El Decrecimiento Sostenible (Parte 2) | El espejismo del Desarrollo Capitalista | Por Carlos Meade

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Con los destinos turísticos exitosos pasa muy frecuentemente que su auge los lleva, en poco tiempo, al colapso.  Esto se debe a que, llegado un momento, los inversionistas y empresarios se tienen que preguntar si debido al éxito hay que ampliar la oferta o subir los precios y, desafortunadamente, la ambición (sin visión) frecuentemente les aconseja optar por las dos: más hoteles y más servicios asociados (que masifican y degradan la oferta) y precios más altos (mientras se pueda seguir vendiendo exclusividad y novedad), lo que incrementa las ganancias en el corto plazo, pero condena al destino en el largo plazo.

Acompañando este proceso recurrente, el espejismo del desarrollo sostenible se ha filtrado en todos los discursos (políticos, empresariales, académicos, ambientales) a pesar, o quizá, gracias a la ambigüedad inherente a este concepto. Un concepto controversial que sirve como muleta para apuntalar decorativamente el sombrío panorama que nos ofrece la economía capitalista a la enorme mayoría de habitantes actuales y futuros de este planeta.

¿Desarrollo sostenible? En el fondo ¿cómo puede sostenerse un desarrollo permanente en un planeta de dimensiones y recursos finitos? El crecimiento económico continuo, principio del capitalismo, no es factible en un planeta limitado. Lo que debería buscarse es un punto de equilibrio entre la sociedad y el medio natural, considerando que los recursos son limitados y que la tendencia del crecimiento poblacional se ha disparado en los últimos 200 años.

Muy bien lo plantea Ernest García en su libro El Trampolín Fáustico donde sostiene que el “concepto de desarrollo sostenible es científicamente inconstruible, culturalmente desorientador y políticamente engañoso”, proponiendo el decrecimiento como el camino hacia la sostenibilidad, con la “aplicación de principios más adecuados a una situación de recursos limitados (escala reducida, eficiencia, cooperación, durabilidad), lo que puede hacer que el decrecimiento sea compatible con un mejor nivel de bienestar”

En una publicación en línea de la Revista Ecologistas en Acción de diciembre del 2007 se refiere que la idea del decrecimiento se genera desde los años 70 y que en los 90 es ya un movimiento importante en Francia, con un periódico que tira 50 mil ejemplares.

Este movimiento realiza un Congreso en el 2002: Deshacer el Desarrollo, Rehacer el Mundo; y en el 2003 se crea el Instituto de Estudios Económicos para el Decrecimiento Sostenible.

Como se ve, la idea no es una ocurrencia reciente y su resonancia ha inspirado el surgimiento de organizaciones de consumidores, mercados de trueque y cooperativas agro-ecológicas.

Para entender el decrecimiento es necesario salir del paradigma económico dominante. El actual desarrollo, bajo el modelo del capitalismo voraz, es como un río turbulento que corre crecido, fuera de cause y ocasionando gran destrucción. El derroche de recursos naturales que impulsa la prisa por la ganancia individualizada y el derroche de energía que el actual crecimiento demanda, impactan nuestros medios de vida en el largo plazo. A cambio, esta vorágine sólo genera concentración de la riqueza y proliferación de la pobreza. Y además compromete el bienestar y aún la posibilidad de vida de las generaciones por venir.

Para que la turbulencia de ese río avasallante cese, es necesario detener la fuerza destructora que hoy representan la productividad y el mercado.  Freno a la minería, a la extracción de petróleo; no más destrucción de selvas para establecer monocultivos o pastizales; moderar el crecimiento de las ciudades; no más obsolescencia programada en la manufactura de bienes; no innovaciones tecnológicas que sólo fomentan el consumismo; no a la agricultura industrial envenenadora y a los transgénicos.

La citada Revista propone que: “Los posibles caminos del decrecimiento pasan por estrategias y elementos tan diversos como la relocalización de la economía y la producción a escala local y sostenible; la agricultura agroecológica; la desindustrialización; el fin de nuestro modelo de transporte (automóvil, aviones, etc.); el fin del consumismo y de la publicidad; la desurbanización; el salario máximo; la conservación y reutilización; la autoproducción de bienes y servicios; la reducción del tiempo de trabajo; la austeridad; los intercambios no mercantilizados; y un largo etcétera”. Medidas todas que son radicales pero necesarias para revertir las tendencias del desarrollo que, bajo el modelo actual, nos condenan a la extinción.

Y en esta nueva ruta, el decrecimiento sostenible reconoce el aporte de los pueblos indios como esa reserva de prácticas, técnicas y saberes para un aprovechamiento sostenible de los limitados recursos que la naturaleza nos ofrece y para una sociedad basada en la cooperación y el bienestar colectivo y no en la competencia y el beneficio individual.

 

 

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