¿Historias de bronce o historias científicas en los dominios de la “aristocracia de la hamaca” chetumaleña? | Por Gilberto Avilez Tax

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Solo en un estado como el Quintana Roo priísta pudo darse la figura de un “historiador del Estado” por decreto del mandamás en turno.

Solo en un estado como el Quintana Roo priísta pudo darse la figura de un “historiador del Estado” por decreto del mandamás en turno.
Solo en un estado como el Quintana Roo priísta pudo darse la figura de un “historiador del Estado” por decreto del mandamás en turno.

Sin ser el historiador “mala leche” que leo en la diatriba anti celebratoria de Mauricio Tenorio Trillo, y tampoco con el afán de ser “cáustico” y “punzocortante” como sugiere don Cafeto, soy partidario –no sé si el único- de la idea de repensar los temas, periodos, personajes y los procesos históricos de Quintana Roo, que una historia oficial, para oficial, oficialista, académicamente anémica por tantos cantos “sirenaicos” y presupuestarios, han establecido y sugerido mediante un canon historiográfico que se pretende inmutable y no cuestionable. No, señores, en términos de la historia regional, yo no respeto ni a la madre del santón de la tribu de plumíferos.

Al mirar la historia de cuarenta y dos años de formación del estado de Quintana Roo,[1] uno no puede dejar de apuntar que, hasta ahora, no existe una variada producción sobre la historia política de las cuatro décadas del Quintana Roo post Territorio. Salvo un trabajo de Tania Camal Cheluja[2] y una tesis de licenciatura profusa de un tal Iraheta (que rasca historias orales, es cierto, pero casi todas estas oralidades son desde el punto de vista de los que se encumbraron en la política local chetumaleña desde los inicios del estado), tal parece que la historia en Quintan Roo termina en 1940 con el final del gobierno de Rafael Melgar, sobreviene un periodo de “años aciagos” con Guevara y el Ramirismo (1940-1959), se reinicia débilmente con Aarón Merino, Rufo Figueroa, y el más querido por la historia de bronce de la clase política que se gestó con él, Javier Rojo Gómez.

A partir de 1974, la historia política de Quintana Roo devino en una historia de bronce, donde los “prohombres” del partido gobernante reconocen a sus pares y a sus legendarios héroes que, mediante Comités Pro Territorio, Pro gobernantes nativos y más “pri” que “pro”, confeccionaron una historia de bronce escrita por los Carlos Hoy, los Juan Álvares Coral, la literatura costumbrista de Primitivo Alonso, o el a veces ilegible Al pie de la letra de Jesús Martínez Ross. Sin embargo, a partir de la década de 1990, con la creación de instituciones educativas en el estado –la UQROO en sus primeros años, o el Colegio de la Frontera Sur-, se comenzó una nueva mirada -científica, hecha en la revisión sistemática de archivos locales, regionales, nacionales y hasta internacionales- del pasado de un estado cuarentón como el Quintana Roo actual. No obstante, y similar a otras entidades del país, todavía dista de ser abundantes los estudios acerca de la segunda mitad del siglo XX en Quintana Roo.[3] Tal vez los libros que se salvan de esta incuria historiográfica por no tratar la segunda mitad del siglo XX, sea el texto escrito por Alfredo César Dachary y Stella Maris Arnaíz, El Caribe mexicano, una frontera olvidada (1998). Esta producción de investigadores e historiadores profesionales –los trabajos del propio Macías Richard, de Teresa Ramayo Lanz, de Luz del Carmen Vallarta Vélez, de la pareja Macías Villalobos, y los trabajos compilatorios e interpretativos de la guerra de castas de Lorena Careaga- han dado estudios necesarios para comprender el periodo formativo de Quintana Roo (1880-1940).

