(Para mi amigo de la infancia y la juventud el Ing. Héctor López Castillo, haciendo votos por su pronta recuperación.)

Cuando se habla que el crecimiento económico del Estado de Quintana Roo reviste características extraordinarias se comenta de manera integral como si el todo estuviera en la misma consonancia para propiciar ese desarrollo sostenido. Desde luego que es motivo de especial satisfacción los niveles superlativos de trasformación de esta tierra prodigiosa.

Pero si hacemos un análisis objetivo que no precisa de mayores datos porque salta a la vista, se observará de una manera palpable y ostensible que el motor del auge está instalado en la Zona Norte de la entidad mientras que el Centro y el Sur permanecen agobiados por sus problemas vitales, sin vislumbrarse alguna solución de largo alcance, al menos en un futuro mediato.

No hay quintanarroense, nativo o adoptivo, que no se sienta orgulloso del desarrollo prodigioso tanto de Cancún como de la Riviera Maya, sin descontar a las islas de Mujeres y Cozumel. Pero sería muy extraño encontrar a un lugareño de otros “rincones” de la geografía del Estado, que no rezuma la desventura al precisar la postración cada día más evidente de la capital quintanarroense o de la Zona Maya, por supuesto.

Esto desdibuja la imagen de un Estado que fue concebido para no procrear desigualdades abismales producto del acelerado progreso de una de sus partes en desdoro de las demás.

La antigua liturgia política nacional en la etapa de la gestación de Cancún, señalaba que había que evitar el crecimiento de islas de prosperidad en medio de grandes océanos de pobreza incentivando, además, la identidad nacional. Se contemplaba que el desarrollo se debía de planificar de tal manera que no se perdiera los perfiles regionales (los nombres de deidades mayas en algunas de las principales arterias de la ciudad de Cancún y las estructuras de algunos centros de importancia que reflejan a la cultura histórica dominante), y que sirviera de detonador para una expansión equilibrada incorporándose los demás municipios con vocación turística conforme lo fueran reclamando las circunstancias.

Así sucedió con la Riviera Maya y hay visos de que Bacalar se encuentra en marcha ascendente. Asimismo, se consideraba que los municipios con vocación rural, teniendo como insignia a José María Morelos, podían ser los graneros del Estado, suministrando a los pujantes desarrollos turísticos la mayoría los productos derivados del campo, es decir, tendrían un mercado cautivo para efectos de comercialización, pero no obstante los serios esfuerzos del algunas administraciones estatales, este propósito no prosperó en la medida que se requería por falta de seguimiento, en algunos casos, o por razones que se pierden en los laberintos burocráticos y la probable corrupción, como fue el caso de la Hidroponia Maya, invernadero con alta tecnología instalado en Felipe Carrillo Puerto donde llegó a cultivarse en gran escala pepino ingles de la más alta calidad y se consideraba incorporar el cultivo de tomate, chile habanero y pimiento, para fines de exportación.

Este exitoso complejo agroindustrial de ser administrado por el Gobierno del Estado pasó a manos privadas después de un abandono sospechoso y al parecer fue vendida a precio de “chatarra” por la pasada administración estatal. En el caso del municipio de Lázaro Cárdenas además de su potencial agrícola, se vislumbraba un desarrollo espectacular en la isla de Holbox, perteneciente a su demarcación geográfica, y no el botín en que se convirtió esa isla paradisiaca con la complicidad de las autoridades que tenían la obligación de protegerla contra el acecho de los especuladores facinerosos.

Desafortunadamente, el tráfico de terrenos de alta plusvalía ha sido una constante en el Estado, beneficiando tanto a políticos como a empresarios inescrupulosos.

Esta realidad constituyó la fuente de inspiración para concebir mi novela “La tierra disputada” que observa con perspectiva realista como la entidad quintanarroense ha sido presa de la codicia, primero por la explotación forestal y ahora por sus bellezas paradisiacas y más tarde…¡por sus mantos acuíferos! Pero en cuanto a la decadencia de la Zona Sur, en especial de la capital del Estado, esta comenzó al finalizar la época de oro de la explotación del chicle y la madera a mediados de los años cincuenta agobiada por la sobreexplotación y por la destrucción causada por el meteoro Janet.

