Era 2004… hace mucho o hace poco, según tu calendario. Para mí fue de buena suerte, justo cuando por dentro el huracán me arrastraba mucho peor que un categoría 5. Ya sé que el azote y “la depre” dependen de cada quien, en mi caso es preferible coexistir con el dios en una pierna, que andar con la cruz en el lomo. Déjame que te cuente limeña…
Ese año de nuevo volví a Cancún, con varias heridas en el alma, uno que otro madrazo en la cara y con la cuenta peligrosamente baja; entre mis escasas pertenencias llevaba dos hermanas: el fracaso y la incertidumbre, desde que dejé Barcelona eran mi sombra. Primero tuve que volver a la selva para saber quién era; y en poco más de un año me di cuenta que no era ahí, no era el momento de quedarse. Siempre agradezco el tiempo y la vida en Carrillo Puerto, lo mejor: la gente que aún conservo allá.
De los contados horizontes que vislumbré para otra vez seguir, el viejo Cancún me pareció el más concreto. Así regresé al pesebre al que llegué en 1989. Un señor de nombre Carlos Flores Ñec, fue el primero en tender la mano. Reapareció la antigua amistad con la diseñadora Elba, el Pelón, el Pancho, la familia del Jorge, la negra Juanita y otr@s. Más de un libro tomaría reseñar muestras de gentileza de esas personas; hoy, sólo diré que gracias a Elba obtuve un trabajo más que agradable.
No hay trabajo perfecto, se sabe. Sin embargo, es posible creer que una madrugada ella vuelve a sonreírte, no esa que dejó de quererme, sino la vida. Una mañana de noviembre me presenté al domicilio de UCATEN, escuela privada para capacitar mandos medios de la industria hotelera, uno que otro estudiante atrasado y había asesorías in situ. La señora Lupita, directora y patrona de la empresa, tras una fluida entrevista dijo que si yo lo quería, pues podía empezar desde ya.
Y así volví a laborar de día, después de unos lustros en el jale de noche. De lunes a sábado, de 8:30 am a 4:45 pm, su hora de comida; y el sábado las más de las veces salía al mediodía. Fue increíble: una empresa me contrataba como editor de sus exámenes y documentos, guías de estudio y planes de trabajo; el sueldo era digno, el trato respetuoso. Y a este negro le encantaba irse al jale a pie… unos doce minutos de la SM26 a la Náder, poquito más de regreso. De nuevo caminar Cancún al atardecer.
Ese lapso fue bienaventurado. Esa casa estaba excelentemente ventilada; cuando pregunté si estaba permitido fumar en la oficina que se me asignó, la secre, la patrona y el director Enrique, dijeron Sí. Suerte que tenemos los feos: trabajo, ok, pero no la paso mal. Al convivir con la familia de la señora Lupita y don Enrique (excepto el ñoño yerno), fue grato volver a sentir pertenecer a un grupo, un equipo, el negocio como empresa familiar.
Si hubo un sitio… Si una manera se dio para volver al lenguaje escrito, a libros de consulta, divulgación, de texto… Si tuve la oportunidad de retomar lo que estudié por años… fue en esa escuela de enseñanza media y superior; así me adentré en las áreas ejecutivo-administrativas del turismo amén de su filosofía práctica. Lo irónico se me apareció en forma de examen, algo que nunca me gustó; no era que me examinaran a mí: yo tenía que elaborar exámenes para los seis semestres que duraba la capacitación de pasantes, titulados (maestrías), y quienes aspiraban titularse al menos en licenciatura.
Pude disponer de tardes y noches para mi verdadera labor, en mi casa, en mi mesa, mis cosas. Me lo permitió trabajar como editor en UCATEN; me eché a andar de nuevo, siendo que creía no querer seguirle más. A las dos semanas de haber ingresado, me apoyaron para cambiarme a un depa chiquito, la calle Camarón SM27, un Cancún que sí conocía. Y las veces quesque dicen que me vieron en el 21 y clubs alternos, sépase que fui obligado a ir.
A fuerza de cambiar parte de mis hábitos, el huracán interno se hacía llovizna; me acostumbré a que las sombras se fueran solitas, sin rechazar al fracaso, sin sufrir la incertidumbre, el abandono. Meses más tarde la fortuna volvió a sonreírle al negro: apareció una mujer. Bien. Y conversar, cenar… en el depa, con aquella en un bar, con otros y otras en casa de alguien, un playazo, un antro… volver a hallarle el gusto a Cancún.
Todo iba bien hasta que nos cayó “Wilma”… esa diosa en una pierna, su grave paso de días en la región. No puedo evitar acordarme del enorme cedro, que fue arrancado por los vientos huracanados, y fue a estrellarse justo en medio de la casa donde residía UCATEN. La universidad abierta de la maestra Lupita no pudo reabrir por largo tiempo. Y desde ese octubre de 2005 me quedé sin ese trabajo genial.
Y si aún me escuchas te acabo de contar: Me acostumbraba a vivir con el huracán en el alma y ¡zas!, la Wilma me hizo ver mi suerte, la dimensión verdadera del trompo de aire. Lo que para uno vino después fue difícil, nada agradable. Pero créeme: para un cuarentón que había apostado todo y perdió en la ruleta, fue fantástico redescubrir que de nuevo puede ir bien, que hasta ella me sonreía, no la que me cambió por un fuereño, sino la buena suerte. La bonanza me duró casi un embarazo.
Y tuvo que ser un huracán lo que marcase otro rumbo a este viejo corazón. Ya no sé, ¿soy yo el irónico? (y malón por cierto), o es la vida que así gusta de presentarse.
La Bellavista SMA
agosto 2021