La “ruta alterna” de la modernidad turística: los pueblos de Sabán-X-Pichil, Quintana Roo | Por Gilberto Avilez Tax

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Un amigo me comenta que el bloqueo de la carretera de José María Morelos a Mérida hizo que pasara por Sabán y se percatara de la maravilla de la iglesia colonial de ese pueblo.

Tiene razón: con tal de ir a las prisas y llegar a tiempo, hemos perdido mucho por conocer los paisajes del “otro Quintana Roo”: la selva, las rutas donde la arqueología sacra y el pueblo maya y sus costumbres campesinas, forman un abigarrado contexto cultural que solo es posible de experimentar pasando por las “rutas alternas” a la modernidad turística.

Aunque es una ruta que nos hace desviar una hora la marcha si vamos de Mérida a Chetumal o Felipe Carrillo Puerto (y viceversa), los paisajes que van de Sabán hasta X-Pichil, son memorables en ciertos tramos: la selva chiclera aún se deja ver majestuosa de su feracidad y de sus animales, hay sierritas y pequeñas colinas tropicales que hacen detener a uno la mirada, el camino está sembrado de árboles inmensos de la región, ceibos totémicos vigilan a uno, y pasamos pueblos que fueron aldeas construidas por los descendientes la Guerra de Castas; hay que decir que toda esta ruta es significativa, pues fue trazada por las guardias nacionales yucatecas cuando los porfirianos avanzaron al corazón de la Montaña rebelde, hacia la toma de Santa Cruz, a fines del siglo XIX.

Aquí, en esta ruta Sabán-X-Pichil están los vestigios prehispánicos de Yokop, y una que otra “trinchera” y fuerte militar levantado por los porfirianos y que han sido comidos por la selva; enfrente de Yokop hay una aguada que reboza en épocas de lluvia otoñal y en donde reptan las boas, lagartos y demás alimañas; viejos troncos labrados en zigzag del zapote duradero muestran los pasos hollados por los míticos chicleros; en Dzoyolá, en Filomeno Mata, en Hobompich, parece que el tiempo se ha detenido a menos de cinco horas de la sobremodernidad turística de la zona norte de Quintana Roo. Hace unos meses, a X-Pichil el gobierno municipal de Carrillo Puerto la bautizó pomposamente como “pueblo artesanal” y “capital del bordado”. Es decir, X-Pichil y otras cercanas aldeas mayas a esa ruta (el caso de Dzulá), son vistas por el poder mestizo de Carrillo Puerto, como simples pueblos que solo funcionan, en la división interétnica municipal, como fuentes primas de lo folk.

Estos pueblos merecen más que ser considerados “rutas alternas” de la modernidad turística, merecen ser considerados igual como patrimonio vivo de nuestro pasado regional. Hoy se encuentran en el simple abandono artesanal, una artesanía que solo sacan provecho de ella los coyotes y los mercaderes de la mayanidad xcaretizada.

Coda: versos contra el Tren Maya

Ahora sí, llora el jaguar herido
los días finales de su santuario,
se guarda la oropéndola
el trino,
la cigarra anuncia con su canto malos vientos,
el tejón solo se queda más solo.
Ya no pasarán aquí los chicleros,
en los viejos caminos de arria.

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