Huevos ‘abotonados’ en el Caribe mexicano | Por Gilberto Avilez Tax

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Un huevazo es la forma tan acostumbrada en el mundo para bajar al lugar del ridículo terrestre a los ángeles y demonios. Un huevazo, también, es la forma más clara y precisa de desacralizar a los dirigentes ensoberbecidos por el poder.

Yo no voy a decir, como tantos otros, que “repruebo terminantemente los actos de violencia contra el Dr.”. ¿Cuál violencia?, ¿lanzar un frágil huevo y que la yema de él le escurra en la nuca al dirigente, es violencia? No, no, señoritos de lo políticamente correcto,¡: no sean hipócritas, que no les salga el perfil de burguesitos y el pensamiento marrano para hablar de violencias en un contexto donde solo es real la simulación, el camaleonismo y el chaqueteo de los granujas.

Hablan los señoritos de violencia. Les recuerdo lo que significa esa palabra en el México de las narcofosas y en el México de los neoliberales. Violencia es lo que ocurre a diario en el bolsillo de los mexicanos, violencia es la corrupción que pudre la esperanza y violencia fue Ayotzinapa y violencia es aceptar, sin ton ni son, la camaradería enferma entre borgistas, gongoristas, radillistas, fariseos e hipócritas de toda laya, junto a tantos hombres y mujeres (jóvenes, viejos) de izquierda en Quintana Roo que sí han estado cerca de los procesos de cambio en la Península.

Si la militancia de Morena Quintana Roo no ha sido oída, aunque haya llevado la queja de la prostitución de ese partido en el estado al pleno de reuniones generales y ha pedido el derecho de que se le oiga para exponer sus discrepancias y sus objeciones; si la militancia, a pesar de seguir los cauces legales sólo ha recibido el “que vuelva mañana”; entonces, ¿qué tanto es un huevazo en la nuca del doc.?

A veces los subalternos necesitan ridiculizar, necesitan bajar al légamo de la antisolemnidad a los que se han creído lamidos por el demiurgo del poder. Un huevazo es el acto más revolucionario que uno pueda realizar.

Colofón: 2017, el año de la violencia en Cancún

2017 fue el año del espanto, el año de la violencia en el Caribe mexicano. ¿Cuantos muertos ha sembrado la descomposición social y la flaca respuesta del Estado mexicano ante la barbarie en Cancún? El número de muertos, 48 horas antes de que termine 2017, llegaba a 226 en esa ciudad, una cifra record sin duda alguna. Y a los casos de muerte violenta habría que apuntar los casos de asaltos a peatones, casas habitación, comercios y otros giros. Se ha hablado de la acapulquización.

Está presente todavía en la memoria la muerte del albañil Emilio, desangrado en el Crucero de Cancún: todos lo vieron morir desde sus monitores, desde sus celulares y sus laptops. La barbarie digital nos hizo peores humanos.

El warning salió tal vez desde el tableteo incesante de la nada, desde unas ráfagas alumbrando la noche caliginosa de Cancún y sus barones del turismo y sus barones de la droga, mientras que la pólvora cubría la arena blanca del corredor Cancún-Playa del Carmen: no se trata de casos “aislados”, señor. Lo cierto es que la violencia en el Caribe es una de las últimas secuelas de la violencia sistémica que corroe a este país post- Ayotzinapa.

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