Turbaco, el pueblo colombiano que reverencia al dictador Santa Anna y le erigirá una estatua

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COLOMBIA.- Turbaco, un pequeño municipio agrícola en el corazón del caribe colombiano, a 10 kilómetros del puerto de Cartagena, es quizá el único lugar del mundo donde el dictador mexicano del siglo XIX Antonio López de Santa Anna goza del aprecio popular, publicó Proceso.

Y eso se explica porque durante sus dos exilios en Turbaco, entre 1850 y 1858, el seis veces presidente de México, quien hizo elevar a rango constitucional su nombramiento como “Alteza Serenísima”, fue el gran benefactor de este pueblo que tenía sólo mil 500 habitantes que vivían en “chozas miserables”.

Repudiado en México por perder más de la mitad del territorio nacional ante Estados Unidos, el militar veracruzano encontró en Turbaco un bucólico exilio en el que pudo dar rienda suelta a sus más mundanas pasiones: las mujeres, las peleas de gallos, las apuestas y la cría de caballos.

Con su fortuna, fruto del saqueo a las arcas públicas mexicanas, y su carisma el autócrata conquistó a los turbaqueros.

“Él dejó una marca en la historia de Turbaco. Hasta la fecha, aquí mucha gente lo idolatra y lo considera un referente de la ciudad”, dice a Proceso el historiador y director del Museo Histórico y Cultural del municipio, Javier Alcalá.

Tanto se quiere a López de Santa Anna en esta población caribeña que hasta hay un proyecto para erigirle una estatua.

La casa de tejas

La Mesa de Cultura y Turismo del municipio, a la cual pertenece Alcalá, pondrá en marcha a partir del próximo año un proyecto para levantar estatuas de los cuatro personajes más influyentes en la historia de la ciudad. Y uno de ellos es el mexicano López de Santa Anna.

“Lo vamos a hacer para rescatar nuestra historia y poner a Turbaco en el mapa turístico de Colombia”, dice Alcalá.

Durante su estancia en Turbaco, López de Santa Anna restauró la iglesia y la casa sacerdotal; construyó el cementerio y amplió el camino real a Cartagena para que pudieran transitar carruajes.

También creó lo que en esa época fue un emporio agropecuario que incluía trapiches, grandes plantaciones de caña de azúcar, cultivos de tabaco y la cría de ganado.

Además, prestaba dinero –supuestamente “sin intereses”– a los turbaqueros. Y su casa, en el centro del pueblo, y su hacienda La Rosita eran sitios de tertulias a los que acudían los lugareños para recibir los “sabios y respetables consejos” del general.

Las inversiones de López de Santa Anna en Turbaco, en las que hubo saldos de los 6 millones de dólares que le pagó Estados Unidos por el territorio de La Mesilla, activaron la precaria economía del lugar.

Y generaron empleo para “centenares de proletarios que vagaban por estos alrededores hundidos en la miseria”, según una carta que le escribió en 1858 un grupo de personajes encabezado por el alcalde de Turbaco, Manuel Tejada.

En la misiva lo llamaban “padre y bienhechor” de Turbaco, y le decían que él encarnaba “todo lo grande, todo lo bello, todo lo sublime y todo lo heroico” que pudiera existir sobre la faz de la Tierra.

Según el consenso de los historiadores, López de Santa Anna era un bribón sin principios, pero también un seductor. Y éste fue el rostro que mostró en Nueva Granada (hoy Colombia).

La huella que dejó en Turbaco –nombre que proviene de los indígenas yurbacos que habitaban la zona antes de la conquista española– perdura hasta estos días.

La que fue su residencia en el centro de la ciudad es hoy la sede de la alcaldía. Es una casona colonial que se conserva como la dejó López de Santa Anna, con sus amplios pasillos de arcos, sus muros robustos y un gran tejado de dos aguas.

Esa edificación, que había pertenecido al virrey Antonio Caballero y Góngora y que alguna vez habitó el libertador Simón Bolívar fue restaurada por el militar mexicano, quien la llamó, con ironía, “La casa de tejas”.

En 1836 había perdido Texas en la Batalla de San Jacinto y 11 años después, en 1847, Estados Unidos le arrebató lo que hoy es California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Más de medio México.

