CAPÍTULO 11

(final)

Hacia la 1:37 de una madrugada candente, Gilberto se despierta aun cuando no abre los ojos ni percibe el mortecino exterior. Algo suena, en este caso su tema preferido para el canto; en una región de su inconsciente oye instantes que avivan cenizas de su espíritu. De pronto, en la densa nada donde flota es consciente de sí… ¿cuánto tiempo ha pasado? Ahora abre los ojos y ve ecos de su letanía, su cantar de fuego, Romina canción de amor. Gilberto no se espanta al reconocer dónde se encuentra; no teme al por qué estoy como estoy, no siente angustia ni desespera. Sigue consciente, se siente bien, “cada vez mejor… mucho mejor… sumamente mejor, hasta me estoy riendo”. Más tarde oye un sonido, alguien responde cuando él entona “Romina, Romina…” En el viento oscuro que lo posee un eco esplendente está cada vez más cerca, pero aún es inentendible para Gilberto. No quiere desesperar cuando su corazón se aferra a entender qué dice esa voz, no la reconoce, ¿quién es?, ¿estoy muerto o sigo en un sueño?, ¿o alguien me sueña? Poco después se siente como cuando Johnny tomó su fusil y despertó, sólo para verse encerrado en su mente, con la locura, la impotencia. Gilberto se aterra al ser consciente de su miseria, vuelve a postrarse entre tinieblas, la cuerda vibrante a lomos del viento ha dejado de oírse. Sin embargo, quién sabe si en sincronía con su mente, su cuerpo va reaccionando; de manera infinitesimal sus cuerdas vocales, su sexo y huesos, axilas y orificios, sus nervios y tendones quieren emitir la nota que él ha sumado a la escala musical: el aire eterno Romina en Si bemol mayor. Y comienza a ser consciente de lo tanto que le duele el alma; por meses no ha movido músculos y ligamentos, lo necesario para articular movimientos o lenguaje alguno. A la nonagésima quinta vez que la pronuncia, Romina le responde; está sentada en la celda frente a él y en su mente. Aquí estoy Gil, ¿me ves?, pues vine por ti, es que ya me canso de estar esperándote, ¿por qué no vienes conmigo?, ya sabes que no tienes por qué estar así, yo te voy a explicar todo porque… yo te quiero Gil, nunca te he olvidado, ven conmigo. Aún creyéndose en manos de un sueño volátil, él tanto quiso que ese instante perdurase milenios, “al menos un minuto más”. Abrió todos sus ojos cuando la oyó decir “nunca te he olvidado…”, sintió un fuego igual al de la primera tarde, cuando la vio en la carretera; y quiso ir a muchas regiones de su cuerpo, regar el desierto, ser todas las lluvias de un continente, sentirse revivir tras estar sólo marchitándose: Es Romina mi quasar a orillas de la nebulosa donde no urge nada no se añora más nada. La dilatada noche llegaba a otro final, Romina había venido por él. En la multitud de sensaciones y recuerdos atravesándosele, está contento por ser consciente: ve su vida y ve su muerte, y por ahí ve a una muchachita con dreads, que entre la carcoma de la celda le decía “ve adonde pueden sentarse en el cielo y amarse Gil, mi hermana te espera.” Y el hombre con sangre nueva tipo Romina Universal muy lentamente se pone en pie, respira como no lo ha hecho en meses, se estira como el animal que ha terminado de convalecer. La sangre nueva lo desnuda de todo mal, en minutos estaría presentable, como cuando hicieron su primer amor en el mar de Tulúm. Se intuye capaz de ser, de estar para seguir en pie, Romina está ahí, adentro y afuera de todo, su voluntad renace en ella, su tibia y delicada mano. De camino al mar Gilberto titubea… ¿pero entenderé qué ha pasado… qué pasa? Y como se estila desde tiempos ancestrales, ante tales incertidumbres ella lo mete en cintura casi divertida: “todo eso ahora sí es relativo”; lo besa suavemente, le sonríe con placidez, él aprecia su nuevo mundo real, en verdad suyo de ahí en adelante; de la mano la sigue, contento, sin duda ni pesar alguno en su amorosa conciencia.

