El padre Álvaro Corcuera con bajo perfil termina. El mítico primer sucesor del carismático fundador de los Legionarios de Cristo termina en una sala de exposiciones, sin el manto materno de una devota iglesia. El organizador de ostentosas liturgias en las basílicas patriarcales de Roma, concluye su periplo entre frías sillas de metal cromado.
El anfitrión de centenares de obispos. El simpático interlocutor de los grandes cardenales. Recibió el último de saludo de un único obispo, el de siempre, el de Cancún. Ni siquiera participó el padre Eduardo Robles Gil, su sucesor en la cátedra de Maciel.
El meticuloso revisor de la revista “Al paso de la Iglesia”, el que mimaba cada texto laudatorio de la jerarquía hacia el “nuevo ejército del Papa”. No logró que la prensa nacional e internacional publicara el sentido pésame del Papa Francisco o del Papa emérito Benedicto.
El líder máximo de la Legión que acarreaba multitudes a la Plaza de San Pedro, con la nueva palabra legionaria (sucedanea de “colapsó”) “consolidó” la asistencia. Reunió entorno a su ataúd un grupo selecto de glamuroso luto. Ni sombra de las legiones de seminaristas adolescentes e interminables colegiales y colegialas capaces de abarrotar la basílica de Guadalupe (México).
Una familia acostumbrada a los superlativos, despide a su padre Corcuera en diminutivo. Muy en consonancia con los minúsculos gestos de avara reforma. No llegó más allá de la tibieza de palabras (impuestas por la superioridad) respecto a las víctimas. De sombrías declaraciones, con una cadencia tardía insoportable: el hijo del celebérrimo y mediático decano de ética y moral, padre Thomas Williams ya contaba diez años al momento de publicar esa realidad en términos transidos de dulzura y dolor por la debilidad del cínico defensor de la integridad moral del pederasta, incestuoso y sacrílego fundador Marcial Maciel.
Las transacciones sospechosas en el Banco Vaticano (IOR). La desviación de fondos al no cumplirse la intención del donante. Las prelatura legionaria de Cancún como Iglesia “sui iuris”.
La mundanidad espiritual del Notre Dame Center de Jerusalén. El fácil acceso a poderosos psicofármacos en la farmacia vaticana, El recurso ordinario al confinamiento psiquiátrico.
Los litigios por manipulaciones testamentarias y obtención ilegal de inmuebles. El encubrimiento de legionarios pederastas. La máxima de “mantener fuerte el principio de autoridad” como clásica expresión de Maciel para justificar el abuso de autoridad.
El desprecio de los pobres, al grado de omitirse incluso la palabra en los documentos oficiales y en la conversación cotidiana. La nula búsqueda de la verdad histórica en la Congregación. La violación de los derechos humanos so pretexto de una voluntad divina que se identifica con la casta de los superiores.
Una mentalidad empresarial en lugar de la gratuidad del Evangelio. Un Jesús abstracto, dialéctico, incapaz del pensamiento propio y la evangélica objeción de conciencia. Son páginas de una agenda que deja pendiente la labor de Álvaro Corcuera director general de los legionarios de Cristo.
El Señor de la Misericordia lo liberó de la tradición legionaria y quedar sepultado junto a su predecesor, el depredador sexual, Marcial Maciel. No llegó a reposar a Roma como restaurador de un brillo perdido. Acabó en la fosa de la familia Corcuera en el panteón francés de la ciudad de México, en vez de ir a dar a un sitio de la moderna familia Borgia fundada por Maciel.
El grupo informativo “Milenio”, en 2011 presentó “Los últimos día del reino de Maciel” (ver en youtube). Ahi encontramos una imagen que el resumen al padre Álvaro Corcuera: con un gesto propio de la Mafia, es el primero en besar la mano muerta de Marcial Maciel. A pesar de conocer a la amante y la hija, de saber a ciencia cierta de los abusos sexuales a menores de edad, del alcoholismo y afición a la morfina, al lujo y la simonía, Álvaro Corcuera venera el cadáver de Marcial Maciel.
Pablo Pérez Guajardo, L.C.
correo padrepabloperez@gmail.com