Fue en 1850, tres años después de ese bochornoso episodio de la historia mexicana, que el general llegó por primera vez a Turbaco.

Además de La casa de tejas, López de Santa Anna tenía en el pueblo la hacienda La Rosita, que llamó así por su hija y que hasta hoy es un referente en la zona. En sus predios arbolados se construye por estos días un desarrollo inmobiliario.

La calle principal del pueblo se llama avenida República de México, en honor del militar veracruzano. Una paradoja si se toma en cuenta que de republicano poco tenía el “Supremo Dictador”, según lo llamó el general y expresidente mexicano Mariano Arista.

Un Don Juan

Santa Anna no sólo dejó en el pueblo auge económico y veneración por su persona. También dejó muchos descendientes, tanto por parte de su hijo Ángel, quien tuvo una hija con la turbaquera Petrona Puello, como por parte del propio general, quien cobró fama por sus amoríos clandestinos con hermosas señoras criollas de esta tierra ardiente y tropical.

“Tuvo muchos hijos naturales en Turbaco, pero como eran naturales, nunca llevaron su apellido. Hasta hoy debe haber muchos colombianos en esta región que llevan su sangre pero que no lo saben”, dice el vicepresidente de la Academia de Historia de Cartagena de Indias, Jorge Dávila-Pestana.

De acuerdo con el historiador, el militar mexicano llegó a Turbaco marcado por el desprestigio de haber perdido más de la mitad del territorio frente a Estados Unidos, pero ese hecho para los turbaqueros era irrelevante.

“En Turbaco simplemente vieron a Santa Anna como un general mexicano de mil batallas (en 1838 había perdido la pierna izquierda en una batalla en Veracruz y usaba una prótesis de madera) que había sido presidente y que llegó con mucho dinero a la región”, explica.

Antes de llegar por primera vez a Turbaco, el dictador mexicano había estado dos años en Jamaica, donde nunca se sintió a gusto por la diferencia de idioma y las costumbres inglesas, y luego vivió una breve temporada en Cartagena, donde lo agobiaba el intenso calor.

“Para substraernos del excesivo calor de esta ciudad amurallada (Cartagena), nos trasladamos al pueblo de Turbaco, de temperatura agradable, distante cinco leguas”, escribió López de Santa Anna en “Mi historia militar y política”.

En ese libro aseguró que estaba decidido a pasar en Turbaco el resto de sus días, pues él era feliz con su vida de agricultor.

Los Santa Anna colombianos

Rafael Baena Espinosa es un artista turbaquero que tiene fama por diseñar y construir las carrozas más vistosas del Carnaval de Barranquilla y de otras festividades del país. En su taller, que funciona en el fondo de su casa, esculpe en cartón diosas míticas, unicornios y pájaros de fuego que luego pinta con tonos encendidos para que luzcan a plenitud sus enormes tamaños.

En las paredes de la sala de Rafael, quien es chozno (nieto en cuarta generación, hijo del tataranieto) de Santa Anna, cuelgan varios reconocimientos que ha recibido por su trabajo artístico; fotografías familiares, un reloj de péndulo y un cuadro de la Virgen de Guadalupe con un marco dorado.

“Es que tengo algo de mexicano, porque soy descendiente del general Santa Anna, y soy devoto de la Virgen. Me sé canciones de Agustín Lara y de Toña La Negra”, dice el artista caribeño, quien viste pantalón y camiseta de algodón blancos y un paliacate del mismo color en la cabeza.

Rafael dice que los descendientes de Santa Anna en Colombia pueden ser hoy más de 100. María de los Ángeles López de Santa Anna Puello, nieta del militar mexicano, tuvo seis hijos con Juan María Espinosa Escorcia, lo que permitió que esa rama de la familia creciera y se multiplicara.

Sólo Rafael tiene 11 hermanos, cada uno de los cuales tuvo familias muy numerosas, de hasta 12 hijos en el caso de Adalberto Baena Espinosa.

“Así que son muchos los descendientes colombianos del general Santa Anna que andan por ahí. Hay médicos, ingenieros, empresarios, agricultores… Y están desperdigados por toda esta región, por Cartagena, Bogotá y hasta Estados Unidos”, asegura.

