Por Marcelo Salinas
@msalinas21
Redacto estas líneas en Santiago de Chile, una capital que sigue en llamas por multitudes enardecidas y demandantes. Hoy martes 12 de noviembre se realiza un paro nacional. Es lo más reciente. Ocurre ahora mismo.
Hasta hace pocas semanas calificaban a este país sudamericano “el milagro” y “el oasis” al destacar su estabilidad política, crecimiento económico y paz social. Pero cuánto ha cambiado desde el recién pasado 18 de octubre. Hace menos de un mes.
El recuento lo dice todo: después de que los estudiantes evadieron los torniquetes del metro por el alza del precio y la sociedad replicara el ejemplo en apoyo, el Presidente Sebastián Piñera declaró estar “en guerra contra un enemigo muy poderoso”, invocó leyes de emergencia e impuso un toque de queda temporal, para propiciar la acción de los militares, quienes contuvieron fugazmente a las turbas que sin embargo saquearon comercios, quemaron estaciones de metro e incendiaron universidades, edificios y microbuses.
Desde ese momento estallaron balines y perdigones en las caras de los manifestantes, “sin distinciones”, acusan periodistas y marchantes. Suman más de 20 muertos a la fecha y aproximadamente 200 personas con riesgo de perder la vista por esos proyectiles.
Las autoridades levantaron el estado de sitio, pero el drama no cesa.
En paralelo a lo anterior “cayó” casi una decena de ministros y subsecretarios; se cancelaron las reuniones de la APEC (programa para mediados de este mes, a la que asistirían Trump, Putin, Jinping y otros mandatarios); la COP 25 (planeada para diciembre, a la que acudirían presidentes y activistas del medio ambiente), y la final de la Copa Libertadores.
Además, por otro lado, se logró una potente agenda social, los legisladores discuten leyes “impensables” hasta hace poco, muchos empresarios han subido también los salarios considerablemente y se ha convocado a debatir otra Constitución, porque la esencia de la vigente se plasmó en la dictadura de Augusto Pinochet en los años 80.
Fuera de Chile prevalece una imagen marcada por el fuego, el pillaje, los excesos y los abusos; aunque se ha visto minimizada aquella de los avances, como el aumento al salario mínimo, las mejores pensiones para adultos mayores, los beneficios para la población en situación de vulnerabilidad, el freno a los incrementos y apoyos diversos desde el Estado. Aun así, para muchos es insuficiente.
Y prevalece esa imagen, porque es verdad que en la calle continúan dos sectores: los que atentan contra el patrimonio público y privado, enfrentándose cara a cara con las fuerzas del orden y la seguridad; y quienes, cacerolas, banderas o pancartas en mano, reclaman el fin de la desigualdad, porque han demostrado que el poder político y económico puede transformar el país si el pueblo permanece firme. Como ahora precisamente.
Paradójicamente, reside algo motivante en todo esto. En medio del humo de las bombas, emerge una idea aceptada inclusive por los ideólogos, quienes suponen que será un punto de inflexión; es decir, costará mucho tiempo y dinero reconstruir, aunque pudiera ser “el gran salto” con una sociedad más madura, a punto de tirar por fin los lastres del pasado más oscuro.
Nuevas lágrimas y más sangre, podrían marcar el inicio de otro “milagro” chileno. Así de inaudito.
Ya no solamente se trata de Chile: Sudamérica está inmersa en protestas o con ánimos caldeados. Basta ver lo que ha pasado en Bolivia durante las últimas horas. Por lo mismo, los analistas hablan de un posible efecto dominó, así es que sigamos atentos a los hechos.
Esto no para.