A pesar de esta más o menos nueva producción académica, la mayor parte de la clase gobernante que ha contado Quintana Roo, ha preferido la antigua historia de bronce, cercana a sus intereses de facción. Resulta, por lo demás, sorprendente, que un viejo periodista –autonombrado el decano del periodismo en el estado- fuera designado por un ex gobernador como el “Historiador del Estado”. ¿Significa ese rótulo estatuario en la calva lustrosa de Francisco Bautista Pérez, la cláusula de que lo que diga es la versión verdadera, “institucional”, y que no tiene margen para la crítica, de la historia quintanarroense? Un conocido periodista político del medio chetumaleño, habló, con estas pintorescas palabras, sobre el trabajo del historiador de bronce Bautista Pérez: “Nuestro historiador Francisco Bautista Pérez es la memoria de nuestro estado, y sus obras son consulta obligada. Sus efemérides y Janet, uno de sus libros más recientes, derrumban mitos porque Don Francisco es un investigador riguroso, un personaje único”. Bautista Pérez,[4] así como Carlos Hoy o Álvarez Coral, forman parte de una tradición historiográfica que podemos designar como la historia partidaria, la historia moralizante, pragmático poética, monumental, y que tiene su correlación, en las artes visuales, con los trabajos muralísticos del desaparecido Elio Carmichael que se pueden observar en la bóveda del Congreso del estado de Quintana Roo. La historia de bronce, recordemos, es la historia que más prefieren los gobiernos, la clase política en el poder, pues: “[…] mantiene su prestigio como guía moral, maestra de pundonor y faro de buen gobierno. Los pedagogos creen a pie juntillas, que algunos ejemplos dignos de ser emulados por los hombres de ahora, que es la evocación de su conducta es el medio más eficaz para la reforma de nuestras costumbres”.[5]

Pero frente a esta historia de bronce se encuentra otra, crítica, desacralizadora de los mitos, aguafiestas e ineluctablemente revolucionaria frente a la historia broncística, repensando los dichos, las temáticas, los lugares comunes y los facilismos de ésta última. Esta historia, científica las más de las veces aunque nunca neutra, se pasma con “las rutinas mentales que rigen la construcción de historias y mitos nacionales”. Una historia aguafiestas que sabe que la historia de bronce y los mitos patrios requieren “una pausa en la inteligencia, una que permita vivir la metáfora como realidad”.[6]

Bajo estas ideas en mente, escribí, en el muro del Face el día de ayer, unas ideas producidas por la indagación de fuentes para entender cómo desembocó, o involucionó, una clase política priísta chetumaleña, que en los últimos años 16 años, se encontró desconectada de la ciudadanía, y gobernó dándole las espaldas. Dije lo siguiente:

“Acabo de darle una lectura somera a una tesis de licenciatura de la Universidad de Quintana Roo. En esa tesis se habla del origen y conformación de la élite política chetumaleña (1902-1974). De entrada, yo diría que tiene mucho de historia que damos por hecho y que se pudo haber obviado etc., y que no logra darnos un hilo preciso de esas élites. Pero lo leo no con el afán de dar mi criterio sobre eso, sino para buscar antecedentes de cómo devino esta élite política, a ser lo que actualmente se lee en los periódicos digitales (y no en los periódicos impresos): el esperpento insulso, la casta gobernante siniestra que dejó a Chetumal en ruinas, y que, al final, muere corroída por su inepcia de casta de la hamaca, sarmentosa y sin poder salir de su confinado extravío histórico, posiblemente cerca del basurero de la historia prostituida por sus historiadores y poetastros oficiales. Desde luego, hay que decir que esta casta de familias patriarcales (aquí pónganle el apellido de los chetumaleños que han gobernado esa ciudada con las siglas del PRI) pueden caracterizarse y verse en los marcos de un priismo cerrado, poco dado al diálogo, y que hizo de la simulación y la mentira su manera predilecta de gobernar. Fue, eso sí, una casta burocrática crecida en el trópico quintanarroense y con aires vomitivos de familias reinantes por derecho nativista”.

