En un documento que Victoria Bricker transcribió en su libro El Cristo indígena, se lee que el advenimiento de la Cruz, de Juan de la Cruz Tres Personas, la Santísima, “fue en el quince…de octubre que yo empecé a hablar…en el año de 1850”. Si damos por hecho el advenimiento de la Cruz Parlante en ese momento, se nos hace forzoso resituar el contexto en que hiciera su aparición no solamente la “Santísima”, sino el pueblo que bajo la sombra de ella creciera y se hiciera, menos de una década después, marcialmente soberano: los hijos de la Cruz Parlante, la raíz primera y primigenia de lo que, años después, sería Quintana Roo.
Cuando la “Santísima” hizo acto de presencia, los mayas de Yucatán se encontraban desperdigados en los montes orientales, los caudillos primeros habían muerto ya, y los pocos comandantes y generales que quedaban, como Bonifacio Novelo, Paulino Pech, Venancio Pec y José María Barrera se encontraban a la defensiva, sorteando, entre los años 1850 y 1851, momentos críticos y difíciles. Para esas fechas, Rómulo Díaz de la Vega se había hecho del mando de las tropas yucatecas para terminar la rebelión. La estrategia de Díaz de la Vega, era múltiple, “y estaba enfocada en avanzar agresivamente por todo el territorio rebelde, a la par que hacía alianzas con algunos grupos mayas y firmaba acuerdos de paz con la ayuda de comisionados ingleses y guatemaltecos”.[1]
En 1855, cuando Díaz de la Vega salió de la Península, la contraofensiva yucateca a los rebeldes perdió su ardor, su continuidad y su organización, y desde aquel momento, la suerte para los rebeldes volvió a hacerles propicia, porque de ser muy precaria, se fue reconstruyendo paulatinamente. De 1852 a febrero de 1886, los “cruzoob” pasarían de la defensiva, a la franca ofensiva. Desde 1856, cada acción bélica fue iniciada por los mayas rebeldes, quienes asaltaron a los cantones militares, ranchos y asentamientos de la frontera yucateca o, a veces, puntos aún más cercanos a Mérida. Los cruzoob, como sostuve en un trabajo de investigación histórica,[2] con estas incursiones a los pueblos yucatecos como la región de Peto o Valladolid, se encargaron de “cincelar la frontera”: el cincelamiento significó la creación de una nueva territorialidad cuya capital fue Santa Cruz; y su faro de vigilancia y garita para comercial con los ingleses fue Bacalar, desde su caída, en 1858. El “cincelamiento de las fronteras” significó, además, la vigilancia de los pueblos yucatecos más cercanos, cuando no sus ataques. Esta vigilancia de la inmensa jurisdicción que crearon los cruzoob, a contrapelo del Estado nación regional y mexicano, se hacía por medio de patrullas de hombres, por medio de “bombas de aviso”, y ágiles espías que se internaban en los pueblos para saber lo que los “dzules” efectuarían. Hay indicios de que, en una especie de isla pequeña que se encuentra en la laguna de Chichancanab, los cruzoob posiblemente construyeron terrazas de vigilancia sobre “mules” o pequeños cerros.[3] Existen innumerables trincheras comidas por las selvas de Quintana Roo, y que fueron puntos de vigilancia cruzoob.
En los mapas que tenemos a nuestra disposición, observamos que el “Territorio cruzoob”, cincelando por los hijos de la Cruz Parlante, tenía casi las mismas delimitaciones geográficas que actualmente cuenta el estado de Quintana Roo en zona continental, pues recordemos que las islas las habitaban refugiados blancos y mestizos de la Guerra de Castas. Pero habría que decir que esta solidificación, esta persistencia de no perder lo ganado, este entercamiento por seguir hasta en la derrota misma, solo pudo ser obtenida por un impulso que movió a los cruzoob: un sentido de identidad, una patria conquistada, una patria a la que habría que defender. La consecuencia más obvia de lo que se iniciaría en Tepich en 1847, fue este espacio social, esta “región de emancipación” que fue el Territorio Cruzoob.
¿Cómo vino al mundo esta sociedad? La respuesta se dio en el mito, en el “descenso de Dios”. Miguel Alberto Bartolomé, en un ya clásico estudio sobre la sociedad maya peninsular, puso énfasis en los aspectos mesiánicos del conflicto iniciado en el verano de 1847.[4] De tanteo a tanteo, podríamos decir que un elemento cohesionador mesiánico, fue buscado con insistencia por los rebeldes para darle el empuje que su lucha de liberación anticolonial necesitaba. Si los mayas yucatecos del siglo XIX eran personas sumamente muy religiosas, dependiendo de sus sacerdotes y de sus dioses del monte para ser ayudados con las innumerables amenazas de la vida, al segundo año de la Guerra de Castas, “estas amenazas habían aumentado hasta proporciones de pesadillas, con derrotas en las batallas, perdiendo sus milpas, sus iglesias, sus sacerdotes y la mayor parte de sus santos. Los maestros cantores, ayudantes indígenas laicos, intentaban reemplazar las pérdidas religiosas”.[5] El caso de Macedonio Tut, quien por 1848 se puso los hábitos de sacerdote para predicar a los rebeldes diciendo misa; y el de Bonifacio Novelo, asegurando a su tropa el triunfo contra los dzules por la razón de que la Virgen en persona se lo aseguró, son hechos que indican “La necesidad de los insurrectos de contar con una legalización divina para su lucha y de que ésta estuviera orientada por guías sacerdotales”[6].
