El México que extraviamos | Por Primitivo Alonso Alcocer

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(A la memoria de mi inolvidable hermano Enrique Alonso Alcocer) 

Hubo una época en nuestro país, parafraseando a mi amigo Jorge González Durán, en que había tranquilidad social, los niveles delincuenciales era bajísimos incluyendo el narcotráfico, se crecía a un ritmo sostenido del seis por ciento anualizado, con una abundante creación de empleos, mientras que las tasas inflacionarias eran casi nulas y el peso mexicano tenía un gran poder adquisitivo debido a la fortaleza de la moneda.

El gobierno gozaba de un alto prestigio en el concierto internacional por la impecable diplomacia mexicana basada en el principio de “La no intervención y la libre autodeterminación de los pueblos,” a las potencias del orbe se les solicitaba un “trato entre iguales” en especial a nuestros vecinos del Norte, en tanto que en otro orden de ideas, las tres instancias de gobierno, en especial la administración federal, enfocaban sus esfuerzos en la construcción de mayor infraestructura, obras en todos los niveles de beneficio colectivo y eran calificadas por la calidad de su enfoque social.

Otra fase muy característica, era la comunión del pueblo y el gobierno sin cercos que los dividieran y el estar atentos los gobernantes a los reclamos populares para darles solución en el orden de los más apremiantes de acuerdo a las posibilidades.

Las radiodifusoras de todo el país se encadenaban para trasmitir cada semana “La Hora Nacional” en donde, además de los narradores, el propio Presidente informaba a la ciudadanía de los avances de su gobierno. En esta etapa de grandes logros para la vida nacional, florecía el reparto agrario y el campo recibía cantidades cuantiosas a través de los Bancos Agrario o Agropecuario con la finalidad de propiciar la autosuficiencia alimentaria y coadyuvar con el sector campesino para que en lo individual tuvieran una vida más decorosa. No había importaciones de alguna semilla o alimento que formaran parte de la dieta de los mexicanos. El agro nacional lo producía hasta para fines de exportación.

Por otro lado, los obreros recibían salarios decorosos de acuerdo a sus especialidades y los representantes de los trabajadores con los dueños de empresas formalizaban acuerdos para suscribir Contratos Colectivos o Contratos Ley en sintonía a la realidad económica nacional; se protegía, asimismo, al proletariado con la Ley Federal del Trabajo de más alto contenido social en América. La clase media se favorecía con el poder adquisitivo de la moneda mexicana y el confort domestico llegaba por fin a los hogares mexicanos.

Había una especie de conjugación de esfuerzos para hacer avanzar el proyecto nacional. La Banca hacía empréstitos de largo plazo con intereses blandos que incidían en el desarrollo del país, con el beneficio que los propietarios de la misma eran mexicanos con amplia experiencia en el universo de las finanzas, lo que fortalecía el avance del sector privado dentro de la esfera que le correspondía, con especial énfasis, en el proceso de industrialización.

Como ningún otro país en el mundo, el mayor presupuesto anual era para la obra educativa y así nacían modernas universidades e institutos tecnológicos además de la expansión de centros de capacitación en la mayoría de los Estados de la República; se triplicaban la construcción de escuelas para los estudiantes de preparatoria, secundaria y educación básica así como también para los adultos; se nutría a la cultura con el presupuesto y los espacios adecuados para el fortalecimiento del espíritu de los mexicanos, priorizando las creaciones culturales de corte nacionalista. Para favorecer la salud social nacían, en diversas etapas, el IMSS, además del ISSTE y otras instituciones; con el INFONAVIT, se ofrecía una oportunidad para acceder a una casa decorosa y el tendido eléctrico se extendía a lo largo de todo el territorio nacional para tener un México más iluminado. En la misma línea, se nacionalizaba la industria eléctrica y el presidente López Mateos formulaba una épica convocatoria para defender los bienes nacionales de los mercaderes de ahora y del futuro.

Nacía en el periodo diazordacista un emporio siderúrgico denominado Las Truchas y posteriormente Lázaro Cárdenas, uno de las más importante del mundo, y se preparaba el país como sede de las olimpiadas que nublarían los sangrientos sucesos del 68, mientras que en la política internacional México fue el único país que estuvo en contra de la expulsión de Cuba de la OEA y el primero también en estrechar relaciones políticas y económicas con China durante su etapa de aislamiento impuesta por el gobierno norteamericano, gesto que no olvida el gigante asiático con reiteradas señales de gratitud.

