Tus malas compañías | Por Rodrigo de la Serna

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El Fallín, México DF, 1995

San Miguel Allende, 1987. El antro se llama “El Borlote”, es relevo del “Barrio Latino”, cerrado poco antes. Se junta personal que gusta de otro sonido además de folclor, trova, rock gringo y sus variantes según el aire ochentero. Caen pintores, artesanos, pintoras, parejitas, loquitos, putitas, macizos de 21 años en banda, músicos, regiomontan@s, potosinos, europeos, paisanos y gabachos.

El Borlote se caracteriza por música en vivo, precios cómodos para unos 80, 100 clientes; los propietarios son del DF pero lo manejan sus herederos, entonces de veintitantos años y saboreando sus años de fiesta como hacen quienes se atreven a malgastar su vida así. “La Güera, El Gurri, el Hugo”, creían (querían) hacer negocio mientras se la pasaban en el reventón; y en lo que atinaron fue al presentar a un grupo de reggae… ¡proveniente de Cancún!

Para entonces vives aún en la ciudad, llevas una doble vida: estudias y trabajas, triple vida que incluye música, mujer, un grupo, un frente democrático y un endeble proyecto de tesis. De vez en cuando te piras a San Miguel, donde viven Liz y Manuel, que siempre reciben a Julia y a ti con los brazos abiertos. En una de esas conoces a esos amigos de tu carnal, primero a través del lenguaje de los músicos: el sonido. Lo demás es literatura. Y todos éramos jóvenes en ’87.

Te sorprendes con el trío; no se preocupaban por florituras armónicas, adolescentes pasajitos de “a ver quién toca más rápido”. Lo que hacían era adueñarse del ritmo y poner bien encendida a la raza, y eso gusta mucho en México, que rinde pleitesía a la música negra desde siempre. Y lo mejor: no sonaban a copia vil. Así escuché por vez primera al Fallín.

Te sorprende lo compacto del sonido… traen otra onda que “El Personal”, tampoco suenan al “Sombrero Verde”, están muy por encima de tus balbuceos de reggae y cosas africanas, lo que intentas con tu gente en la ciudad. Te contrastan muchos elementos pero sabes que el guitarrero es bueno –la escala del blues la maneja como quiere; reconoces el peculiar “off-beat” del bajista, su ritmo costeño, canta rolas propias, logran buenos coros. Pero es el bataco quien deja más sabor Caribe: no tenía la menor dificultad en sonar tal cual tocaban los negros, tocaba y era capaz de echar desmadre a la vez, con eso basta para que se arme el fiestón. (…)

Lo que esta noche hay frente a ti es un disco de 1995, lo que surgió a su alrededor (…) como esa tarde en Playa, que no sabes qué hacer, si creerlo o no, si ser efusivamente sincero o portarse racional; quien toca a tu puerta y te habla es el mismísimo Fallín Splash, no te visita para pistear o porque va de paso; te pregunta si hay chance de unirse al barco ebrio, a la Resurrección que viene. Y dices ¡Claro!… Una hora después aplicas lo que Fallín te ha enseñado además de música negra: “Nomás deja consulto a los demás…”

Querétaro, ’95. Al fondo el Fallín como bataquero, segunda voz, cungoman y bueno pa la carrilla

 

Meses más tarde te meterías en un estudio de grabación, y después salió a la luz tu segundo disquito con una singular distinción: ¡el bataco era el Fallín! Es el tiempo de las estancias generosas en el Querétaro del Pancho Garza, conciertos memorables en “La escena del crimen”; luego la faceta del Fallín Cancún dando asilo en su casa, a todo el grupo con todo y chivas (y groupies). Gracias a esos artistas todo era más fácil, inclusive recuperarse económicamente, recomenzar de otra manera. Chingao… parece que siempre se trata de recomenzar.”

 

En grabación, disco “Resurrección”, Tequila Studios, 1995

 

El baterista con sus muchachos, Playa del Carmen, 1996

 

 

El texto anterior se publicó en enero de 2013, cuando juntábamos lana para apoyar al Fallín en su batalla contra la fatalidad. Lo retomé hoy, 27 de julio de 2022, al enterarme que ha fallecido Rafael Díaz, Fallín, el baterista por excelencia del reggae mexicano.

Para variar no quiero creerlo: se ha ido un gran emisario de la música con que crecí… ¿Qué le queda a uno en un pinche mundo tan jodido? Otra vez lo abstracto, lo intangible: volver a oírlo tocar, acordarse de fiestas y pasajes maravillosos, por ejemplo:

  1. haber tocado en la cancha maya de Tulúm, es decir, la antesala del santuario de la chan Cruz maya, los únicos blancos en sonar en tal recinto
  2. los ensambles con teatreros, bailarinas y pintores, para poner en escena “X’Tabay” y dos poemas frenéticos, en la pista de arena en el Blue Parrot
  3. aquellas sesiones de grabación y tu bataca haciendo sonar a reggae (veracruzano) mis canciones (de reggae ranchero)
2013, Cancún

Aquí en el exilio, en voz baja y a solas, Fallín, repito la única certeza que da sentido a quienes alguna vez navegamos el universo musical, ya fuera cuando perdíamos el beat, o para esta ocasión que te adelantaste a tocar en otro antro: Nos vemos en el calderón.

Playa, 1994

PD: ¿te acuerdas de cuando hablábamos de qué queríamos en caso de morir?, no diré lo que decías, pero aprovecho y pongo mi postal fúnebre: que una orquesta desatada con negros, indios, mujeres y quien se apunte, marchen, bailen, fumen y beban, griten, cojan, nomás que toquen recio mucha punta-rock, y Talkin’ Blues, y una de Elmore James, mientras nos llevan al agua y allá lejos nos regresan al mar.

La Bellavista

Julio 2022

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