El Bob de Tulum | Por Rodrigo de la Serna

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Tulum, festival 1990, LSD la banda y el Bob dándole a la conga.

Tulum, festival 1990, LSD la banda y el Bob dándole a la conga.
Tulum, festival 1990, LSD la banda y el Bob dándole a la conga.
La primera vez que lo conocí fue en Cat’s, como por octubre de 1989. Él y su gente, como pasó con el Ray y su banda de Playa, contrastaban con el personal asiduo al antro, por lo general turistas perdidos, aventureros, guías, meseros, garroteros, cocineros, putitas y travestis; era gente distinta porque venían de Tulum, desde entonces sinónimo de otra onda, bastante menos solemne que Cancún.

Esa noche el Bob se dedicó a observarnos… a medir si había valido la pena traer una banda desconocida para suplir a los dioses de entonces: splash. Creo que nunca le gustó del todo el sonido LSD (lossignosdistantes), y chance menos lo de bosquimano. De cualquier modo con el Bob Ojeda Santa Fe de Tulum hubo un contacto que se mantuvo hasta 2002, cuando dejamos de sonar en Zama-Tulum y dejé también de ver a aquellas amistades hechas antes de 1990.

Si alguien tuvo que ver para que el reggae sonara con regularidad en Cancún fue el Bob, aun si haya sido sólo por haberle insistido a su hermana Yazmín y a su cuñado Miguel, que se arriesgaran a poner como negocio un bar dedicado al reggae: el primer Cat’s, junto a La Placita, en plena avenida Yaxchilán; lo hicieron y fue buen negocio, ahí splash agarró buen vuelo. A la larga eso nos trajo a Manu y a mí al Caribe mediante Doña Margarita, madre del Bob, que nos audicionó y aprobó que mi grupo entrase a ese mundo. Todos ellos venían de la ciudad, la colonia San Rafael, creo; buena gente que arribó al norte de Quintana Roo desde los años 70 del siglo pasado, Carlos Hurtado y el Charlie Moisés entre otros. Y el Bob desde el principio se instaló en Tulum, al frente del camping Santa Fe.

Visualmente lo que más le recuerdo era su talante: bragado y con bigote, nunca lo vi sin mostacho: negro ala de cuervo, grueso aguacero cubriéndole buena parte del labio superior y dándole aires diversos según la hora en que uno se lo encontrara; así de repente era pirata, era machín, era el señor del camping playero, caribeño por convicción, genio y figura morenazo de cabello crespo que sin temor alguno le daba a las congas. Ya cuando hubo confianza empuñaba un sax tenor cada vez que tocábamos, y presenciábamos un milagro: él tocaba algo así como free-jazz mientras nosotros andábamos en un reggae o algo así… y las armonías se ensamblaban. No siempre pero casi.
Eso empezó en el legendario camping que el Bob regenteaba junto a la zona arqueológica: Santa Fe, donde tocamos por vez primera quizá en noviembre del ’89. Maravilloso el lugar pero vaya joda que era tocar por cuestiones como la corriente eléctrica proveniente de una planta de poder del año del caldo, poner el equipo casi en la arena y sobre todo soportar a “los reyes de la playa”… ciertamente distintos a otros pero idénticos a la hora de molestar personas trabajando. A veces tocaba búngalo, a veces Hotel Camarena. Y bueno, a los 27 eso forma parte de vivir y no desagrada, hasta se ve bien pasar por ello.

Todo eso quedaba atrás cuando al fin nos servían pescado frito recién sacado, con guarnición de arroz blanco y frijolitos de la olla, choko-huá, habanero picado con limón y sal, y cerveza helada como debe de ser en el Caribe. Uno hacía negocios con gente como el Bob y no había problema, el trato era directo y prevalecía una consigna compartida: la fiesta la hacemos Todos los reunidos alrededor del fuego. ¿Cuál fuego… de mariguana, coca, éxtasis, tabaco, piedra, alcohol, sexo, trópico, la catarsis comunal? No hombre: reunidos alrededor de un grupo que toca en vivo. Hoy para tocar hay que andar entre contadores, actuarios, filas de banco y otras florituras de ciudad.

Festivales, conciertos, bailes y conmemoraciones hubo hasta que la efervescencia se transformó por ahí de ’96; empezamos a frecuentar el Charlie’s, que eventualmente se convirtió en “nuestra casa” en Tulum hasta 2002. Y ahí caía el Bob como parte de los VIP asistentes a la tocada; de las congas moduló al djaembé de moda, era su contribución al primer set; ahí fue donde tuvo más tiempo para sus solos de sax, al grupo ya casi le gustaba que a mitad del segundo set y sin decir agua va, el bigotón se subía al stage y sin micro se arrancaba con un solo interminable.

Luego todo cambió de súbito: Santa Fe se vendió… Tulúm comenzó a parecerse mucho a Playa y Cancún pero por la especie que iba incrustándose con su idea de negocios y vida: intermediarios, workaholics, abogados truculentos, políticos tecnócratas, pseudo empresarios y sus batallones de siervos. Y toda la neo violencia que desde entonces recorre el Caribe Maya Mexicano… el paraíso.

Así fuimos enterándonos de ciertas cosas medio feas en que andaba el Bob, asuntos que se iban haciendo comunes al saber que lo mismo acontecía a tantos con la coca, la piedra, el alcoholismo y otras costumbres privadas. Con el grupo él siempre se comportó a la altura, de hecho un par de veces a eso de las 2 de la mañana ofreció su casa para que ahí pernoctáramos. A lo mejor fue entonces que supimos de su padecimiento de gota, a eso se debía que a veces caminara muy lento, como si necesitara apoyarse. Era un poco raro verlo sin beber.

Es seguro que otras personas tienen mucho más qué decir sobre esa figura de Tulum que llamábamos el Bob… uno solamente cita algunos instantes afortunados vividos en el Caribe debido al cruce imprevisto de nuestros caminos.

Ahora que estuve en Tulum tras casi 13 años de no sonar por allá, pues hablamos de quienes se han adelantado en este tiempo, el Bob entre otros… Al momento del silencio, me terminé el café con ron y no quedó más que repetir el lamento de hace meses justo al enterarme de su partida: ¿Y ahora quién tocará free-jazz con nosotros?

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