Cinco pasajes sobre María Uicab de Tulum | Por Rodrigo De la Serna

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Por Rodrigo De la Serna

En años recientes, una mujer maya de otro tiempo ha llamado la atención de académicos y pensadores, incluso en la ciudad y al otro lado del charco. El hecho es comprensible pues la doña era bien cabrona: al mismo tiempo era madre, líder combatiente, luego comandanta en Tulum, y hacia 1855 era la única mujer intérprete de la Cruz parlante, una sacerdotisa y guía de los mayas insumisos en la guerra de Castas. 

Tal como hoy, en esa conflagración ellas estaban en varios frentes. El poder de María Uicab se hizo tan extenso que las familias decentes en Campeche, Mérida y Cozumel, se la evocaban a los niños para que dejaran de estar jeringando: “¡duérmete ya nené o va a venir la bruja María toda fea y te va a llevar con los indios huites!…”, con los esclavos fugados.  

Hace lustros escribí sobre ella y otros personajes de la selva y la Costa oriental maya. Créeme que se me aparecieron brujas, diablas, perversas… malas. La diferencia con la amenaza del siglo XIX, era que todas estaban bien buenas y hasta bonitas (y que conste que no estábamos en Chiquilina). Y yo, como recomendaba JEP, les creí todo. Bueno, casi todo. Otros detalles los hallé en libros que nadie leía (Villa Rojas, Lorena Careaga, Peissel, Luxton); reportes militares (hasta hoy la única fuente directa) sobre la mujer que mandaba en Tulúm hacia 1871: María Uicab, “la santa Patrona” de l@s cruz’ob.

Algún día acabaré esos “Dioses de ocaso y amanecer”. De ese relato provienen estas cinco pinceladas sobre una mujer luchona de su tiempo, madre maya que encarnó la Voz de la cruz rebelde contra los opresores, y guiaba a su gente siendo fieles a sí mismos.

Los pasajes en maya fueron contribución de Daniel May, Gonzalo Pech, Floridelma, Selmy, y otr@s cuates de la zona Maya. El batab… el Carlos, la matriarca… la Marisol. 

 

1

 

(…) El niño Juan Bautista mestizo llegó a playas de Zama Tulum, gran reino abandonado y desde 1851 convertido en santuario de la cruz rebelde. Años después el pueblo ya se codeaba con destacados miembros, como el legendario guerrero Bernardino Cen, y clanes de prosapia como los Ek, los Uc. Ahora una mujer se hallaba al cargo del pueblo-santuario. (…) en la fresca penumbra de la gran palapa donde lo habían llevado, él estaba perplejo, porque la bruja con que lo amenazaban cuando no quería obedecer, en nada se parecía a la bella anciana que lo miraba con curiosidad principesca; él apenas se podía mantener en pie por el dolor que arrastraba desde Tankáh. 

En el amplio y alto recinto, concurrido por aromáticos humos y sombras difusas, había otras mujeres en algo parecidas a la mujer del máuser, se ocupaban de labores que el niño desconocía: molienda de raíces romboides, de plantas color Imposible, vio grupos cabizbajos entre rezos, muchachas y ancianas mezclaban fruta, agua de cenote, granos de elote como marfil, agregaban chorritos de xtabentún, probaban otros aguardientes. Cerca de él estaba una gordita simpática; sacaba brillo a un altarcito con innumerables velas alrededor de un destartalado gran cromo de Benito Juárez, enmarcado junto a un ajado calendario con un daguerrotipo de periódico: una solemne y eterna viuda gordita, llena de joyas, que Juan Bautista no había visto nunca ni se imaginó que fuera la reina Victoria, la que tampoco había oído nombrar en los pregones inconexos de Thomas. En el altar mayor y a lo largo del muro, alrededor de la Única había pequeñas cruces con su chan hipil; en esos días les habían puesto decenas de elotes y flores del día, montoncitos de sal, mariguana, trago, frijol, cigarros, jarros con agua, pozol; una nube de azules y ascendentes espirales se nutría del copal. Desde alguna parte del recinto provenía música, rasgueo de cuerdas rítmicas, tamboreadas para cantos de miles de años, absolutamente desconocidos para los oídos del niño mestizo; por más que quiso no pudo identificar dónde estaban los músicos. Fue sacado de su abstracción de mala manera:

 

–¡Xolki’intaba’a wixbi chi’ik! (¡Híncate tejón meado!) –le ordenó el soldado Uc y volvió a golpearlo con la macana, esta vez en las costillas de Juan Bautista, el aire se le partió con un quejido; quedó como esas flores marchitas que nadie quiere.

