El turno de los partidos locales | Por Primitivo Alonso Alcocer

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Bulle el comentario en la atmósfera política quintanarroense, de la probable erección de un partido político local o más, lo cual ha acaparado gran parte del interés tanto de los comentaristas como de diversos protagonistas engarzados en el núcleo social y político.

Al parecer podrían ser hasta cuatro las organizaciones ciudadanas que aspiran a convertirse en partidos políticos si cumplieran con los requisitos legales estipulados para esta finalidad.

Estas formaciones ciudadanas de contar con el debido apoyo de la sociedad y ofrecer un programa de acción estrechamente vinculado al interés de los quintanarroenses, pudieran jugar un papel muy importante en el panorama político local y en el lado negativo pudieran coadyuvar a la atomización del proceso democrático o encauzar figuras sempiternas en el manejo de lo político como sucede con algunas centrales o sindicatos nacionales.

No cuento con mayor información al respecto, pero existe la posibilidad que se conjunten los grupos políticos si se teje fino para abonar en las coincidencias programáticas para formar un solo partido o que actúen en coalición de ser acreditados por El Ieqroo como organismos políticos partidistas o también que cada cual transite por su propio camino.

Cualquier organización política seria y vertebrada siempre es motivo de especulaciones y adhesiones según sea la percepción de la sociedad en su conjunto.

Es consabido que su objetivo fundamental es la búsqueda o la conservación del poder de acuerdo a su vinculación con los grupos políticos dominantes y, sobre todo, su ascendencia en la sociedad; la política partidista es una actividad seria en que intervienen diversos factores enlazados para consolidar una oferta atractiva para la sociedad y la forma de hacer caminar al ente electoral con organización y cohesión interna y certidumbre electoral; muy importante también, el perfil de los candidatos porque de ahí derivaría la señal que manden de una auténtica voluntad de cambio para renovar el ambiente social y político postulando a la gente idónea que responda al interés de la sociedad.

Toda formación política debe ser encauzadora de la energía social hacia cauces elevados amen de las demandas populares a las que habría que buscar encaminar en orden de las más prioritarias mismas que deberá atender el gobierno en consonancia con el presupuesto; no hay soluciones sin costos, señala el clásico, y es mejor no prometer si no se puede resolver para no caer en la demagogia.

En el caso que nos ocupa, si los votantes hacen suyos su oferta política que también depende del carisma y la sensibilidad política del candidato que los abandere, será un partido(os) “factor” en la agenda política del gobernante en turno. Al menos esto se digiere en lo que concierne a la concepción ideal. Pero es conveniente citar una de las sin razones que agobian a la mayoría de los partidos que es el pragmatismo a ultranza y la cancelación de las ideas; ello constituye un valladar para que los buenos deseos se pierdan en un catálogo de buenas intenciones que no puede suplir a una oferta programática acorde a la naturaleza de lo que desea la ciudadanía y, en este caso, tomando muy en cuenta los intereses vitales del Estado y su composición heterogénea.

En esta tesitura, la vocación de servicio y el amor a la camiseta o la lealtad a los principios que dimanan de los documentos fundamentales pueden ser el pasaporte para abrir la puerta de la sociedad sin el ánimo mezquino de buscar el poder por el poder, centrados en la máxima maquiavelista de que el fin justifica los medios.

Esta cínica consigna cuando es llevada a la práctica como estrategia fundamental, ha dado al traste con la credibilidad de los organismos políticos cuando se suma además: el desaseo interno y la falta de cohesión, la postulación de candidatos con un marcado historial de corrupción, las alianzas electorales contra natura, el acarreo oneroso y las improvisaciones electorales además de la compra masiva de conciencias para lograr el acceso al poder a como dé lugar.

En nombre de la democracia se cohabita con las peores formas del quehacer político y en ello forman fila partidos de todos los signos que al caer en esos vicios indeseables practican una forma de “tlachiconerismo” político al hurtar energía a la sociedad en lugar de orientarla hacia metas constructivas.

