Habitantes del Corredor Seco de Guatemala optan por la migración, ante vaivenes del clima que han echado a perder un 80% de la producción agrícola

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GUATEMALA.- En el Corredor Seco de Guatemala, el cambio climático deja cultivos arrasados y estómagos vacíos. Es sinónimo de hambre y emigración. Aquí la agricultura es de subsistencia, se come lo que se cosecha y la falta de lluvias ha hundido la producción un 80% en los últimos seis años. El Banco Mundial estima que, al menos, 1,4 millones de centroamericanos serán “migrantes o refugiados climáticos” para 2050; publicó RTVE.

Elida García es líder comunitaria en El Naranjo, un caserío de unas 400 familias en el Oriente de Guatemala, junto a la frontera con Honduras. Que ella recuerde, hasta este año, solo un vecino, un tal Otoniel, se había ido de “mojado” (inmigrante irregular) a Estados Unidos.

En los últimos meses, sin embargo, unos cuantos han seguido sus pasos. Primero fueron Ernesto y Raúl, luego Celso, Adelino, Reiniero, Fidel … Y así hasta ocho hombres, con otros tantos hijos varones. Atrás han quedado sus mujeres con el resto de “patojos” (hijos) a su cargo.

En el caso de Mariana López (32 años) son siete. La mayor tiene 17 años, el más pequeño año y medio. “Yo lloraba porque no conseguíamos la comida. Y también mi esposo. Él se decidió a irse porque él no conseguía como para ayudarnos. Por eso nos dejó”, explica.

Tortilla con sal nomás

Su casa está hecha a base de lodo con baritas de madrecacao (un árbol) y caña de maíz. Su dieta es aún más sencilla.

— PERIODISTA: ¿Qué comen ustedes?

— MARIANA: Nosotros… Nosotros comemos tortillitas (de maíz) con sal nomás.

— P: ¿Cuándo fue la última vez que comieron otra cosa?

— M: Ya llevamos tres semanas sin comer frijol.

— P: ¿Comen algún animal? ¿Gallina?

— M (sonriendo): No tenemos gallina. Ya tiene meses sin que la hayamos probado.

— P: O sea que es un lujo cuando come frijol.

— M: Ah, sí. Una alegría cuando podemos jaiar (conseguir) frijol.

Con hambre y sin “pisto”

En el Corredor Seco de Guatemala, la comida nunca ha sobrado. Se cultiva para el autoconsumo. Sobre todo, granos básicos como el maíz y el frijol. La cosecha casi nunca alcanza para todo el año y, tarde o temprano, se acaba pasando hambre. El problema es que cada vez cunde menos. Desde 2013, los vaivenes del clima han echado a perder el 80% de la producción.

Danielis, la más anciana del lugar, no ha oído hablar del cambio climático, pero tiene muy claro que antes “llovía seguido” y no había “estos grandes soles que no se aguantan”. El promedio de los últimos años es de más de 20 días sin lluvia y han llegado a pasar más de 50 sin que caiga una gota.

“Hemos probado variedades de maíz más resistentes a la falta de agua, pero no hay ninguna que aguante tanto tiempo”, asegura Víctor Sosa de la Asociación de Servicios y Desarrollo Socioeconómico de Chiquimula (ASEDECHI), uno de los socios locales de la ONG Oxfam Internacional, con quienes TVE ha visitado estas comunidades donde cada vez es más difícil salir adelante.

Menos cosechas son también menos opciones de empleo. Los hombres solían irse de temporeros al corte de la caña y el café en las grandes fincas para ganar “el pisto”(dinero), pero cada vez hay menos trabajo y peor pagado.

La plaga de la roya arrasó los cafetales guatemaltecos y el hundimiento de los precios internacionales del grano ha hecho lo propio con los jornales. En Estados Unidos, pueden ganar en una hora (10 dólares) lo que en el Corredor Seco en tres días de trabajo de sol a sol (75 quetzales).

Si no ha emigrado todo el mundo, es porque no todo el mundo puede permitírselo.