 

–¿Ma’ax a’atech ka’a jats’e? (¿Quién te ordenó que le pegaras?) –retumbó la voz de la anciana; y el más sorprendido no fue Bonifacio Uc, sino el niño, que no creía posible que una mujer de estatura semejante y con tal edad, pudiera albergar el trueno de esa voz.

 

El soldado quedó paralizado, los ojos muy abiertos, palpitantes. María Uicab hizo un doble gesto con la mirada, y sobre Uc cayeron la mujer del máuser y un fornido guardián, salido de la penumbra, le dieron un culatazo en la nuca y un estudiado puñetazo en el mismo punto donde él había golpeado a Juan Bautista. Antes de que a rastras sacaran a Bonifacio Uc del recinto, el guardia, primero discreto y luego a gritos, le recordó: 

 

–No debe pegarle a los menores. ¡Ora jalen con él pa la albarrada! 

 

María Uicab se había acercado a Juan Bautista, lo levantó de su encogimiento, con suavidad le puso una mano en la zona dolorida; el niño sintió un repentino alivio, quién sabe si provocado por un afecto simple en su desgracia, o por los poderes atribuidos a la mujer. En la otra mano ella traía un jarrito, se lo ofreció a Juan Bautista diciéndole con amabilidad: 

 

–Uk’ lela’ yaan u beetik a ma’alobtal (Bébete esto, te hará sentir mejor). 

 

Él no supo nada, hasta que de nuevo sonó la mujer del máuser, le dijo en tono fraterno: 

 

–Tómatelo, ándale: no seas orgulloso, no va hacer daño, antes al contrario, más rápido vas a sentir más mejor.     

 

2

 

Lowry, Bierce, Artaud, Kerouac, quizá D. H. Lawrence y testigos como Castaneda, han establecido parámetros de lo que implica “una experiencia sensorial” en la temporalidad mexicana, o la realidad aparte. El caso de Lowry es notorio por sus conceptos de “tiempo”, sobre todo en la ebriedad absoluta, cuando caía a la cárcel y comenzaban sus encuentros, “a la brava”, con la violencia existencial siempre latente en México. Ese contacto, inmersión a la buena o a la mala, era conocido y compartido entre ciertos autores extranjeros. (…) 

Y algo muy semejante estaba sucediéndole al niño llamado Juan Vega, ingresando al selvático universo maya pero dentro de sí mismo; minutos después de beber el atole, supo de la relatividad en el tiempo, cuando a la oscuridad y al dolor fueron brotándole seres desnudos, de exacto torso animal aunque humanos: jaguares negros, uno bien verde, búhos fosforescentes de cuatro alas, el tapir azul junto a un gran armadillo escarlata –éste equipado con un fagot. Se desplazaban a ritmos de vaporosa danza prehistórica, la música en el humo, pájaros radiantes en lento ascenso sonaban exactamente como el Pájaro de Fuego de Igor; fueron brotando verdísimos muros, se hicieron muy altos, en techos nómadas vio texturas más que vivas, rostros de ébano, cauces coloridos, un brillante y raro fulgor”, un cuadrafónico eco largo, pleno de susurros:

 

–“¿Ba’ax taalech a beete, ba’ax taalech a beete? (¿A qué has venido, a qué has venido?)”.

 

De una vereda a su izquierda salieron dos mapaches, uno verde y otro pardo, ya se le habían sentado alrededor de los pies; uno mordisqueaba una guaya mientras otro mascullaba: 

 

–Mmm…hoy me dieron una que… mmm… ya está pasada… pero al rato a ver si agarramos banano bueno. 

