Turismo ‘cultural’ excluyente en el Mundo Maya | Por Carlos Meade

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“El paisaje es lo único que crea cultura y eso lo tenemos de maestra monstruosidad sin que nos recorra el cansancio de los crepúsculos críticos”

José Lezama Lima

El impulso de conocer paisajes y culturas diferentes a los propios es algo innato que quizá venga de nuestro pasado nómada. Esto cobra sentido si consideramos que nuestra subespecie, el Homo sapiens sapiens, tiene más de 200 mil años de antigüedad y que apenas hace 8 mil años empezamos a vivir de manera sedentaria al domesticar y cultivar algunas plantas.

El viaje, aún en las sociedades sedentarias, siguió y sigue siendo una actividad esencial. Por tierra, por ríos y mares, los seres humanos continuamos viajando por causas diversas: la exploración de nuevas tierras, la conquista de pueblos y territorios, el comercio y el peregrinaje a lugares sagrados, entre otras.

Hoy en día, el impulso de viajar ha generado toda una industria cuya economía es de las más vigorosas del mundo. Se sabe que el turismo es una actividad que dinamiza las economías locales pero también que su impacto sobre el medio ambiente y sobre las comunidades receptoras puede llegar a ser muy pernicioso.

Por largo tiempo, los viajeros, sin quererlo, fueron cómplices del deterioro ambiental, la explotación de la gente y la destrucción de culturas, todo lo cual implicaba el establecimiento y desarrollo de los servicios turísticos bajo un esquema que sólo consideraba los beneficios económicos de los inversionistas.

Esto empezó a cambiar a raíz del surgimiento de demandas sociales a nivel planetario, agrupadas en dos ámbitos principales: la protección del medio ambiente y la vigencia de los derechos humanos universales. Surgieron entonces nuevas formas de entender y desarrollar el turismo bajo la premisa de asumir el desarrollo de forma integral, de ser un instrumento para la preservación del medio ambiente y para la vigencia de los derechos humanos de las poblaciones receptoras. Esta tendencia se abre paso con dificultad pero se puede decir que constituye ya un nicho de mercado nada despreciable.

El programa turístico conocido como Mundo Maya, relanzado una vez más por la Secretaria de Turismo de Quintan Roo, es una propuesta de turismo cultural pero con una visión de la cultura maya limitada al pasado prehispánico. Para esta propuesta, los visitantes hacen recorridos arqueológicos que se combinan con el disfrute de las playas caribeñas. ¿Y los mayas vivos y su cultura? Esos están bien limpiando los baños y que digan que qué bueno que tienen un empleo. ¿Cómo se puede ofrecer un producto cultural pisoteando la cultura local? Eso es lo que ha hecho hasta hoy Mundo Maya.

Para entender el concepto de turismo cultural es conveniente partir de la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural de la UNESCO: “la cultura debe ser considerara como el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.”. Desde esta perspectiva antropológica, no existen personas sin cultura, no existe alta y baja cultura. Existen muchas culturas, tantas como pueblos, regiones y naciones. No hay culturas mejores o peores. Sólo una multiplicidad de culturas que son diferentes unas de otras. La razón de esas diferencias está dictada, básicamente, por el paisaje, por el entorno natural en que cada pueblo se desarrolla.

Lo que busca un turista interesado en la cultura, más allá de lo que piensen los funcionarios de turismo en México, es conocer los rasgos distintivos de una cultura diferente a la propia, experimentar algunos aspectos de esa manera diferente de ser, vivir, relacionarse, comer, etc. Si visito la selva Maya, voy a querer dormir en una hamaca bajo una palapa, desayunar tortillas hechas a mano y frijoles cultivados allí mismo, asistir a una ceremonia o alguna fiesta tradicional, caminar por la selva acompañado de un guía que me haga inteligible el entorno, para sentir lo que un maya siente al caminar a su milpa. Y está claro que eso sólo lo pueden ofrecer las comunidades mayas. Ningún montaje escenográfico tipo Xcaret puede sustituirlo.

Aquí es necesario mencionar que esa oferta ya existe, que hay algunas comunidades que tienen más de 10 años desarrollando y ofreciendo interesantes productos de verdadero turismo cultural, a pesar de que han sido ignorados por el gobierno. Y no han podido despegar, principalmente porque todas las inversiones en infraestructura, conectividad y promoción se concentran en la costa. Hasta hoy día, el programa Mundo Maya no ha volteado a ver a las comunidades a pesar de que ha convertido a la cultura maya en una marca turística que vende bien aunque no representa ningún beneficio a sus herederos contemporáneos.

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