Cada generación,
sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo.
La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará,
pero su tarea acaso sea más grande,
consiste en impedir que el mundo se detenga.
Albert Camus
Han debido pasar más de ocho décadas de prohibición represiva, rechazo, satanización, ñoñas especulaciones y enajenamiento, para que naciones al sur y al norte del continente americano pudieran determinar por sí mismas, qué hacer y cómo hacer con una planta, la mariguana, y sus diversos usos/costumbres sin penalizaciones (ilegalidad) de por medio. Entre nosotros al fin se abren (a medias) esos vetustos portones.
Este largo veto, orquestado en Washington y apoyado por sus botargas en el resto del continente, hasta hoy no reconoce haber sido ejecutado –básicamente– por el miedo que tienen a la libertad de conciencia.
Además del miedo a sus efectos benéficos, la prohibición también parte de “la libre empresa”, e.g. el veto industrial hacia el cáñamo, fibra derivada del Cannabis y sus múltiples y milenarios empleos. Sin embargo, el leit motiv político de una prohibición que data de los años 30 del siglo XX y se hizo obligatoria a Occidente desde 1961, ha sido contra el uso recreativo de la mariguana, lo placentero, lo cognoscitivo, la vía a otras percepciones.
Nada inquieta más a quien detenta el poder que una persona libre en pensamiento, percepciones e inferencias. Esto no implica que sólo fumando yerba (o meterse X estimulante), se trascienda a otros niveles o se interprete la realidad de modos no convencionales. Pero una virtud de los efectos de la planta es la estimulación de los sentidos, en particular la percepción del fuero interno; y ello implica (para mal o bien) otro conocimiento del exterior, otra interpretación del mundo real, donde se dice Así Debe Ser.
En 2018, quizá esa otra percepción sea recurrente en el consumo de mariguana como “droga blanda” más utilizada en México; unos ocho millones de personas, quizá un 10% de adultos entre 18 y 65 años de edad, la han probado alguna vez. Tal porcentaje se duplicó entre 2011 y 2015, engrosado por niños y adolescentes que también la emplean.
¿Ocho millones de personas son drogadictas? ¿Desesperadamente adictas? ¿Improductivas buenas para nada? ¿Bajo cuáles criterios reprimir semejante masa de niñez-juventud-adultez-senectud? ¿Por qué es familiar o legal que la gente se mate con alcohol/tabaco/apuestas/medicamentos/esteroides/grasas/etcétera, y esté prohibido fumar mariguana que estimula el gusto por la música, las artes, el amor, el estudio, la fiesta, lo desconocido, la percepción de las capas que componen la realidad?
Es verdad que nunca faltan los abusos, los extremos, quienes “echan a perder la buena vibra”; es cierto: hay quien se estimula y actúa de modo inverso a la fraternidad, a lo creativo o sensual, se tornan ilegibles, agresivos, paranoicos, estúpidos. Pero nunca son la mayoría. Numerosos estudios al respecto (Nexos ha presentado varios de calidad, el puntilloso seguimiento histórico de J. García Robles, amén de obra académica-oficial), exponen los mínimos números rojos del consumo verde en comparación con adicciones legales –alcohol y grasas líderes con cientos de miles de muertes al año. Más las pérdidas económicas, el daño a los parientes, etcétera.
Basándose en las excepciones, ensalzándolas de hecho, desde 1931 se ha fundamentado la prohibición-satanización de la mariguana; a base de miedos y manipulaciones (jurídico-médico-político-mediáticas), una camarilla de altas esferas junto a lo peor de la iglesia oficial, han juzgado negativo el libre empleo de la planta a la ciudadanía del siglo XX y del nuevo milenio, y aún prohíben su uso/cultivo/compra-venta/consumo legal-público.
Más aún: tampoco aceptan que al prohibirla son responsables de la tragedia derivada, tanta gente en la cárcel y muertos a lo largo del continente solamente porque la gente quiere fumar o emplear la mariguana. Ocho millones que en México han fumado o fuman mota… ¿o serán sólo siete, seis? De cualquier modo es un elevado número de ciudadanos; y desde ‘68 ya no es tan sencillo tenerlos reprimidos, agachados, ni etiquetarlos sólo como mariguanos peligrosos.
Estos apuntes no versan sobre drogas, o si sólo está bien o mal alterar la conciencia; se aproximan a una planta en México y a la libertad de conciencia, a una anacrónica prohibición y a una postergada decisión de la ciudadanía mexicana: quitarse de encima el sangriento lastre de prohibir como negocio de control social.
Ante la despenalización en ciernes de una planta, sus variados usos y costumbres, saludemos a una sociedad emergente que no participará más de otra inmunda hipocresía sociopolítica, la nación rompe otra cadena en su interrupto camino a la descolonización.
Festejemos, que role lo que gusta… Y mañana a la vida de siempre (y lamento decirlo pero a cuidarse de las provocaciones que ya se gestan en las sombras).
Casa del árbol SMA
octubre 2018