 

Y entre la relatividad y el deseo, el entonces niño pasó un buen rato jugueteando con ellos, hasta que un silbido melodioso desvió su mirada hacia un palacio maya, arquitectura Puuc ya refinada. En la puerta lo aguarda una gran iguana azul en pie, recargada en un chac mol muy popof, va ataviada con sombrero y leontina a la usanza de los ricos de Cozumel… y era de su tamaño; le dio risa que en forma por demás humana, el iguano le guiñara un ojo varias veces, exhalando el humo de un habano fosforescente, además oloroso al atole que le habían dado a beber. Él le oyó al iguano una honda voz masculina: 

 

–¿Te vas a quedar o te vas a ir? Avísame pues para saberlo, yo mastico del otro lado de mi nueva dentadura–; 

 

Le vio un diente de oro a la sonriente voz del iguano con chistera; a Juan Bautista le sonó muy semejante a la de Ignacio, cuando la impostaba para su canto e historias. Y sin saber cómo, la voz de cuatro representaciones de una hermosa mujer se lo llevaron a otro recinto, algo amorfo, selva púrpura que por momentos se dilataba y mucho tiempo después volvía a recuperar su quinta dimensión. Entonces la vio, estaba desnuda, flotaba a unos centímetros del piso. Parecía ser la mujer del máuser, pero el cabello le llegaba hasta el suelo, daba vueltas la tersa negrura de aquella cascada. La voz sonriente y desnuda cantaba:  

 

–“Teche’ ma’a taak a heeetik ten o’olali’i’, ¿ma’asa’?, ¿ma’asa’?” (Tú no has venido a destruirme, ¿verdad?, tú no quieres hacerme daño, ¿verdad?). 

 

La desnudez voluptuosa causó en Juan Bautista una excitación desconocida; nunca había visto a una mujer desnuda, nunca a una tan bella. 

 

–¿No le hará daño el ts’a ya’alkohlebil?, a la mejor y le caen encima otras cosas… –comentó Florencia Chi medio asustada, a María Uicab. 

Miraban al niño sumido en algún nivel de otra realidad, vía un atole fermentado con hongos y chocolate, con alguna estimulante planta curativa, y quién sabe con qué otra receta de María. Habían transcurrido 22 minutos desde que Juan Bautista ingiriera la bebida; los efectos ya se notaban: su postura erecta aunque relajada, pies y brazos a veces hacían pausados movimientos al aire, la mirada iba lejos, aún no se le veía extraviada, parecía reconocer personajes y voces entrecruzándosele por la mente; a todo él respondía con risitas, súbitos movimientos de cabeza, miradas que iban del piso al techo y viceversa. María Uicab dijo que no pasaba nada. 

 

–Recibió un cuchara de su talla, y mejor que ora esté en viendo lo que sea, se ve que ya no tiene dolor, míralo: se anda riendo… hasta habla con alguien; al ratito será buena hora que diga qué pasó, si vienen más huache tras ellos y de dónde salió el profanador negro –dijo María y despidió con un gesto a todos los del recinto.

 

Salieron todas y todos menos Florencia Chi, la que prendía velas en el altar y los músicos; entonces la sacerdotisa confió a Florencia la inquietud que sintió, desde que vio al niño amarrado como puerco y con los pantalones mojados.

 

–A la mejor ya me estoy quedando chocha, pero ¿dime si no este muchacho no se parece a Manuel m’ijo, el que me quitaron los huache en batalla Noh Cah de Santa Cruz hace veintiún semana santas? …tenía la misma edad, estaba igual de flaco, bien prieto como yo… ¿no se te hace?  

 

Florencia Chi observó de nuevo a Juan Bautista, por más que quiso no pudo recordar al hijo de María Uicab.

 

–No sé, tía María, andaba yo menos que niña y no me acuerdo de veras; ¿pero y qué vamos a hacer con él?, la gente está muy inquieta, no se han ido desde que trajeron al chamaco; hay que decirles algo y prontamente; la llegada de estas gentes está meramente cruzada con rumor llegados de Chunpom y Okop, dicen que el huache anda con harta tropa y con rumbo de X-Balam Nah; acuérdese tía María que está por llegar el Tata Florentino Kituk desde Chunpom, viene a parlamentar defensa de pueblos y las cruces; no tenemos mucho tiempo… y hasta hay que tienen que terminar la comida.–”

 

FCP Zona Maya, 2004

La Bellavista SMA, 2021

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