RENDIJA DE LUZ | ¿Tiene color la participación ciudadana? | Por Graciela Saldaña Fraire

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Sugiero entender la democracia como un objetivo en sí mismo. Y sugiero que nos remontemos a 1968, específicamente al 2 de octubre, fecha trascendente en la historia de nuestro país, cuando en la Ciudad de México emergieron grupos estudiantiles pronunciándose por la urgente necesidad de llamar la atención sobre los alcances democráticos del Sistema gubernamental. El Estado mostró el autoritarismo que existía en las cúpulas del poder y, sin embargo, la ciudadanía hizo evidente su imperiosa necesidad de ser escuchada, con profunda sensibilidad, también.

Ese momento histórico despertó la enorme inquietud hacia los derechos individuales y colectivos. El Movimiento del 68 abrió varios caminos para la Izquierda, desde el trabajo político democrático urgente para transformar el estado de cosas, donde era indispensable el pronunciamiento público, pacífico; tanto en las colonias como en las organizaciones sindicales, así como en las universidades, se cumplían tareas específicas con este fin y, por supuesto, se alentaba la función de los colectivos de diferentes vertientes, desde los conservadores hasta los radicales y no tanto.

En esa democracia del siglo pasado cada uno era responsable de sus propios actos y, más aún, de sus faltas.

En el entramado social se conjugan dos vertientes: la responsabilidad de la sociedad civil y la responsabilidad del Estado, que, por supuesto, deben complementarse. Sin embargo, el hecho de que la sociedad civil en nuestro país asuma cada vez mayores espacios en las responsabilidades de los asuntos públicos no significa que el Estado asuma una actitud pasiva y evasiva en todos los aspectos o, por lo menos, en los principales, como la seguridad social, individual, familiar, pública (empleo, salud, educación). Todos estos elementos son responsabilidad del Estado. De tal forma que incorporar el término democracia, que se dice tan fácil, debería servir como un elemento vinculante de ambos conceptos, que como fórmula se lee y escucha muy bonito, pero que en la práctica no funciona.

Por otro lado, un concepto valioso, y sobre el que debemos detenernos a penar es, efectivamente, el concepto “ciudadanía”, que se ha puesto de moda en nuestro país: organismos ciudadanos, observatorios ciudadanos… Para algunos no queda claro de qué se trata, ni la definición precisa, ni siquiera el origen del término. En el siglo XV se usaba para referirse al simple hecho de vivir en conjunto con otros en un determinado lugar, de manera que todos, los y las ciudadanas, debían ser aquellos que vivían en esa época en el reino de Francia, donde se acuña el término. Así de sencillo.

México no puede esperar a que en otros países cambien las normas, las leyes y, sobre todo, nos corrijan la plana, así como decirnos, incluso, para aprender a organizarnos, mientras nosotros nos enterarnos -a distancia- de cómo debemos hacer las cosas para mejorar el lugar donde vivimos.

Hoy, la mejor arma de la ciudadanía es la información. Hoy, la sociedad en su conjunto, sin necesidad de identificarse con determinado color o línea política, debe saber qué pasa en la economía, en la política ambiental, etc., ¿Para qué? Para seguir avanzando hacia un común denominador por siempre atemporal: ¡vivir!

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