Paradójicamente, la destrucción de la ciudad capital en el año de 1955 por el macro ciclón de referencia, con todo lo que hay que lamentar que es mucho, atrajo la mirada de la federación hacia el olvidado territorio federal y es cuando comienzan a crearse las condiciones para la conversión de Territorio a Estado con una inversión inicial de 800 millones de aquellos buenos pesos en la etapa institucional del presidente Adolfo López Mateos. 

No obstante que la atmosfera prevaleciente eran propicias para renovar el crecimiento al ampliarse el sustento económico de la Zona Sur en especial de Chetumal, el régimen de perímetro a Zona Libre en un México en que la sustitución de importaciones eran parte del modelo económico predominante llamado Desarrollo Estabilizador, se apostó probablemente a que esta prerrogativa especial seria de muy largo plazo y que no había lugar para la reinversión en proyectos rentables, privilegiándose la ganancia rápida que provenía de la venta de productos de importación que en otras partes de la República, cuando se conseguían, se vendían a precio de oro. Fue la etapa de la fayuca que parecía que nunca iba a fenecer.

Por otro lado, nunca existió un plan B o un sucedáneo o la presión del gobierno federal para propiciar la reinversión en ambientes productivos. A lo más que se llegó fue a la instalación de una estructura para una zona industrial a un costado de la carretera federal, en donde se realizaron algunos intentos de buenos negocios que nunca prosperaron.

Al cambiar las condiciones en el mapa económico nacional la ilusión de la bonanza comenzó a disiparse, primero con la entrada de México al GATT y oscureció para siempre con el Tratado de Libre Comercio sin contar con una red de protección para amortiguar el golpe.

Por otro lado, el impulso del Ingenio Azucarero instalado en Pucté para balancear el equilibrio, no fue suficiente ni siquiera para moldear un modesto desarrollo dentro de su órbita de influencia. Y fue así que mientras las “cosas” se ponían de color de hormiga para el Sur, surgía el empoderamiento del Norte del Estado apoyado en la magia de sus encantos tropicales y las inversiones de miles de millones de pesos. 

Este cambio de dirección en las coordenadas políticas, económicas y sociales del Estado, trajo como consecuencia el rezago del Sur al concentrarse los gobiernos especialmente en la Zona Norte porque de ahí devienen la mayoría de recursos en materia de impuestos, y porque también su propio desarrollo tendría los inconvenientes del mercenarismo político y comercial, la irrupción de la violencia organizada, el crecimiento desordenado y la especulación de terrenos de alta plusvalía junto con el apetito voraz de políticos lejanos al estado que tratan de fincar su feudo particular sin ningún compromiso con los altos intereses de la entidad quintanarroense. Deseo dejar muy claro lo anterior: los habitantes de esta zona vital para la entidad son hombres y mujeres de buena voluntad, tanto los oriundos como los que viniendo de otras latitudes suman su esfuerzo solidario en la forja cotidiana de la grandeza del Estado.

Quintana Roo es y será un rico mosaico heterogéneo que nada tiene que ver con la ambición política y económica de cúpulas o franquicias desorbitadas. 
En cuanto a los chetumaleños, debemos cancelar la nostalgia por la ganancia rápida que procreó un régimen privilegiado cuando eran otras las circunstancias nacionales. Esos tiempos jamás volverán pero no debemos permanecer con las manos atadas.

Debemos de ser realista y apostar, por ejemplo, por el turismo alternativo entre otras posibilidades que se barajan para la Zona Sur en el orden cultural, forestal, pecuario, comercial, pesquero, ganadero, la apicultura y artesanías entre otros, pero me remito a esta potencial viabilidad que es una forma suave de entrar en contacto con la naturaleza y con los vestigios arqueológicos que nos legaron nuestros ancestros mayas, siendo este modelo de turismo altamente redituable en el mercado internacional.