Después de escribir esas líneas que, me parecen, resumen lo que yo pienso de la casta priísta chetumaleña a partir de 1974 –recalco eso, casta priista gobernante chetumaleña, que debido a los cargos públicos, acumularon su capital y sus propiedades, compraron la casita y el terrenito frente al brazo de mar de Calderitas o en la laguna Bacalar, y saltaron de puestos burocráticos, compusieron sus poemitas, alabaron sus privilegios tropicales, terminaron por corromperse en sus suntuosidades-, un conocido poeta y miembro del partido que el 5 de junio dejó de gobernar, Primitivo Alonso Alcocer, no sé si enojado porque también ha escrito textos broncísticos, escribió lo siguiente:

“No tienes otra manera de comentar que no sea regañando o afrentando. Al ponerle dinamita a tus palabras el estallido verbal diluye las ideas y privilegia un nicho de expresiones sin sustento objetivo al carecer de fundamentos reales. A poco tu no sabes quienes fueron los que dejaron a Chetumal en ruinas, me sorprende que un tirador de tu calaña lo soslaye y le endilgue la culpa a la que tu llamas la casta siniestra que, con excepciones desde luego, fueron el nervio motriz de luchas históricas que coadyuvaron en la transformación de la entidad hasta alcanzar su nivel de estado libre y soberano”.[7]

Horas después, el bardo antiguo siguió en el decir:

“A pesar de que tu has señalado que el Comité Pro Territorio fue concebido por las élites, yo creo que fue el hartazgo social el que generó este movimiento sin siglas partidarias, ante el trato de encomenderos que se le dio a la población por parte de las autoridades campechanas. La única elite fuerte en ese tiempo eran los concesionarios del chicle y la madera y ellos se abstuvieron de participar por instrucciones de sus “dueños” cómodamente instalados en la capital de la República. La Cámara de Comercio estaba en proceso de gestación por lo que no constituía una élite de serio calibre. Lo que nos lleva a la conclusión que fue la sociedad civil despertada por un extraordinario mexicano el doctor Barocio la que se organizó, vuelvo a repetir, sin siglas partidistas para defender la integridad territorial de Quintana Roo. De ahí devienen los orígenes de la clase política chetumaleña y al menos dos de las familias que señalas tuvieron una marcada participación en este movimiento: los Villanueva y los Alonso como está contemplado en textos históricos, además que los nombres de los participantes están inscritos en letras de bronce en la Rotonda levantada a los Forjadores de Quintana Roo. Luego entonces los orígenes de la clase política no devienen de ningún partido sino de la sociedad civil organizada conducida por un político limpio: el doctor Barocio. El propio general Lázaro Cárdenas al escuchar la petición firme de los Payo Obispenses en el acto multitudinario llevado a efecto enfrente de la comandancia de la Flotilla del Sur, se dirigió al gobernador de Campeche que lo acompañaba y le expresó en voz alta: “convenza a este pueblo de seguir siendo campechanos”. O sea que el general misionero reconocía la conducción popular del movimiento. Ahí está el pasado de la defenestrada clase política chetumaleña”.[8]

Con el afán de no dejar en el tintero de la lap respuesta alguna, igual formulé estas réplicas que, considero, toca la importancia y responsabilidad que los nuevos historiadores de Quintana Roo tienen con esa segunda mitad del siglo XX, donde no conocemos gran cosa de gobiernos polémicos como el de Margarito Ramírez o el de Mario Villanueva Madrid.[9] Aunque en la biblioteca del Archivo estatal de Quintana Roo se encuentre un texto pionero de Margarito Ramírez escrito por Juan Castro Palacios,[10] los dos libros que conozco del Villanuevismo brillan, con luz propia del trópico, por su ausencia.[11]

La discusión sobre la historia oficial ha dado pie a repensar esos temas y momentos de Quintana Ro. María Teresa Gamboa, la fallecida directora del Archivo estatal de Quintana Roo que hoy lleva su nombre, dedicó muchos años estudiar el Ramirismo. En el Centenario de Chetumal, dio a conocer una serie de artículos periodísticos de ese “largo periodo de transición”.[12] Arguyo que iba a ser un texto más profundo que el de Juan Castro Palacios, nunca lo hizo y le sobrevino un infarto fulminante en 2011. Sería bueno que historiadores actuales revisen la documentación de Gamboa que se encuentra en el archivo citado, así como analizar sus apuntes del Ramirismo.

