Memorias del subdesarrollo, #13 | Mitos desdibujándose | Por Rodrigo De la Serna

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Mitos desdibujándose

La paz del jubilado. Cuando descubrieron “la ciudad más bonita de México”, les gustó mucho el tren; pasaba por el pueblo pite y pite, pintoresco. Y quisieron hacerse de su casita propia con el fruto de su jubilación. Se fueron y volvieron, viajaron una semana desde los Grandes Lagos al Bajío, incluso se trajeron al perro en su coche adorado –un Buick ’82. Cambiaban de vida para bien, el tipo de cambio siempre sería benéfico, y no padecerían más inviernos crueles. Al principio un par de veces tomaron el trenecito para irse a la capital, a Guadalajara inclusive. Very nice

Años más tarde desapareció el tren gracioso. Cuando reapareció lo vieron feo, sin vagones de pasajeros, pura carga en bruto.

Ya entrado el nuevo siglo, una mañana fueron a darse una vuelta en el Buick por sitios antes usuales, por donde pasaba el viejo tren; “cuán típicas las paradas en Bernal, en Querétaro, ¿te acuerdas querida?” Cuando pasaron por la estación más cerca de su pueblo, el decorativo cuadro que habían recreado en los últimos veintitantos años de su vida, se agrietó, se les cuarteaba viendo a miles de pobres trepados a lomos de un animal desastroso. Era su viejo tren, pite y pite, le llamaban la bestia. Y pasa cerca de su propiedad.

Fuerza de emprendedor. Llegó cuando aún era posible hacer negocio, ponerlo, tenerlo, desarrollarlo sin más presión que lo usual: bajas temporadas, nortes imprevistos, el moche al fiscal, a este, al otro. Pero tenía su encanto invertir en la Riviera Maya, estaba de moda, incluso sus parientes le aplaudieron el gran paso: abrir un restaurant de sushi en la zona más chic. El negocio se sostuvo, a duras penas llegó a su segundo año de vida pero llegó, ya era sostenible; pudo darse más tiempo de vida social, fue deshaciéndose del último desamor; ya era posible comenzar a disfrutar, con medida, la soltería asumida.

Tras el último huracán las cosas empezaron a cambiar. Primero la clientela: cada vez más gente apenas consumía un par de dólares, el brazalete cubría la verdadera fiesta, la que les da el hotel All-Inclusive. Luego, en la canícula de una temporada bajísima, un mediodía le cayeron un par de tipos, no se interesaron en el menú ni en el especial del día.

Le hicieron una oferta irresistible; sintió una quemante mezcla de tensión, coraje, miedo, impotencia, pero se controló, no echó a esa gentuza al modo lárgate de aquí. Pero desde ese mes comenzó ese otro pago, un derecho de piso más elevado que el moche a los fiscales, el de la luz, este o aquel sindicato, el nuevo en desarrollo urbano…

Un año después, una noche mataron a dos en el bar de la esquina. Se le amontonaron las heridas, la constante violencia, el sargazo ahogando la playa, el abusivo aumento en la renta, los nuevos que se presentaron a cobrar por protección. Se acordó de conocidos, amistades, gente que ya se había ido, su pareja, perdón, su último ex… Y en la madrugada, muy a su pesar esa tenaz mujer lo decidió: la vida está en otra parte.

Casa del árbol SMA

julio-sept 2019      

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