–¿Usted sabe que López de Santa Anna no es un personaje apreciado en México por haber perdido la mitad del territorio ante Estados Unidos? ¿Siente orgullo de ser su descendiente?

–Yo me siento muy orgulloso. Lo importante es mantener el apellido con altura. Y usted sabe que en las cuestiones de gobierno es muy difícil opinar, porque cada quién tiene su versión. Se dice que vendió territorio mexicano. Yo no tengo ni idea, no soy de esa época. Aquí en Turbaco se le quiere mucho.

Rafael se pregunta por qué si los mexicanos “odiaban” a Santa Anna vinieron a buscarlo a Turbaco para que volviera a ser presidente de México.

Eso ocurrió en 1853, cuando los conservadores mexicanos, fortalecidos por varias victorias electorales en los estados, vinieron a pedirle al general de la pierna de palo que volviera a México.

El 30 de diciembre de 1853, ya juramentado de nuevo como presidente de México, Santa Anna acordó con Estados Unidos la venta del territorio de La Mesilla (76 mil kilómetros cuadrados en la frontera de Arizona y Nuevo México con Sonora y Chihuahua) por 20 millones de dólares.

De éstos sólo recibió seis –que, según los historiadores, fueron directamente a sus bolsillos– porque la suma acordada les pareció excesiva en Washington.

Regreso sin gloria

En 1855 Santa Anna fue expulsado de la Presidencia por el general Florencio ­Villarreal y los liberales Juan N. Álvarez e Ignacio Comonfort, quienes habían proclamado el Plan de Ayutla con ese propósito.

Sin dudarlo, el derrocado se embarcó de nuevo con su familia rumbo a Cartagena, desde donde cabalgó hacia Turbaco. Fue recibido por una multitud que se congregó en la plaza.

“La música del pueblo llenaba el aire con sus sonatas, y al apearme del caballo disputábanse (los turbaqueros) la preferencia de abrazarme”, escribió en sus memorias.

En el panteón que había ayudado a construir, el general mexicano erigió su mausoleo.

Benjamín Baena Espinosa, otro de sus choznos, dice que su abuelo Manuel Espinosa López de Santa Anna le contaba que el general mexicano quería morir y ser sepultado en Turbaco.

“Él aquí vivía muy tranquilo. Trajo la cría de caballos finos y de gallos de pelea, y organizaba riñas de gallos a las que invitaba al pueblo y en las que apostaba. Los gallos y los caballos son tradiciones que se quedaron con nosotros”, señala Benjamín.

El asesor de la alcaldía de Turbaco y encargado del archivo general del municipio, Orlando Velásquez, dice que el impulso económico que dio Santa Anna fue determinante para su despegue agrícola.

Para los mexicanos, Santa Anna es el personaje que perdió frente a Estados Unidos más de la mitad del territorio nacional y que, además, lucró con ese desastre.

Pero los turbaqueros lo valoran como uno de sus personajes ilustres.

Según el proyecto de la Mesa de Cultura y Turismo, la estatua de Santa Anna se levantará en la explanada interior de “La casa de tejas”, sede de la alcaldía, a unos metros de la estatua de Bolívar que ya está allí.

Turbaco, al igual que todos los municipios colombianos, celebrará comicios este domingo 27 para elegir nuevo alcalde, y uno de los candidatos favoritos, Leonardo Cabarcas, contempla en su plan de gobierno erigir la estatua de Santa Anna.

Julio César Devóz, concejal de Turbaco, asegura que el pueblo respalda la idea de la estatua para el general mexicano. “Yo, como latinoamericano, repruebo que haya vendido territorio mexicano a Estados Unidos, pero la gente de aquí lo ve como alguien que influyó en el desarrollo”, señala.

Santa Anna partió de Turbaco en 1858 por temor a que la revolución encabezada en la Nueva Granada por el general Tomás Cipriano de Mosquera lo entregara a sus enemigos mexicanos. Salió hacia la isla caribeña de Santo Tomás y regresó a México en 1874, donde murió en 1876, a los 82 años. Fue sepultado en el Panteón del Tepeyac, donde hasta hoy se encuentran sus restos.

En el cementerio de Turbaco aún quedan vestigios de la bóveda que el general de la pata de palo mandó a construir tras jurar, en vano, que moriría en estas tierras. (Fuente: Proceso)

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