A 170 años, hay Guerra de Castas para mucho rato | Por Gilberto Avilez Tax

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El próximo lunes 17 de julio dialogaré con el maestro, intelectual y poeta maya, Gregorio Manuel Vázquez Canche, sobre la autonomía histórica de los herederos de la Cruz Parlante. “Goyo” me invitó amablemente a su programa de radio Yóol Íik’’ T’ano’ob, de Radio XHNKA, y ahí, de 11 de la mañana a 12 del día, junto con el maestro Vázquez Canché, trataremos de nuevo de entrar al debate historiográfico, y comprender esa larga lucha de liberación del pueblo maya, que se sustrajo al dominio neocolonial de Mérida durante más de 50 años.

Alejados de las conceptualizaciones académicas y las pugnas que se han dado entre los “tradicionalistas” y los “revisionistas” del tema en años recientes, que si es un periodo ya trillado de la historia peninsular y el tema favorito de una academia setentera que la historia cultural no desea tratar,[1] o si se trató o no de un conflicto agrario;[2] sostengo la feraz idea enristrada por el recordado guerracastólogo campechano, Ramón Berzunza Pinto: “La guerra social o Guerra de Castas de 1847…fue una luz que se proyectó desde el pasado iluminando con siniestros resplandores la Península y que, al apagarse, siguió iluminando a los espíritus generosos, que pregonaron después lo que en esa guerra no triunfó: la justicia social”.

¿Qué podemos decir, a grandes rasgos, para objetar y discutir las ideas “historicocuturalistas”, que obliteran la importancia y ningunean ese periodo de la historia social de Yucatán? Pidamos la concisión: esos resplandores de justicia social, que aún podemos visibilizar los “guerracastólogos” en documentos de la época; forjaron las divisorias jurisdiccionales de la Península, crearon las fronteras interiores y exteriores de la Península, ayudaron a la descomprensión de la tierra en zonas del sur y oriente parando el avance del capital antropofágico, hicieron que algunos pueblos del sur y oriente llegaran a la reforma agraria del siglo XX con sus antiguos ejidos.

Además, la Guerra de Castas moldeó el carácter enérgico de los pueblos fronterizos, construyó la territorialidad rebelde, y todo lo que implicó de recomposición cultural (el maya pax, las tradiciones arraigadas y la defensa identitaria maya actual del centro de Quintana Roo, como ejemplos prístinos), dio pie a una ingente literatura que todavía se escribe con fruición (las dos últimas novelas fueron Península, Península, de Hernan Lara Zavala; y Las Guerras de Justo, de Francisco José Paoli Bolio), recompuso étnicamente el palimpsesto peninsular (hay regiones del oriente y del sur donde la mayanidad se acendró; pero igual, por la región más oriental, Tizimín, Panabá, San Felipe, Río Lagartos, los blancos regresarían a repoblar esas zonas), dio pie a la diáspora y consolidación de las islas del caribe (Cozumel, Isla Mujeres), hizo legislar a los Solones de Mérida para tratar de lidiar con la “guerra de bárbaros” en las fronteras yucatecas (lo que he denominado como el andamiaje jurídico salido de la Guerra de Castas), posibilitó el acrisolamiento (dicen los que saben) de la lengua maya en zonas fronterizas y los territorios macehuales, hizo que en el oriente peninsular se conservara la flora y fauna que en el siglo XX sería motor de la economía regional (me refiero a los zapotales), creó y despobló ciudades y pueblos en medio de la selva peninsular (Tihosuco, Bacalar, Sabán, Sacalaca, Chan Santa Cruz), hizo que algunos mayas y mestizos hablaran a la perfección la lengua de la reina Victoria y tuvieran la experiencia intercultural en el norte de Honduras Británica, fue almácigo de nuevas estirpes peninsulares, como la estirpe de los antiguos payoobispenses, y es tan importante este movimiento telúrico de la tierra peninsular, que todavía seguimos hablando de ella, que todavía, parafraseando a Gregorio Manuel Vázquez Canche, a 170 años de la tea que el gran general Cecilio Chi prendiera en Tepich, hay Guerras de Castas para mucho rato.

[1] Recientemente, desde la historia cultural, Lorena Careaga trató la guerra, pero ya no desde la narrativa del conflicto o de la historia diplomática, sino que se trató de adentrar en el mundo maya y no maya del siglo XIX, mediante la mirada privilegiada de viajeros extranjeros, casi siempre, científicos y pioneros de los estudios mayas; a la península. Antes, Terry Rugeley analizó la cultura popular de los mundos confrontados de la península del XIX. Cfr.  Terry Rugeley, De milagros y sabios. Religión y culturas populares en el sureste de México, 1800-1876, Mérida, UADY, 2012.

[2] En mi tesis doctoral trabajo extensamente estas conceptualizaciones, me posiciono entre las ideas tradicionalistas y revisionistas –la aurea mediocritas de los latinos-, y discuto y confronto los argumentos que intentan minusvalorar el sentido agrario de la guerra. Cfr. Gilberto Avilez Tax, Paisajes rurales de los hombres de las fronteras: Peto (1840-1940). Tesis que para optar al grado de Doctor en Historia, CIESAS, 2015, pp. 703.

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