Las luchas históricas que han señalado las historias “nativistas” de Quintana Roo, creo que ya no son las actuales luchas históricas. Y repito: la historia oficial, es decir, los escritores oficialistas, han escrito la versión de los procesos políticos de Quintana Roo. En algunos casos de odio completo, como sucediera con el periodo del Ramirismo, se llegó al punto de no solo atacarlo de forma escrita. Una de las primeras acciones de Jesús Martínez Ross, como si de un Tlacaélel del Hondo dispuesto a eliminar de la historia ese pasado aciago del gobierno de Margarito Ramírez para volver a empezar a reescribir la historia a partir de su arribo al poder, fue el de demoler la escuela primaria Presidente Obregón frente a “Punta Estrella”, en el boulevard de Chetumal, y en su lugar construir el actual Congreso del estado.[13] La consigna de este primer gobernador constitucional de origen garífuna,[14] era más que evidente: habría que combatir ese largo periodo negro en que un “pueblo” fue preso de las furias autoritarias del lejano centro mandando a sus procónsules. En 14 años, nueve meses y 14 días, el periodo de Margarito Ramírez, según Martínez Ross y sus continuadores oficiales, se presenta como el periodo del gobernador “más combatido y el más odiado por el pueblo” al que nunca tuvo acercamiento y vivió los años de su “exilio”, sin acercamiento alguno con la población. Se olvida decir que el otrora Territorio de Quintana Roo no tenía los elementos suficientes para erigirse como Estado, y que habría que ver el periodo ramirista como el puente largo entre la formación del estado (1880-1940), para engarzarlo hacia la modernidad y la supuesta “liberación política” a partir de 1974, donde una casta gobernante autóctona, bajo las siglas priístas, copó el poder amparada por unas reglas del juego para nada democráticos, en sintonía con el espectro político nacional, que apenas se comenzó a disgregar a partir de 1988.

Las ideas sobre el Quintana Roo de la segunda mitad del siglo XX quedan, entonces, todavía interpretadas no por una deseable historia crítica y científica, sino por la historia de bronce y loriga, cercana al partido que gobernará Quintana Roo hasta fines de septiembre de 2016. Con la inercia de los historiadores profesionales, que al parecer no les importa meterse en los dominios difíciles de la historia política contemporánea. Y esto es comprensible cuando Quintana Roo apenas sale de un estado autoritario, déspota, poco dado a la crítica, con epidermis susceptible, y cuyas universidades –como la UQROO- están drenadas y corroídas por intereses políticos distintos a la academia y la libertad de cátedra y de investigación exigente. En una democracia que se de a respetar, estos temas negados o autocensurados, habrían que tocarse sin ningún problema y sin pedirle permiso a nadie más que al método histórico.

Ahora bien, si existe un inicio de democracia en Quintana Roo a partir del 5 de junio, repito, creo que ésta tiene que llegar a los dominios de Clío y dar ese necesario repaso a esas versiones oficiales. Tal vez veríamos en ellas que esas “luchas históricas” que señalan los historiadores oficiales o para oficiales, no fueron ni muy luchas, ni tan históricas. Tal vez descubramos que la versión chetumaleña de la historia de Quintana Roo (de ciertos historiadores y cronistas y otras plumas cercanas al priato), no se sostiene con una buena zambullida a los archivos. Tal vez Margarito Ramírez no fue tan el ogro negro y malo de la película, y tal vez Pedro Pérez Garrido, el prócer inmarcesible, sea la caricatura de un Pedro Pérez Garrido, más humano y más mortal en sus dichos de parlanchín. Tal vez nos falta entender que la historia “hegemónica” del PRI no fue tal a partir de 1974, como nos lo habían hecho creer. ¿Y en donde está la historia de la disidencia en este estado durante los últimos 40 años? En fin, lo que uno propone es desligarnos de tantas frases retóricas, desacralizar tanto discurso mitinero que se pretende historia seria, alejarnos de tantas historiografías partidarias y, mediante cirugía mayor, hacer la criba a esa broncínea historia de panegíricos similar, en su catadura, a una especie de historia bíblica pero que tiene mucho de realismo mágico. Vamos a dejar de ser ingenuos y sacar de su pedestal y de su bronce dormitante, a esa historia de la segunda mitad del siglo XX signada por el nativismo y el partidismo, y comenzarla a ver desde una perspectiva regional, peninsular, nacional y, por qué no, internacional.