 

 

 

Una mañana, en la escalera de su casa Malú es interceptada por su hermano, tiene unos doce años y está “casi de su vuelo”, pero teme a su hermana por los zapes que aún le da si se porta mal. Ahora se sabe protegido por su cantaleta: Que dicen que vayas a decirles si ya conseguiste lo que se te pidió de la piñata… y este… el jabón… y que… qué pasó con los otros mandados. ¡Qué te importa! —lo corta Malú y alza la mano. El chamacón grita y echa a correr como perrillo amenazado.

 

Ella deja lo que está haciendo… ¿permacultura?, ¿inmensas ocupaciones en la red?, ¿una trascendental entrevista con el vampiro vía internet? Se concentra en la entrega; va a la cocina, primer estruendo, luego lleva paquetes a su habitación, otro estruendo, trae cosas a la sala, busca en la covacha, escándalo, allá revuelve cajones, acullá se sulfura, no tira libros pero echa abajo clósets y maletas. Luego vuelve a su recámara, Malú se encierra; se oye un generoso desmadre que ya quisieran muchos —pero no nos dejan. Luego el silencio. Sale de la habitación con un gran sabucán / de color azul pastel / quién sabe con qué cosas dentro / asoma el ala de un sombrero charro / y el sombrero lleva plumas / de color azul pastel / agujetas de color de rosa mexicano…

 

Monta en la bici, minutos después llega a la Zazil Há. En el pequeño jardín su abuelo la recibe, se saludan con cariño, está ocupado en sus crucigramas, los deja y platican, Félix juguetón gato se sube a las piernas de Malú. Después de haberse comido una mini marquesita, el viejo le dice que pase a ver a su abuela en su recámara, está platicando con un señor. ¿Y quién es? —pregunta ella extrañada. Nunca había pasado algo así. Es un amigo, ándale ve a conocerlo —dice su abuelo como si estuviera contento.

 

 

A pesar de su ceguera, la abuela de Malú se basta por sí misma para reconocer o alcanzar lo que le hace falta. Cuando revisa lo que encargó, poco a poco va disgustándose; en primera, le llevó un incienso que no era el que quería; en segunda, los dulces no eran de los buenos para la piñata. ¡Y además éste no es el jabón de alcanfor que te pedí!… ¡ay qué muchacha esta! ¿Qué pasó contigo niña?

 

Se había equivocado en tres de los nueve encargos. Despide a Malú de malas, de paso le reprocha que no salude a los invitados. ¡Siempre primero se saluda niña! Le presentan a un señor de sombrero en mano, moreno, de gran panza, tranquilo reposando en la otra mecedora. Medio lo reconoce de alguna parte, ¿pero dónde, de dónde?

Buenas, me llamo Malú —dice medio azonzada. Mucho gusto Malú, yo soy Melesio —dice el tío de Gladys. Ella ignoraba el parentesco, no lo sabrá sino hasta años después. Bueno pues ya está bueno, ahora váyase a su casa, mañana vienes ¡ándele… vaya bien! Y la anciana hace la señal que Malú reconocía como adiós. Se retira sin darles la espalda por unos pasos, ya en la puerta oye que le hablan. Ah, Flaca, antes que se me olvide ¿y con el mandado del llavero qué pasó?, ¿cómo te fue?

 

Bien… todo… … Y masculla una frase entrecortada, que deberá repetir. ¿Que qué?, ¿qué dijiste niña? Se da ella media vuelta y como mujer todavía muchacha añade: Que sí abuelita, todo salió como dijiste.

A Fer Bolaños

 

Ilustraciones:  Andrés Morales

 

Playa Xamán Há, 2012 

La Bellavista SMA, 2023

 

RODRIGO DE LA SERNA

1961. Mazatlán, Sin. Estudió Letras Inglesas (FFYL-UNAM); escribe narrativa, ficción y ensayo. Entre sus libros publicados destacan El océano y las manos (poemas, 1995); Las autorías ocultas y Los pasos visibles–La democracia al norte de Quintana Roo, (ensayos, 2006-2007); las ficciones y prosa reunidas en El resplandor y la sombra (2010). Fue becario del FECA-CONACULTA (“Viaje a la poesía a través del tiempo”, 1998). Su obra como articulista abarca de 1992 a 2022. Noticaribe publicó su novela Nueva Pleitesía en entregas semanales (2014-2015). Desde 2016 vive en San Miguel Allende.

 

MANDADO CUMPLIDO | Por Rodrigo De la Serna (Relato completo en PDF para descargar)

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