Pasión por el archivo: historiar en el estado de Quintana Roo | Por Gilberto Avilez Tax

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Hoy es 12 de septiembre, según el día acordado para celebrar a los del gremio clionáutico, a los historiadores. En un 12 de septiembre, pero de hace cien años, don Luis González Obregón funda para la posteridad y para la grandeza de México, la Academia Mexicana de la Historia: la escuela de historiadores y de la historia profesional tiene un curso definido, y la Península no se queda atrás, al tener una escuela propia desde tiempos del mismo Diego de Landa, y firmemente asentada con los nuevos trabajos que salen de centros de investigación como el CIESAS Peninsular y algunas universidades. 

¿Qué es la historia? Hay tantas perspectivas de ella (desde la cronística que es parahistoria, la historia de bronce, la nueva historia, etc.), pero a la historia que más me he abocado por condición y compromiso, es esa historia crítica, desde abajo, social. Esa que Adolfo Gilly definió tan certeramente siguiendo las enseñanzas del viejo sabio de Tréveris: la historia debe ser crítica porque pretende transformar, con su crítica constructora de utopía, la podredumbre actual repleta de injusticias. Durante mucho tiempo esa fue y sigue siendo mi perspectiva de análisis, pero también creo que la historia puede hacerse con objetivos que tengan que ver con la vida material, las creencias, las oralidades y “tsikbales” (pláticas) de sociedades cercanas y distintas que se pueden entresacar fragmentariamente en los archivos y en la memoria siempre viva y fluctuante de las sociedades campesinas, milperas, pesqueras, chicleras, obreras, docentes.

De una historia comprometida, había un simple paso para estudiar las distintas formas de resistencia del pueblo maya: desde esa muy traída guerra de castas, hasta la cultura y la lengua abierta a nuevos derroteros, así como la cosificación turística a la que hemos definido, en este diario, como la Xcaret-ización de Mayaland. Sus sistemas de construcción simbólicos -mitos, creencias, la larga conversación inconclusa- no pueden entenderse sin lo material, las economías solidarias producidas por los patrones milperos; y hoy la efervescencia de los grandes mitotes bélicos, vueltos teatro por el Estado neo-indigenista, ceden a las adaptaciones de la milpa en tiempos del caos ambiental, y las historias muy locales, micro históricas, de tantos pueblos y sociedades que han rastrillado la geografía peninsular. 

Los historiadores del trópico deben estar abiertos a todos los discursos de las ciencias sociales, y la literatura nos incumbe para buscar una fineza a la hora de zurcir la trama, y más en una región donde la historia apenas está iniciando, pues su profesionalización no tiene ni 30 años con los estudios pioneros de Lorena Careaga, Carlos Macías Richard, entre otros, que un día salieron de la Universidad de Quintana Roo (la historia que se practica en esa universidad, hoy en día, tiene un tono bostezante y avejentado, muy lejos de la pasión que tenían sus profesores cuando contaban con 30 o 40 años) y todavía nos alumbran: Quintana Roo, donde hace falta mucho por realizar en periodos poco trabajados como la historia del Ramirismo (1944-1959), las historias de repoblamiento y construcción municipal en la selva, los caminos que se abrieron apenas en la segunda mitad del siglo XX, el sistema fluvial del Hondo (una antropología del río o una historia del río tiene que partir con lo que había escrito a principios del siglo XX Homero Lizama Escoffie, sobre el Hondo), la historia de la izquierda en Quintana Roo, la perspectiva crítica a toda la fauna política, la desacralización del mito inflado de Francisco May, la historia de la educación después de 1940, la historia de la copra y los proyectos de construcción del Estado en los discursos de los últimos gobernadores del Territorio de Quintana Roo. Son algunos temas que pienso trabajar, en mi afán por escribir una historia crítica de Quintana Roo.

El único compromiso del historiador, pienso, es consigo mismo y su preparación de todos los días en la soledad de su biblioteca personal, el archivo o el aula. Considero que la formación de los argonautas de Clío debe estar construida apelando siempre a la inter y transdisciplinariedad; y, desde luego, que esos bodrios eruditos y mal escritos que algunos aplauden, deben traducirse a una escritura que busque el gancho y la amenidad para el lector, la síntesis necesaria. Por eso no podemos dejar de leer a nuestros maestros, a esos historiadores que hacían que uno no pueda dejar el libro para seguir leyendo. Creo que eso es a lo que uno aspira al final de cuentas, escribir con calma y decencia, e investigar sin las prisas. Y uno de mis maestros, que tuve la fortuna de que me leyera, fue Terry Rugeley, el mayor conocedor de la Guerra de Castas. En unos comentarios que me hizo a un trabajo, creo que se resume mi idea de por qué y cómo escribir historia:

“De la historia podemos afirmar de lo que observó el romano Ovidio de la poesía: ‘El secreto consiste en no decir todo’”.

“Hiciste el trabajo del archivo, y tienes la pasión, pero no te olvides de las reglas doradas: respeta al lector, respeta el orden cronológico, sintetiza tu material”. 

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