[1] Por ejemplo, el libro coordinado por Antonio Higuera Bonfil, Quintana Roo: cuatro décadas de vida independiente, Chetumal UQROO, 2014.

[2] Tania Camal-Cheluja, ¿Quién gobierna Quintana Roo? Estudio de una élite política local. Chetumal, UQRO-Bonilla Artigas Editores, 2013.

[3] Carlos Macías Richard, “El Caribe Mexicano. Historia e historiografía contemporánea”. Relaciones 111, verano 2007, vol. XXVII, pp. 92-98.

[4] De Bautista Pérez hay que verlo como un cronista más que historiador. Vale la pena este libro especie de cajón de sastre, editado recientemente: De territorio a estado: testimonios de un reportero. Chetumal, H. Congreso del Estado de Quintana Roo, XIII Legislatura, 2013.

[5] Luis González y González. El oficio de historiar. México, Colmich, 1999, p. 337.

[6] Mauricio Tenorio Trillo. Mito y celebración. México y sus centenarios, México, Tusquets Editores, 2009, p. 124.

[7] Comentarios de Primitivo Alonso Alcocer, 2 de julio de 2016.

[8]Comentarios de Primitivo Alonso Alcocer, 2 de julio de 2016.

[9] Y desde luego que me llena de dudas, el hecho de que en el sexenio de Mario Villanueva Madrid solo se encuentre, en el Archivo Estatal de Quintana Roo, su curriculum –no más de 20 página- y sus informes de gobierno. En el CV de Villanueva, se dice que nació el 2 de julio de 1948. 20 años después, en 1968, se afilia al PRI en el sector agrario y obtiene su primer cargo como Delegado de Extensión Agrícola. Ingeniero agrónomo de la Escuela Superior de Agricultura “Hermanos Escobar” de Ciudad Juárez y de la Universidad Autónoma de Chihuahua, tiene una maestría en ciencias en estadística obtenida en el Colegio de Postgraduados de Chapingo (1972-1974).

[10] Cfr. Juan Castro Palacios. Los años del exilio. Quintana Roo 1944-1959. Chetumal, Gobierno del Estado de Yucatán-Conaculta, 1997.

[11] Me refiero a los libros de José Antonio Callejo, De Cancún a Almoloya. El imperio roto de Mario Villanueva, México, Océano, 2002; y de Luis Cabañas Basulto, Mario Villanueva Madrid. Crónica… ¿de una venganza? Chetumal, Gráficolor, 2003.

[12] Los artículos de María Teresa Gamboa sobre el Ramirismo aparecieron del 1 de junio al 17 agosto de 1998 en la sección “Nuestro Centenario” del Diario de Quintana Roo.

[13] Juan Ángel Xacur Maiza. Enciclopedia de Quintana Roo. Fascículo Chetumal/ huracán, Chetumal, 2005, p. 33

[14] Y la negritud es otro de los temas pendientes de la historia en Quintana Roo, que con Elizabeth Cunnin se modificó. Cfr. Mi texto “¿Quintanarroísmo, yucatanismo, veracruzanidad, indianidades o negritudes omitidas en el potlatch tropical?”. Desde la Península y las inmediaciones de mi hamaca, 5 de agosto de 2015. http://gilbertoavilez.blogspot.mx/2015/08/quintanarroismo-yucatanismo.html