La respuesta a esta búsqueda sería la estructuración de la Cruz Parlante por José María Barrera, quien pondría las bases para el advenimiento de la sociedad cruzoob. En otro artículo he hablado sobre la poco que conocemos de José María Barrera,[7] un mestizo de Peto tan importante como los primeros caudillos del conflicto. Podríamos decir que José María Barrera puede ser considerado como uno de los padres o abuelos fundadores de Quintana Roo, y esto si estamos de acuerdo de que el origen de este estado está directamente relacionado con ese lejano conflicto de la medianía del XIX. Chan Santa Cruz, al principio, no fue el lugar donde se asentaron las tropas que quedaban del ejército del norte que acaudilló Cecilio Chi, sino que fue la capital del territorio del comandante José María Barrera, heredero de las fuerzas del sur del generalísimo Jacinto Pat, pero la inmigración a Santa Cruz se incrementó conforme pasaba el tiempo.[8] En pocas décadas, Santa Cruz fue la capital de un pueblo en resistencia. Y como dice el Himno a Quintana Roo:
Santa Cruz fue santuario del libre,
su refugio, la selva, el pantano
porque el indio se alzó ante el tirano,
jabalí perseguido, jaguar.[9]
Los mayas, defendiendo desde Santa Cruz, Bacalar y Tulum sus fronteras creadas, tendrían de 1861 a 1871 entre 25 y 40 mil habitantes en todo el territorio, y de 2 a 7 mil viviendo en Santa Cruz. Hay datos de que en 1895 contaban con 10,000 personas. Este fue el pueblo que puso en marcha Barrera, al decidir forjar una capital, un centro irradiante de poder y confrontativa a los designios neocoloniales de Mérida o del centro del país. En los “montes” apartados de lo que actualmente denominamos como Quintana Roo, esta nueva sociedad, como producto de la guerra trabada por los indígenas para su liberación, de manera libre, autónoma y en frontal oposición a sus dominadores, por más de 50 años reformuló “las tramas de significados” de su cultura en resistencia, retejiéndola hacia nuevas formas de organización social sin la urdimbre exógena del tutelaje y la dominación de los grupos dominantes; recuperando, o creando para sí, un territorio vital: el territorio de la autonomía maya.[10]
En este año de 2017, se cumplió hace unos meses el 170 aniversario del inicio de la Guerra de Castas. Consideramos que esta efeméride no puede dejar en el olvido la figura tan principal e importante del comandante José María Barrera, aquel líder que, en palabras de Crescencio Poot y Atanasio Puc, peleó por “nuestra santa libertad”.
[1] Lorena Careaga y Antonio Higuera Bonfil. Quintana Roo. Historia breve. 2010. COLMEX-FCE, p. 113.
[2] Gilberto Avilez Tax. Paisajes rurales de los hombres de las fronteras: Peto (1840-1940). Tesis doctoral. Cuernavaca, CIESAS, 2015.
[3] Esto lo digo por las exploraciones que he efectuado a ese sitio de la laguna de Chichankanab, un cuerpo de agua cercano a la frontera actual entre los estados de Yucatán y Quintana Roo. Claramente se observa que esa terraza fue un puesto de vigilancia, y esto lo correlaciono con la documentación que tengo del área, en la segunda mitad del siglo XIX.
[4] Miguel Alberto Bartolomé. La dinámica social de los mayas de Yucatán, México, Conaculta-INI. 1992.
[5] Nelson Reed. 2002 “Juan de la Cruz y la Cruz Parlante”, en Tercer Congreso Internacional de mayistas. Memoria (9 al 15 de julio de 1995), México, UNAM y UQROO, tomo II. P. 54.
[6] Miguel Alberto Bartolomé. La dinámica social de los mayas de Yucatán, México, Conaculta-INI. 1992, p. 181.
[7] Véase mi artículo “El Ulises de la Guerra de Castas: José María Barrera”. Noticaribe, 2 de enero de 2017, en http://noticaribe.com.mx/2017/01/02/el-ulises-de-la-guerra-de-castas-jose-maria-barrera-por-gilberto-avilez-tax/
[8] Dond Dumond. El machete y la cruz…
[9] Estrofa IV del Himno a Quintana Roo, escritura del poeta Ramón Iván Suárez Caamal.
[10] Gilberto Avilez Tax. Radiografiando la autonomía de los herederos de la Cruz Parlante. Tesis de maestría en ciencias sociales. Chetumal. UQRoo, 2010.