Sor Juana en San Miguel de Xamán Há | Por Rodrigo de la Serna

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Por Rodrigo De la Serna

En mi juventud leí a Octavio Paz con frecuencia: El arco y la lira, Libertad bajo palabra, Los signos en rotación, Tiempo nublado, Ladera Este, El ogro filantrópico… y su revista. En tele me resultaba chocante, sonaba (se comportaba) engreído, solemne, patriarcal. Sin embargo, no dudo en reconocerlo: el pensamiento escrito de Paz me allanó caminos a la palabra, artes y esencias del espíritu mexicano; aún lo considero una elevada pluma ensayística. Su verso, en cambio, no me brindó otros mundos, su canto dista de sonar como el corazón de la memoria.

Todo esto porque hace unas semanas, en una venta de libros usados hallé un ejemplar aceptable de su ensayo Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe. Y se me echaron encima demasiados recuerdos. Leía ese estudio cuando todos los golpes de 1988 me derribaron, caí al abismo, el ojo de un huracán enloquecido tomó mi mente y no se fue, se estacionó, como “Wilma”. Todo cambió y dejé atrás mi vida modelito clase-media: la mujer, la universidad, la radio, la casa, la ciudad, autores de cabecera, todo se disipó en el vacío.

Sólo hasta dos años y meses más tarde, el vértigo, el suicidio, la oscuridad, me dejaron tranquilo; me vi solo en Sian’ Ka’an… vivo y con una misión. Por eso vivo agradecido con el Caribe Maya Mexicano: ahí resucité, y tuve años verdes, azules, dorados, mis libros, obra musical, un hijo, el amor a primera vista, un pedacito de selva.

En otro espacio trataré en modo objetivo a Paz y a su ensayo. Esta noche me permito fluir entre la vida, las piernas, el corazón y el verso de una mexicana, vía un libro usado.

Mentiría si no declaro que para comprarlo influyó su precio: 30 pesos de 2019 y sin rallones ni subrayados ni notitas, limpio. Me dio gusto releer a la genial monja de Nepantla en los laberintos pazianos. Releer… En sus tinieblas australes, un narrador epitomaba que al final de las letras lo que se hace es releer; en el caso borgiano fue volver a escuchar ciertos libros leídos en voz alta por una mujer enamorada. Le sonarían mejor –supongo.

Entonces: la segunda parte de aquel blues empezó cuando iba uno rumbo a los 27. Leía a Paz y a Sor Juana, y caí en garras de la fatalidad hoy llamada depresión. De las vueltas que di tratando de escapar de mí en playas, montañas, pueblos bicicleteros, vine a recalar en San Miguel Allende. Manuel me recibió y en unos días me instalé en Recreo (así se llama la calle), en un studio poca madre.

En la maleta me traje libros: el de Paz, Gioconda Belli, la Oxford Anthology of English Literature II, Florescano, William Golding, el México Profundo, José Carlos Becerra… y en la cálida bibliotequita del studio me hallé a Rimbaud, Madariaga, Mme. Blavatsky, García Márquez en los tiempos del cólera. Con eso me acompañé en ese viaje a la locura, sus momentos densos, aciagos como sangres rotas que te dicen por fuera y te dicen por dentro “¡Sí ya mátate cabrón!”

A veces la minuciosa revisión de Paz sobre la escritora mexicana, sobre todo los versos demarcados, fueron el flotador modelo Cortázar, el tronco en la superficie del más lúgubre mar. ¿Pero qué iba uno a asimilar de tal examen tan bien documentado? Muy poco. Por vicios de la facultad, esos ensayos inconclusos sobre Ted Hugues y La Espiga Amotinada, en medio de mi escandalera insistía en ensamblar los vínculos entre virreinas, naciones, obispos, política, nobles, filántropos, conventos y órdenes… y de todo ello sólo distinguía la Lengua, que dejaba de ser invasora y baturra para hacerse arte mexicano en verso, sello de una ingeniosa joven mujer del siglo XVII.

Hoy sabemos que desde muchacha la mayor aspiración de Juana era ser amada, y que la dejaran escribir y leer, releer. El amor se le vetó por pobre, por ser hija sin padre; de jovencita ingresará a la única opción aparte de la denigración o esclavitud: un convento. Sería amada siempre y cuando se dedicara a amar una abstracción. Así se gestó una de las facetas más portentosas de la joven mujer: amar (leer, música, artes y ciencias), ergo escribirlo. Y un día su obra llegó a codearse con los meros meros: Góngora, Calderón de la Barca, Quevedo.

 Caray, si hace 31 años uno hubiera tenido esta síntesis, la calma… en esos días y madrugadas no era así; empapado y desde lo más alto de la presilla El Obraje, a uno le daba por gritarle al universo una versión solfeada de la Juana mi musa más abstracta:

 

“Las fuentes mi voz socorran:

¡corran!