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8 COMENTARIOS

  1. El referirte a mi abuelo como parlanchín es algo vulgar, de los pocos luchadores sociales por valores y con valores, que inclusive dejo de lado su fortuna personal… sin duda, necesitas leer y aprender más de su historia, con gusto yo te la comento, hagamos una cita, pero porfas no seas tan aventurado con tus comentarios, que pueden rayar en el infortunio…

    Atte, Manuel S Pérez Alavez. Mi mail [email protected]

  2. […] [8] En realidad, yo me he especializado en la Guerra de Castas y el chicle en Quintana Roo y la Península en su conjunto (los historiadores, este historiador, cree que la Península es una sola, y no existen jurisdicciones políticas al momento de ponerse el overol de historiador), pero recientemente me he adentrado a estudiar el periodo político que no han tocado los “quintanarrólogos” hasta ahora. Me interesa, sobre todo, volver a los largos años del Ramirizmo en el otrora Territorio de Quintana Roo. Cfr. mi artículo aproximativo “¿Historias de bronce o historias científicas en los dominios de la ‘aristocracia de la hamaca’ chetumaleña’”. Noticaribe. 2 de julio de 2016, en http://noticaribe.com.mx/2016/07/02/historias-de-bronce-o-historias-cientificas-en-los-dominios-de-l… […]

  3. Si, si tiene mucho que ver que sea yucateco , sin entrar en detalles anda tú a tratar de reescribir o dar tu punto de vista como dices sobre historia a Mérida a ver qué te pasa y eso es por lo menos , la historia del Quintana Roo antiguo no tiene absolutamente nada que ver con los gobiernos priistas no te equivoques fue el pueblo y solo el pueblo los que se levantaron para que Q.roo sea lo que es ahorita a sí que no metas al PRI en esto , mi punto de vista está orientado en el que mal escribe el articulo, aprendiz imberbe de escritor claramente mostrando su odio a un partido , ignorando la historia de Quintana Roo dando a entender que todas esas familias que lucharon por el Quintana Roo libre pertenecían a un partido lo que es mentira fue logró de un pueblo nada más.

  4. \”Prialcer\”… yucateco ó nó… el señor avilez nos comenta parte de la historia politica de quintana roo a su muy personal forma de ver… claro, muy diferente a lo que los gobiernos priistas quintanarroenses nos han querido hacer creer… esa es la diferencia…

    a poco usted \”Prialcer\” creyó que el trenecito de chetumal sí lo había comprado abuxapqui?…

    a poco usted \”Prialcer\” deveras creyó que mauricio gongora había comprado las patrullas que resultaron rentadas??..

    una cosa es que el corruptisimo PRI nos quiera contar la historia y otra cosa es nuestra triste realidad… ó…

    como lo ve usted??

    Amén…

  5. Hasta donde se eres yucateco, observó tu texto y se puede ver que quieres reescribir la historia, fueron quienes participaron en todas las luchas quienes escribieron o transmitieron la los acontecimientos que marcaron e hicieron lo que Quintanar Roo es hoy , tú eres un recoge letras , una cosa es la política que mencionas y otra la historia, la política el pueblo Eligio y la historia como repito fueron los mismos que participaron en los movimientos los que la contaron a sí que deja de analizar en libros por qué en ellos se escribe lo que a su punto de vista el escritor piensa aquí lo que se puede obervar en tu mal escrito es la conyontura política del momento para que seas tomado en cuenta

  6. Hacen falta más estudios del estado de todos los temas, no sólo de política o dos gobernantes. Tania es mi maestra en la uqroo, en una clase sobre liderazgo en QROO toca todos estos temas, es muy buena en este campo.

  7. Excelente nota. Que nos invita a los Quintanarroenses a estudiar si ESTUDIAR, nuestra historia y hacerla del conocimiento publico y general de todos los habitantes. Asi conociendola podremos respetar y amar a Quintana Roo. Recomiendo el libro de Luis Rosado Vega sobre el gobierno de Rafael E. Melgar y el libro \”El machete y la cruz\” de Don E. Dumond. Asi como ha analizar la participación de Dn. Antonio Miselem

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