No trato de pintar un paisaje idílico hay sombras como se observa; las administraciones públicas se sustentaban en una especie de autoritarismo paternal que a veces se tornaba demasiado rígido, la libertad de expresión era escasa y la disidencia era reprimida.

Hubo brotes de corrupción especialmente durante el alemanismo en contraste con su sucesor don Adolfo Ruiz Cortines, un hombre honesto en toda la extensión de la palabra, que terminó su gestión con una cuenta precaria que hizo pública, siendo propietario de dos casas como único patrimonio de tan singular personaje.

La misma conducta de honradez republicana asumiría su sucesor. Por otra parte, no se consolidaron los programas de combate a la pobreza por lo que ésta quedó como tarea pendiente no obstante los avances registrados, además de existir hasta 1974 dos descuidados territorios federales (Quintana Roo y Baja California Sur) a pesar de la crítica de nuestro país a los sistemas colonialistas en los foros internacionales. 

En un régimen presidencialista cobijado en realidad por una sola organización política, el primer aliento democrático llegaría hasta los comienzos de los sesenta durante la administración del Lic. López Mateos con la reforma electoral para acreditar a los diputados de Partido, y prosiguió hasta el año de 1978 con la famosa LOPPE, siendo presidente de México don José López Portillo, que sacó de sus actividades clandestinas a importantes formaciones políticas, tanto de izquierda como de la derecha, y de ahí para adelante atendiendo a las necesidades democráticas.

Este peculiar estilo de gobierno basado en un modelo económico denominado “El Desarrollo Estabilizador” que cambió de nombre con algunas variantes y fue llamado “Desarrollo Sustentable” en tiempos políticos del Lic. Echeverría, fue objeto del reconocimiento internacional hasta que finalizó la bonanza al desplomarse la economía en forma estrepitosa.

El Proyecto de Desarrollo Turístico de Cancún fue una de las últimas grandes obras de un modelo económico que agonizaba después de florecer con grandes resultados. Lo anterior fue un apretado resumen de una obra más vasta que tocó fuertemente todos los renglones nacionales. A continuación enlisto a los mandatarios que hicieron posible el llamado “Milagro Mexicano” independientemente del Gral. Lázaro Cárdenas y en menor medida Don Manuel Ávila Camacho que pusieron la semilla: Lic. Miguel alemán Valdez, Don Adolfo Ruiz Cortines, los licenciados Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría Álvarez (en su gobierno se vuelve a depreciar el peso mexicano sin afectar severamente a la economía), y el Lic. José López Portillo por el hecho que a la mitad de su administración da su último estertor una etapa dorada para la nación en materia de crecimiento sostenido. 

Pero detrás del primer “apagón” del crecimiento del país, estaban las crisis larvadas provocadas por el agotamiento del modelo económico, las presiones del exterior y sobre todo el endeudamiento excesivo en los años ochenta con el aval de nuevos yacimientos petroleros, lo que hizo pensar, por ejemplo, al presidente López Portillo, que debíamos aprender a “administrar la abundancia”. En la realidad, la proa de la nave del país se empinaba por los excesivos gastos del gobierno federal para darle un estirón significativo al desarrollo nacional petrolizando la economía, incurriendo asimismo en gastos superfluos aunado al desplome del precio del oro negro en los mercados internacionales.

Por otra parte, jugó un papel muy importante en contra, los intereses leoninos aprobados por el presidente Reagan, a los circuitos financieros de los que México era acreedor, lo que provocó que la deuda nacional creciera exponencialmente, pero ya sin los recursos suficientes derivados de los hidrocarburos, lo cual derrumbó a la economía nacional en el año de 1983. No hay que olvidar también a los oportunistas “saca dólares” que al tener información privilegiada secaban al país de la moneda verde depositando sus “haberes” en paraísos fiscales. Creo conveniente añadir que en esta trampa mortal también colapsaron la mayoría de los países latinoamericanos. Fueron años terribles de postración económica y fue cuando los rostros de los mexicanos dejaron de sonreír; llegaron los tiempos de las vacas flacas, cuando todo parecía encaminarse (como diría Don Javier Rojo Gómez), “a la consecución de nuestro alto destino”. 

