coherencia: “¡Son ellas!…” Ubica el sitio del accidente, medio lee que fueron declaradas muertas por un accidente carretero la noche del pasado viernes. El tipo X tiene la pistola encañonada hacia Rojer, le dice que le baje, que le baje: Cálmese amigo o se muere. Tampoco eso oye ni ve el joven empresario, que vuelve a comprobar que sí, son las mismas chavas de un sentra rojo con quienes acababan de pasar unos días de maravilla. Rojer se amedrenta como nunca en su vida, luego reacciona como hacía de muchacho cuando se asustaba, manotea al aire con llanto de poseído y grita abiertamente al vacío: ¡Hijo de su puta madre!

 

 

Lo que vio el tipo con el arma ya sin el seguro, fue un tanto distinto; uno con cara de loco le arrebata su periódico, lo estruja como un acordeón mudo, ve cómo mira al vacío y luego a él; el tipo ya conocía esos ojos, eran de alguien que ya no distingue la vida de la muerte; al verlo manotear con el diario y oírle la blasfemia, el tipo X entendió el “su” como un “tu”, y con eso decidió meterle un plomazo antes de que el poseído se le fuera encima. Rojer recibe el tiro en el plexo, se proyecta de espaldas con nuevo estruendo de sillas y mesas de fierro derrumbándose; del periódico desplumado por el balazo caían pedacitos de papel sobre el caído, como diminutos pasaportes que llevan a sentarte en el cielo y amar sin problemas.

 

Para entonces el hombre del arma está solo, todo mundo había corrido al ver la .45 apuntándole a Rojer; de todas maneras repasa el sitio, ubica las cámaras, nada comprometedor por aquí, nada por allá, saca un billete y lo arroja a la mesa; nadie volvió a saber del tipo una vez que abandonó el restaurant. Sólo unos ojos jóvenes desde la acera de enfrente se fijaron en el rumbo que tomó el homicida, cómo corría ágilmente por la calle 8, cómo se convertía en sombra como si estuviera entrenado para eso. Esos ojos no lo olvidarán nunca, tampoco la absurda muerte de Rojer, el Chel, el emprendedor.

 

 

Alrededor de medianoche Gilberto se inquieta por la ausencia de su amigo. No le tomaba la llamada ni respondía sus mensajes, había pasado más de una hora, eran los últimos en el restaurant. Treviño de repente mostró que también cantaba y no se cohibía, ya se había tarareado una de Juanga, otra de Maná y comenzaba su repertorio de Lorenzo de Monteclaro. Gilberto sigue preocupado por Rojer. El hípster le dijo que no pasaba nada: El bato de seguro ha de haberse hallado alguna guapa por ahí, ha de andar bañándose la regañada del tío Ramón… mejor cuéntanos pa cuándo te casas con tu adorada Romina. Pos ora que la encuentre —responde Gilberto sin dudar aunque chocarrero. Piden otra ronda. Eran las 0:47 am y seguían con cuitas de amor; el hípster pregunta cómo habían conocido a Romina y su amiga, Gilberto va a entrar en detalles cuando suena su celular, contesta aun riéndose por otra ocurrencia anecdótica de Treviño. En seco se pone muy serio al reconocer la voz de la mamá de Rojer, la señora balbucea entre sollozos: ¡Gil Gil!… ¡Dios mío Gil!es Rojeres… tienes que venir por favor¿es que cómo pudo pasar algo así dios mío? Atemorizado por el dolor que oye en la mujer, Gilberto se pone de pie, le pide que se calme, que repita, no le entendía. ¡Acaban de matar a Rojer en el centro le dieron un balazo en el pecho!… un filoso vidrio roto de golpe se le encaja en el dorso del alma. Dentro de sí Gilberto escucha al abismo, abriéndose lleno de tristes miradas vacías esperándolo.

 

Los Treviño se alarman cuando se le cae el celular. Gilberto demolido, maltrecho, desencajado, se derrumba en la silla como un fósil monigote de ceniza; van a él, lo acomodan en el respaldo; el hípster luego dirá que desde ahí ya parecía un muerto. Treviño oye una voz aun gritando por el celular caído, lo toma, dice quién es, pide saber con quién habla; y se entera de la fatal noticia. Desde esa madrugada los destinos de ese par de hombres, se unirán por circunstancias que jamás habían considerado en su vida. Gilberto nunca contempló la demencia por amor o viceversa, ni la oscuridad como camino. Y Treviño, desde joven había evitado cualquier involucramiento personal con quien no fuera de su familia y círculo. Con la muerte de Rojer cambian sus perspectivas de vida, en buena parte por la historia de las muchachas, hecho enigmático para el empresario, minuto a minuto haciéndosele de interés, algo en verdad extraño en un hombre como él. Al salir del restaurant, casi arrastran a Gilberto para irse a casa de la familia de Rojer, después reconocerían el cuerpo en la morgue.