La “jarana” del “Coyote”

El Naranjo está a una hora de distancia de la primera carretera asfaltada. Una vez allí, se llega enseguida a la cabecera municipal, Jocotán. Es lo más lejos que se ha aventurado Mariana. Nunca ha estado en Chiquimula, la capital del departamento, ni mucho menos en Ciudad de Guatemala.

Su marido, parecido. Solo había salido para trabajar en fincas, hasta que se fue a Nueva Jersey. No habría podido llegar hasta allí sin la ayuda de un “Coyote” (traficante de personas) y no habría podido pagarlo sin ofrecer sus tierras como garantía.

“Se fue el 12 de marzo. Fueron 130 mil quetzales (unos 16.000 dólares por su marido y su hijo). A saber cuántos años va a tardar en pagar esa jarana (deuda)”, cuenta Mariana, resignada, sola, rodeada de sus otros siete “patojos”, incapaz de ver todavía muchas ventajas a que su esposo haya emigrado.

“No jala (consigue) trabajo. Días jala y días no, pero como se fue con mijito, tiene que ganar para mantenerlo, para pagar la jarana y solo me envía unos 500 quetzales (65 dolares). Cuando jalamos el pistillo (dinero) compramos el frijolito”, explica.

A unos 300 metros de su casa, salvando casi el mismo desnivel, vive María Cruz. Y entre las dos existe también el abismo que separa a quienes se alimentan solo a base de tortillas de maíz con sal y quienes puede comer frijol habitualmente. Su marido lleva ya más de un año en Estados Unidos y consigue enviarles algo más dinero.

“Sí. Nos envía para comprar el frijol, el jabón, el azúcar… Para todo lo que uno necesita”, alcanza a decir antes de romper a llorar y confesar lo mucho que le “aflige” la ausencia de su esposo y del mayor de sus siete hijos. El pequeño tenía siete meses cuando se marcharon y a punto estuvo de morir por desnutrición aguda.

Nadie sueña en El Naranjo con comprar un coche o un televisor. Poder comer frijoles ya es todo un lujo.

Como en Burundi, la condena de la desnutrición

En Centroamérica sobran los motivos para emigrar, pero encuestas e informes de organismos internacionales apuntan a “la falta de alimentos” como uno de los principales detonantes. Así lo señalaron casi el 60% de los migrantes centroamericanos entrevistados por el Programa Mundial de Alimentos entre 2014 y 2016. Un número creciente de ellos lo identifica, además, con los efectos adversos de volatilidad climática.

Solo en el Corredor Seco de Guatemala, un estudio de Oxfam Intermón estima que más de medio millón de personas necesita asistencia alimentaria. La desnutrición infantil roza el 70%. Son niveles de Burundi, en África, que son incluso peores en algunas zonas rurales e indígenas.

“Es alarmante y preocupante por lo enraizado que está el problema y por lo poco que se atiende. El dinero y el personal estatales son insuficientes y el presupuesto para 2020 contempla recortarlos aún más”, denuncia Víctor Sosa de ASEDECHI.

Sin poner más y mejores recursos, erradicarla llevará más de un siglo hipotecando el futuro de varias generaciones. Si la desnutrición aguda puede equivaler a una “sentencia a muerte”, la desnutrición crónica puede considerarse una “cadena perpetua” con efectos irreversibles a partir de los cinco años. El desarrollo físico y mental se resiente y, a la postre, también los ingresos. Lo que uno come en su infancia puede condenarle a la pobreza.

En El Naranjo, no hay coches, lavadoras u otros aparatos electrónicos. No hay actividad industrial, ni se consume casi nada que provenga de ella. Sus habitantes cultivan para comer y queman leña para cocinar. Es toda su huella ecológica. Apenas contribuyen al cambio climático y son de los que más lo sufren. Lo que en otras latitudes todavía parece una abstracción en este lugar amenaza la supervivencia y empuja a emigrar. (Fuente: RTVE)

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