A lo largo de varias décadas el país ha deambulado sin encontrar las medidas más saludables para reactivar el nervio motriz del crecimiento sostenido para que vuelva a posicionarse sobre las rutas de la prosperidad a través del esfuerzo compartido. Los resultados los hay, pero no son suficientes para encarrilarlo de acuerdo a su potencial, para significarlo de nuevo en el mapa internacional como fue en aquella gloriosa etapa del llamado “Milagro Mexicano”, en que fue respetado en el mundo como líder y ejemplo de los países latinoamericanos.

Se podría decir que fueron otras las circunstancias, pero desafortunadamente siempre hemos tenido oportunidades que han sido desaprovechadas, en donde el cerco de la alta corrupción, las crisis económicas recurrentes, los grandes errores en materia económica, los asesinatos políticos, el flagelo de la delincuencia organizada, las presiones del vecino del Norte, el neoliberalismo salvaje con sus medidas draconianas y entregando a precios de garage los activos más importantes del patrimonio nacional; todo ello se ha conjurado para frenar a la recia locomotora nacional cuando ha estado a punto de enfilarse por rumbos más promisorios, como sucedió con el llamado Error de Diciembre ( una crisis económica extraordinaria, 1994-1995), que desembocó en el tristemente célebre Fobaproa orquestado por el presidente Mr. Ernesto Zedillo, uno de los mandatario más ajenos al interés nacional, lo cual postró de nuevo al país cuando se avizoraban algunas ligeras luces al final del túnel . Haciendo cuentas para concluir, no solo hemos perdido más de la mitad de nuestro territorio en el siglo XIX por el apetito voraz del imperialismo norteamericano y las conductas apátridas, sino la oportunidad de volver a brillar en la constelación universal como un país pujante y vigoroso dueño absoluto de su propio destino.

En el proceso de la reactivación nacional, ninguna formación política está exenta de culpa; todas han participado activamente desde el poder con sus luces y sus sombras, pero sin armar, en unidad de esfuerzos, un proyecto de largo alcance consensado con los factores fundamentales que inciden en el universo del poder y la economía con acciones realistas y el pensamiento fijo en los grandes problemas nacionales para buscar soluciones en el orden de las más prioritarias.

Es una necesidad de Estado ante la nueva configuración mundial que desplaza el unilateralismo norteamericano. Lo que se logró en la etapa post revolucionaria (desde don Lázaro Cárdenas que creo las condiciones objetivas y subjetivas especialmente con la nacionalización petrolera) con gobiernos nacionalistas identificados con el pueblo de 1935 a 1983 y lo que se perdió después debería servir como marco de reflexión, de acuerdo a las nuevas circunstancias, para considerar que se puede hacer con el país y como alcanzarlo sin posturas demagógicas que desemboquen en la simulación. Hay que serenar a México y convocar para su reactivación a la suma nacional antes que se nos deshaga entre las manos. 

Quiero aclarar que disto mucho de ser un experto en la materia; soy un diletante comprometido con su país y solicito de antemano disculpas por mis tropiezos y la carencia de un enfoque más profesional para un tema tan delicado que dedico a la memoria de mi hermano Enrique Alonso Alcocer, por su particular inclinación, en vida, por la historia y los grandes problemas nacionales. Lo que comento a continuación no es una concepción romántica con tintes broncíneos aunque lo parezca; la historia nos indica, que hemos sorteado situaciones terribles y hemos salido adelante con la buena voluntad de auténticos patriotas (que los hay) y la nulificación de los que voltearon el rostro al interés supremo de México pensando en monarquías de oropel o príncipes de pacotilla o en las camarillas de todos los tiempos con una inagotable sed de riqueza y nulo compromiso con los intereses vitales de la nación.

En el horizonte todavía poblado de luz de nuestro país, siempre existirá la condena nacional para los traidores acompañados del juicio severo de la historia y la oscura mazmorra para los depredadores. Habrá el reconocimiento general para los que entregan sus más altos esfuerzos en favor del fértil suelo donde ondea el lábaro patrio con el águila devorando a la serpiente, con el mensaje implícito que conlleva. Hay que creer en México, y como el bardo izamaleño Ricardo López Méndez, gritar alguna vez a voz en cuello: “¡México creo en ti, porque eres el alto de mi marcha y el punto de partida de mi impulso, mi Credo Patria tiene que ser tuyo, como la voz que salva y como el ancla!”.

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