 

Ningún testigo del crimen entendía qué había llevado al balaceado a arrebatarle tan bruscamente el periódico al tipo que lo tenía; todos concordaron que miraba obsesivamente una página, que luego Rojer se transformó y gritó el insulto, luego el tipo X le disparó. ¿Y por qué habrá sido?… ¿qué cree usted que lo puso así?, ¿hay algo que debamos saber de su vida?, usted sabe, luego pues la gente tiene sus cosas, de esas que no se dicen pero se hacen, oiga ¿usted conocía al que le disparó a su amigo?… ¿qué no me oye?… mire señor Gilberto, sabemos que la está pasando mal, hagamos más rápidas las cosas, respóndanos las preguntas y se va, lo dejamos descansar ¿ok?, díganos qué sabe ¿o prefiere que vayamos a las oficinas de Cozumel? Afuera del forense, eso y más le demandaban los judiciales asignados a la averiguación del asesinato. Trabado por el espanto, antes de hundirse en sollozos Gilberto sólo pudo asentir con su cabeza al identificar el cadáver de su amigo, aún sin el rigor mortis; el rostro, más que dolor o espanto, se mostraba sorprendido más allá del bien y el mal; el forense dijo que ya le habían cerrado los ojos pero el occiso volvía a abrirlos, procederían a coserlos tras la identificación final. Con ese comentario, Gilberto se fue a lo más hondo entre la densa neblina del horizonte de la pérdida, la desaparición de Romina, la muerte de Rojer, todo en un día. Se derrumba como un cerro carcomido, ese estrépito será el último sonido que perciba antes de sumirse en un mutismo absoluto, que nada ni nadie abrirá por largo tiempo. Agentes y familiares a su alrededor, creen que sufre un ataque cardíaco por el silente bamboleo con que se desploma. De inmediato lo hospitalizan en una clínica cercana, ahí lo tendrán dos días con exámenes, tomografías y análisis; aun cuando mostraba buena salud y corporalmente reaccionaba bien, en la clínica diagnostican que el problema es otro, recomiendan una revisión encefalográfica y psicométrica, atención sicológica pues al parecer había un grave traumatismo en la mente de Gilberto, había cortado todo nexo con el exterior, vagaba en alguna región desconocida de sí mismo. Y todas las diligencias del suceso (gastos médicos, medicamentos, extras e imprevistos hasta ese momento ya decenas de miles de pesos), recaen en Treviño, que se encarga hasta que una semana después lleguen los parientes de Gilberto y se ocupen del seguro médico.

 

Al presenciar la debacle de sus proveedores, Treviño quedó impresionado por la desquiciante concatenación de los hechos, tan fuerte calaron que le surgieron iniciativas antes imposibles de contemplar; ni con sus hermanos mostró tanto empeño como hizo con las exequias de Rojer y la recuperación de Gilberto, que permanecía mudo, distante, cada vez más flaco. Cuando le comunican los resultados del examen sicológico-psiquiátrico, Treviño ya se los imaginaba: atribuían la abulia de Gilberto al shock sufrido por la muerte de su amigo, el trauma podría aminorarse correctamente si se le trataba con psicoterapia personalizada. Pero el empresario sabe algo que los demás ignoran y pesa específicamente: la misteriosa muchacha que traía entoloachado a su proveedor. Esta sospecha, desdichadamente se comprobará muy pronto y sin que nadie se percate de sus causas y efectos; una causa inicia con una pregunta: ¿quién presta atención a un sucio papel en la calle, percudido, manchado, arrugado, despintándose y más viejo que los hasta aquí citados?; poca gente, pero con es@s basta. Un efecto: Treviño y los parientes llevan a Gilberto a que le dé el aire del mar en Playa; sentados en unos camastros hacían como si nada pasara. ¿Qué quieren tomar?, Qué bonito está el día, Este sitio todavía es bueno, ¿Y ustedes dónde viven?… Ay dios… las cosas que pasan. El ausente en vida, callado sigue en su silencio como enamorado siempre callado, el también huérfano de amigo; lo dejan un instante a solas; Treviño, la mamá de Rojer y la tía de Gilberto, se meten al mar. Un sureste flojo irrumpe furtivo, arrastra una mugrosa página de semanario, se atora entre unas cajas de refresco, el soplo la hace rodar y rolar de una calle a otra; un hálito selvático la eleva a medias impulsándola lo suficiente para llegar a la playa, es arrastrada hasta los pies dormidos de un hombre de corazón autista. Cuando ese papel nómada topa con Gilberto traía olvido, olía a maltrato, a pasado inútil, orina de perro, gato, rata, cobija de borrachos; a sus pies estaba una realidad imposible para uno que nunca había esperado ser presa de la fatalidad. ¿Tiene sentido escudriñar cómo fue posible? Lo tiene, claro, pero no a ojos de un ausente que comienza a reaccionar, descifrar qué ve, qué dice el papel, de cuándo es. ¿Quiénes son esas personas?, ¿qué dicen que pasó? Con gran esfuerzo se agacha a recoger la mohosa página impresa; ya en sus manos a Gilberto se le revela el horror que vio Rojer antes del balazo. Se abrió la más profunda puerta de la oscuridad.

 

Ilustraciones:  Andrés Morales

Playa Xamán Há, 2012 

La Bellavista SMA, 2023


RODRIGO DE LA SERNA

1961. Mazatlán, Sin. Estudió Letras Inglesas (FFYL-UNAM); escribe narrativa, ficción y ensayo. Entre sus libros publicados destacan El océano y las manos (poemas, 1995); Las autorías ocultas y Los pasos visibles–La democracia al norte de Quintana Roo, (ensayos, 2006-2007); las ficciones y prosa reunidas en El resplandor y la sombra (2010). Fue becario del FECA-CONACULTA (“Viaje a la poesía a través del tiempo”, 1998). Su obra como articulista abarca de 1992 a 2022. Noticaribe publicó su novela Nueva Pleitesía en entregas semanales (2014-2015). Desde 2016 vive en San Miguel Allende.

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