Por su intenso contacto con la materia, el gobernador Carlos Joaquín tiene la suficiente experiencia para orientar un proyecto de gran aliento que agrupe a la Zona Sur del Estado que tiene esa vocación para el llamado también Arqueo Turismo que en la actualidad cuenta con un desarrollo incipiente.

No conozco las líneas de su programa de gobierno al respecto, y ojalá existiera un proyecto que contemple esa posibilidad viable, que posibilitaría la construcción de un turismo integral o complementario en lo que están de acuerdo interesantes estudios de expertos en la materia sobre todo por la competencia turística cada día más enconada en el Caribe.

Nuestra mejor carta de presentación para consolidar este propósito, estaría en la multitud de ríos, cenotes y lagunas; en las veredas agrestes de nuestra selva de jade o nuestro cielo de color turquesa. En los misterios que oculta una zona privilegiada por la raza cósmica.

En los amaneceres chetumaleños, únicos en la República, cuando el sol desciende para alumbrar la bahía con pinceladas sonrosadas, despejando el rostro extraño de los manatíes y alumbrando la fusión de las oscuras aguas del Rio Hondo con las verdi oscuras que circundan a la ciudad arbolada. En el Museo de la Cultura Maya y en la espigada columna del Monumento a la Bandera que se alza para exaltar nuestra nacionalidad frente a la vecina nación de Belice.

En la recia arquitectura de elegantes acabados de Kohunlich, Dzibanché, CHacchoben, y Oxtankak lugar en donde se concibió en primer mestizaje en América y la megalópolis Chakan Bakan probablemente una de las ciudades más grandes del mundo maya, recién descubierta cerca del poblado de Caobas, que guarda hondos secretos de nuestros ancestros fundamentales. Estos prodigios de belleza espectacular aguardan al visitante para obsequiarle los testimonios de la grandeza maya.

No podría faltar la sublime belleza de la laguna de los siete colores enclavada en el pueblo mágico de Bacalar y el macizo Fuerte de San Felipe, testigo mudo de los acechos de piratas caribeños y de la guerra social del pueblo maya.

La inimaginable belleza de la zona costera que encuentra su mejor expresión en Majahual o Ixcalak donde el mar Caribe irrumpe con bravura y los lugareños con placidez hospitalaria. Cerca de Chetumal, Calderitas, con la cocina de mariscos más sabrosa de la región, sendero natural de la princesa de Oxtankak y de Gonzalo Guerrero, el brioso aventurero español, singular pareja que engendraron a las primeras mexicanas. En José María Morelos, la misteriosa laguna de Chichancanab que en noches de plenilunio esparce el susurro de los aluxes que rezan a una criatura iluminada que yace en lo profundo de sus aguas.

También el legendario Sacalaca cuya zona de silencio a veces es interrumpida por el eco de los disparos de los fantasmas bravíos de los combatientes mayas; la legendaria Chan Santa Cruz, hoy Felipe Carrillo Puerto, asiento de la insurrección social que marcó las coordenadas para el nacimiento del territorio federal de Quintana Roo; es el corazón de la Zona Maya, cuna de hombres y mujeres que reflejan en sus rostros los orígenes de la raza que escrudiño el universo, pueblo que jamás se rindió ante el acoso de los “dzules” escribiendo una de las páginas más dignas de nuestra historia. 

Como dice el dicho, “hay tela de donde cortar” para la implementación del turismo alternativo como probable solución o factor coadyuvante para sacar al Sur del Estado de su postración económica. Podría hacer un listado interminable de los atractivos singulares de esta parte de la geografía de la entidad pero prefiero dejarlo de esta manera para no incomodar por su largueza a mis lectores a quienes agradezco su paciencia y que me sigan en mis modestas colaboraciones.

Quintana Roo es un todo integral pletórico de bellezas naturales y asiento hospitalario para todos los pueblos de la tierra. Acrecentar su dinamismo y su expansión tanto política, como económica, social, moral e histórica, es reto permanente, es tarea inextinguible.

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