Visión Intercultural | Es la economía (y justicia social), estúpido | Parte 1 de 2 | Por Francisco J. Rosado May

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Visión Intercultural
Francisco J. Rosado May
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Don Cipriano, campesino indígena de una comunidad de la zona mazehual de Q. Roo (nombre acuñado por un grupo de intelectuales en Felipe Carrillo Puerto, para sustituir con un término mucho mejor lo que se mal conoce como zona maya), de unos 55 años, tiene una familia de 5 personas, incluyendo a él y su esposa. Vive de labores de campo casi exclusivamente, cultiva una parcela de aproximadamente 25 mecates (un mecate tiene 400 m2 donde produce una diversidad de hortalizas, granos y algunos frutales. Adicionalmente tiene un huerto familiar, como de 10 mecates, en su casa, donde tiene sus animales (gallinas, pavos y puercos principalmente). En su huerto tiene hortalizas y árboles frutales, así como especies útiles para cocinar (limón, epazote, hierbabuena, cebollina, etc.), ornamentales y medicinales. Como es ejidatario tiene derecho a usar tierras comunales donde cada año hace su milpa de entre 25 y 50 mecates, no puede más porque normalmente lo hace solo y a veces con ayuda de sus hijos y vecinos. Siembra maíz criollo, no compra semillas, guarda las suyas o hace intercambio con sus vecinos para probar nuevas variedades. El frijol, calabaza, camote, y otras especies que cultiva en su milpa, también son criollas. El trabajo es muy pesado en la preparación del terreno, la roza tumba y quema requieren de mucho trabajo, pero cuando se hace bien, el cuidado de los cultivos ya no requiere tanto trabajo. Don Cipriano también caza y recolecta del monte material de construcción, medicinas, y a veces plantas para domesticar en su huerto familiar.

Cada año, mas o menos desde hace 13 años, don Cipriano enfrenta la incertidumbre de un clima que ha cambiado muchísimo, pero mantiene su diversidad de acciones y cultivos. Esta diversidad le ha permitido salir adelante durante toda su vida. Lo mismo sucedió con sus padres y abuelos.

Al igual que sus antepasados, don Cipriano subsiste con su producción, no ha salido de la pobreza, la cual, dependiendo del clima, con criterios oficiales a veces es pobreza extrema. La cantidad de producción de don Cipriano no es suficiente como para atreverse a comprometer una determinada cantidad para algún cliente; bajo esa situación algunos académicos y políticos consideran que su sistema es de autoconsumo, de subsistencia. Estos términos no son exactos ni reflejan una realidad. Don Cipriano sí vende, pero poco. De hecho, planifica su producción pensando en la venta de cierta cantidad de sus cultivos porque necesita comprar ropa, zapatos, pagar taxi para transporte, médicos y medicina, y otros bienes materiales para su casa.

La diversidad, sobre la que descansa el sistema de don Cipriano, le permite tener productos todo el año, alimentar a su familia y contar con dinero para ciertas necesidades. Pero la situación de pobreza lo conduce a insertarse en forma involuntaria en otros ámbitos que no están a su alcance ni para entender ni para corregir.

La ropa, los zapatos y los otros bienes que compra don Cipriano son de los mas baratos y, lamentablemente, de muy baja calidad. Se echan a perder muy rápido. Don Cipriano necesita adquirir muy pronto otros zapatos, ropa y otros bienes. ¿Qué pasa con la economía del señor? ¿Qué pasa con todos los bienes baratos y de baja calidad desechados? Al año don Cipriano compra entre 3 y 5 pares de zapatos/chancletas. Lo mismo para cada uno en su familia. Al año se depositan en el basurero hasta 25 pares de ¿zapatos? Si el material usado en la fabricación de los “zapatos” es con base en el polipropileno, se puede estimar que se necesitan entre 100 y 300 años para reciclarse. Hay estimaciones que señalan que anualmente se usan 1.6 millones de barriles de petróleo para producir plástico.

Así, por las condiciones socioeconómicas de don Cipriano, la huella de contaminación que deja es alta. La probabilidad de que hasta su muerte don Cipriano siga con la misma inercia, y la probabilidad de que sus hijos también entren en este círculo vicioso, es demasiado alta. Y, lo peor, no hay política pública, municipal, estatal o federal, al menos hasta el 2018, que muestre altos niveles de eficacia para combatir a fondo la problemática antes descrita.

Aquel programa gubernamental que implica regalar a los campesinos semillas “mejoradas”, que sin recato tienen en el empaque la marca de una conocidísima transnacional de semillas transgénicas, acompañada de herbicidas, insecticidas, fertilizantes, no solo se ha demostrado que es altamente ineficiente, sino que agrava la situación de contaminación ambiental en la que ya está metido don Cipriano.

Pero peor aún, los programas gubernamentales como el descrito anteriormente son verdaderos asesinos del conocimiento tradicional, del proceso de transmisión de saberes locales, los que, paradójicamente son los que explican la supervivencia de don Cipriano.

Don Cipriano tiene los conocimientos ancestrales, pero está involuntariamente sumergido en un círculo que actúa como centrípeta, cada vez mas profundizando su pobreza y facilitando un incremento en la huella ecológica negativa. Sus hijos no tienen la posibilidad de estudiar y tener una formación de buen nivel; los profesores y los servicios de las escuelas a su alcance dejan muchísimo que desear. La paradoja es que don Cipriano es poseedor de enorme cantidad de saberes, por su cultura, y los sigue practicando. Es cuidadoso con la conservación de sus recursos naturales porque sabe que de ellos sobrevive.

Don Cipriano no está solo, no es el único con la situación antes descrita. De acuerdo con el CONEVAL, en 2016 había 53.4 millones de mexicanos que vivieron en pobreza, y 9.4 millones en extrema pobreza, resultado visible del neoliberalismo. Imaginemos entonces los costos ambientales de las políticas fallidas. ¿Qué economía puede enfrentar este enorme reto? ¿Qué alternativas, viables y eficaces, de modelos económicos existen?

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