POIESIS | Te devuelvo la libertad | Por Diana Mijangos

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Te escribo mientras por la ventana veo a un ave cortejar a otra y recuerdo todas las veces que hablamos sobre ser aves y volar. ¿Recuerdas cómo decíamos que volaríamos juntos por todos los rincones del mundo?

Miro esa foto, la que más nos gusta, la que nos hicimos a la orilla del mar, ¡cómo nos encantaba estar en el fin del mundo! Nos sentíamos como ese mar, que parecía infinito.

Como nosotros.

Querido, ha pasado tanto tiempo que siento que hemos vivido tantas vidas juntos; aquella vida de adolescentes, en la que no podíamos dejar de mirarnos y nos dedicábamos el Capítulo 7 de Rayuela y los versos más cursis de Mario Benedetti; y no podíamos dejar de mirarnos. Éramos dos imanes. Éramos un mar en tempestad.

Después vivimos la vida de adultos enamorados, con un amor maduro y sincero, en el que tomamos tantos viajes -nunca fueron suficientes, claro-, la de amantes furtivos; hasta llegar a la vida de laguna en calma. Y ahora somos el lago en plena sequía, se ven las grietas, cadáveres de peces y un sol de esos que ni te permiten abrir los ojos.

Te extrañé tanto durante tanto tiempo durmiendo a tu lado que mi alma se fue secando.

¿Recuerdas cuando te decía que yo era un árbol? En esa temporada de sequía me fui secando poquito a poquito y ni te diste cuenta de que me estaba marchitando, que por fuera todo estaba bien, pero por dentro estaba seca.

Sí, querido, como lees, me estoy despidiendo. Definitivamente.

Me estuve yendo los últimos meses, como el agua entre los dedos, pero no te diste cuenta; me cansé de recordarte mi existencia, mi silueta era una sombra, era un fantasma, pero de esos que no asustan, que no mueven las cortinas, ni tiran los objetos. Los que no merecen atención.

Entonces me di cuenta… No estaba yo. Ya no me veía en tus ojitos, ni tu tacto sentía mi piel.

Así que le digo adiós a nuestras tardes contemplando el sol, a las noches cazando estrellas, a las madrugadas bebiendo el rocío y a las mañanas de resaca.

Ya no volveremos a mojarnos con la lluvia, ni a cantar en las esquinas, ni a recorrer las calles vacías por las madrugadas. Esas calles que están como mi alma, solitaria, oscura y fría.

Ahora soy océano, soy río desbordado, soy la lluvia silente, la que casi no se percibe, pero que moja, inunda y arrasa.

Te devuelvo la libertad que no pediste, porque estoy segura de que no sabías que querías, te extiendo la mano para impulsarte a nuevos destinos, para que avances y vueles, como las aves afuera.

Te dejo como el viento, que anda sin rumbo fijo, que se cuela entre las ventanas.

Ya. Me voy, pero no con las manos vacías.

Me quedo con el recuerdo vivo de tu mirada por la mañana, cuando la luz era tan clara que solamente se asomaban tus ojos entre las sábanas, esa mirada que alguna vez vio mi alma y que hizo que brotaran retoños de felicidad.

Me quedo con la sonrisa, esa que iluminaba la habitación; me quedo con los buenos momentos, que no fueron pocos, con las tardes de primavera y las noches de verano, llenas de sudor. Con las tardes de otoño cuando todo era amarillo y paseábamos bajo la lluvia; con las madrugadas de invierno, contemplando las constelaciones.

Me quedo con los libros, las fotografías, las canciones y con una que otra cuenta por pagar.

Pero, sobre todo, me quedo conmigo, con lo aprendido, con el camino recorrido, con las caricias que serán de alguien más, con mi alma marchita, que espera ansiosa la lluvia de mayo para revivir y volver a germinar.

 

 


Diana Mijangos Valle

Comunicóloga de profesión. Reportera y editora en diarios de Tabasco; actualmente directora de Comunicación en BusinessKids, empresa dedicada al desarrollo emprendedor infantil.
Originaria de Villahermosa, Tabasco; actualmente radica en la Ciudad de México.

Su obra se puede consultar en el blog: https://dianamijangos.wordpress.com/

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