Desde luego que la política no es una actividad para buenos samaritanos ya que su propia naturaleza está impregnada por las pasiones humanas que a veces se desbordan y hay que serenarlas a través del dialogo permanente y la siembra de consensos. Lo que no se vale es la insistencia en el error y suponer que se está tratando con gente que no piensa a la que se puede engañar con facilidad mediante los artificios de la simulación o la demagogia, cuando en realidad es una sociedad más despierta que nunca y que, si se equivoca en alguna ocasión, sabe que cuenta con su voto para enmendar el error a la primera oportunidad.

Ojalá que llegara a anidar en el conglomerado social una formación política con lenguaje fresco y conciencia visionaria que no sea un instrumento de grupos con poder sino aliado del pueblo en sus justas demandas; que fustigue a la corrupción como un mal endémico que hay que extirpar desde su raíz para conservar la salud del Estado y que maneje tesis progresistas como una forma de mandar la señal de su preocupación por las capas populares tan olvidadas en el mapa político nacional. Un apartado, por ejemplo, que hable del apoyo irrestricto al pueblo maya, la cultura histórica dominante en el sureste del país.

Otro que pudiera señalar el combate frontal a la pobreza el mal endémico del país que cada día se extiende más como consecuencia de las políticas neoliberales y así por el estilo.

Parece una tesis irrealizable tratándose de política, pero habría que dar una sana y objetiva lectura a la realidad para comprender que si no corregimos el camino nos espera el despeñadero.

Antes de seguir adelante quiero hacer una pertinente aclaración: muchos de los que participamos en el quehacer político y que no hemos dado la espalda a nuestras formaciones políticas vemos el nacimiento de un partido como el embarnecimiento del proceso democrático, un reto para vencer y un acicate para seguir adelante corrigiendo nuestros desatinos.

Desde luego que con nuestros aciertos van caminando nuestros errores y en muchas ocasiones no practicamos lo que ahora postulamos pero vale la pena señalar los yerros para evitar repetirlos. Deseamos participar en la corrección de los desvíos para que no se vuelvan una costumbre en desdoro de la sociedad.

Toda forma de ensanchamiento del proceso democrático siempre será bienvenida si cumple con el postulado social y funciona como guía orientadora para trazar nuevas rutas para la entidad.

Un error seria el camuflaje político o el gatopardismo político para dejar las cosas como están con una nueva vestidura acorde a los intereses de ciertos grupos o que solo sirva como un instrumento para restar votos a los enemigos indeseables que se ubiquen como punteros.

A manera de antecedente histórico, ya existieron dos incipientes partidos políticos locales sin que ninguno de ellos dejara la mínima huella en los anales de la historia política de Quintana Roo.

El primero fue el Partido Revolucionario Quintanarroense formado por el entonces gobernador Librado Avitia en 1923, como una plataforma de apoyo a la candidatura presidencial del general Álvaro Obregón, además de utilizarlo como vehículo de lanzamiento para fines personales significándose políticamente en el ánimo del invicto Manco de Celaya, con el probable afán de buscar mejores destinos en la política o perpetuarse en el mando del territorio federal, como lo hicieron posteriormente en Tabasco, Tomas Garrido Canabal, y don Margarito Ramírez al gobernar este último el enclave federal a lo largo de más de catorce años.

Por otra parte, nos encontramos con el Partido Socialista de Quintana Roo que fue una mala copia del Partido Socialista del Sureste fundado por don Felipe Carrillo Puerto, mientras que la organización local se debió a la iniciativa del diputado federal por la entidad quintanarroense Ignacio Fuentes, que sin embargo votó en favor de la desmembración del territorio federal en 1931 y con ello cavó su tumba política.

El Comité Pro Territorio estuvo a punto de convertirse en un partido político local pero leyeron que las circunstancias no les favorecerían y permanecieron como organización civil con presencia en las cuatro delegaciones que conformaban el entonces territorio federal. Dadas las circunstancias, estas iniciativas no prosperaron pero son una muestra histórica de los incipientes intentos para erigir partidos locales en la entidad quintanarroense con fines sectarios.

El perfeccionamiento de la democracia debe pasar de tarea pendiente a tarea ascendente. Es un imperativo cívico político para que los mexicanos contemos con instrumentos legales, viables y llenos de certidumbre para confiar que con nuestro voto estamos participando en la reconstrucción del gran edificio nacional con un alto sentido autocrítico para no deformar la realidad.

 
 
 
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