Mi eco las flores conduzcan:

¡luzcan!

Mi amor las plantas ofrezcan:

¡crezcan!

 

Y porque el favor merezcan

de Carlos, en glorias tantas,

aves,

        fuentes,

                      flores,

                                plantas,

¡trinen,

           corran,

                      luzcan,

                                 crezcan!”

 

Y ni el agua ni los mezquites ni estrellas ni dragones, hicieron lo que invoqué. Seguramente en la embriaguez desfiguraba su música, he de haber trastornado el ritmo, cambiaba el “Carlos” por mi apodo… momentos en que no sabes qué te importa más: ¿echarse a esas quietas aguas pero bien movidas por abajo? ¿O seguir la flotadera en el vacío porque así es la vida tras la muerte? Maldito Cioran…

Aún me gusta creer que el verso y vidas de Juana Inés, monja más bellamente desnuda que cualquier novicia de video porno, algo tuvieron que ver para que no le gritase a mi amiguita X’Tab: “¡Ven Ya Por Favor A Darle Descanso a este animal perdido!” También me gusta volver a un libro que, además de recordarme la limitada lectura que entonces le dediqué, hoy me permite disfrutarlo, releer con calma.

Octavio Paz está entre los grandes autores mexicanos del siglo XX. Entre movedizas arenas y el endeble hielo agrietándose, entre la barbaridad y maravillas del nuevo milenio, su palabra ensayística sigue fresca, vigente, acertada, una equilibrada y sensible visión de la realidad. Es lamentable que poco suenen o se lean sus poemas, siempre apolíneos, precisos, rigurosos, pero carentes del dionisiaco hechizo musical. Quizá no se entonan tan seguido como cierto verso de JEP, Neruda, Goytisolo, o Sabines en manos de borrachos.

Mientras el viento llueve como memorias errantes en la sierra guamáre, uno relee sobre la niña Juana Ramírez –después Juana Inés de Asbaje y desde su juventud Sor Juana Inés de la Cruz. Ayer y mañana uno concluye: esa mujer, para serlo en sentido íntegro tuvo más genio e inteligencia que huevos… salen sobrando ante la dimensión de su obra e ingenio. A pesar de la vulgar referencia no me retracto del concepto salen sobrando.

Esta noche sor Juana vestida sólo a mí me habla con su mirada. Con sus ritmos revivo: hoy desde los cerros sedientos su mojada voz de viento vino. De nuevo con la primera lluvia me canta su Primero Sueño en mis orejas y sexo, aun si soy otro de los hombres necios que acusamos a la mujer sin razón sin ver que somos la ocasión de lo mismo que culpamos…

Tú y yo ya sabemos que ella lo escribió en el agua, y con arte. Disculpa. Ten indulgencia con este exiliado, que esta lluviosa noche tres siglos después del paso de Juana Ramírez por este mundo absurdo, sólo quiere re-citar a la poeta nacida al pie de un volcán dormido.

 

“Tla ya timohuica,                                               Si ya te vas

Totlazo Zuapilli,                                                 nuestra amada Señora

maca ammo Tonantzin  no, madre nuestra,

titechmoilcahuiliz…”                                        Tú de nosotros te olvides…

 

La versificación en náhuatl (aun si fue musicalizado en prosodia y ritmo castellano modo villancico), la hizo Juana Inés a sus 27 años (1676); la versión en mexicano es de A. M. Garibay. Todo está en el ensayo de Paz. ¿Podemos entonar esta música en voz alta?:

 

 

 “¡Ha, ha, ha!

  ¡Monan vuchilá!

  ¡He, he, he,

   cambulé!

¡Gila coro,

  gulungú, gulungú,

  hu, hu, hu!

 ¡Menguiquilá

Ha, ha, ha!”

 

Pues ja ja já Inesita… me gustas más así ji ji ji, que cuando escribiste con miedo. Copa en mano brindo contigo, y la lluvia… vaya novias tengo.

• 

¿Y en todo esto qué tiene que ver Xamán Há? En este caso pura circunstancia. Por ahí del ’95, en Playa intenté releer Las trampas de la fe ya sin el peso de la fatalidad. Pero todo iba muy rápido, como cuando crees haber hallado el hilo negro; y “la lectura” fue más dispersa que la de San Miguel. Entonces ¿si andas bien te desconcentras de otras cosas?

Eso sí: era libre, siempre libre sólo por estar vivo, libre de leer, escribir, crear o aullar como se me diera la gana, libre. Y al respecto ya bien decía James Marshall Hendrix:

 

“si es que te parezco libre

 es porque siempre estoy corriendo”.

 

 

 

 

 

Casa del árbol SMA

junio 2019

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