Los frutos de la unidad y la congruencia entre los hechos con las palabras ( instantes en la historia) | Por Primitivo Alonso Alcocer

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Ahí estaba la multitud reunida en el campo de aviación Morelos, en Payo Obispo, esperando el arribo del trimotor Ford no. 5 proveniente de la ciudad de Mérida, Yucatán. Había especial expectación porque la aeronave trasladaba al candidato del PNR a la Presidencia de la República general Lázaro Cárdenas del Rio, a la desfalleciente capital caribeña.

El político llegaba con una recortada comitiva donde se encontraban los gobernadores de Yucatán y Campeche, Lic. Cesar Alayola Barrera y Señor Romero Esquivel, respectivamente. Era una soleada mañana del día 19 de marzo de 1934 que hacía brillar las pancartas que ondeaban con consignas cívicas alusivas a la causa que los unía en ese momento: la reintegración de Quintana Roo, a su calidad de entidad federativa.

Como consecuencia de la desmembración del territorio federal entre los estados de Yucatán y Campeche llevada a efecto en el año de 1931, la modesta actividad económica sostenida con la explotación del chicle y la madera sobre todo, ya no favorecía a los habitantes del otrora enclave federal al destinarse las alcabalas y los impuestos de explotación forestal a las arcas de nuestros vecinos, además que se había cancelado el subsidio de setenta mil pesos anuales, aproximadamente, que también destinaba la tesorería federal para “ayudar” a la economía del joven territorio.

Payo Obispo (hoy Chetumal), capital del extinguido territorio federal que había quedado bajo la jurisdicción de Campeche, resentía el éxodo de muchos de sus habitantes a lugares más promisorios por la pérdida de empleo de los locales, la multiplicación del cierre de los pequeños negocios con que contaba la población, había más casas habitación en renta o semi abandonadas, y la gente trataba de vender frutas y legumbres que cosechaban en sus parcelas; los más depauperados vendían carbón o leña, además de ofrecer sus servicios para pintar algunas de las casas de estilo victoriano que se alzaban en las dos arterias principales como símbolos de las pingues ganancias que obtenían algunos concesionarios nacionales y extranjeros.

La joven capital se perfilaba para convertirse en un pueblo fantasma, a un ritmo acelerado, si las autoridades federales no devolvían al territorio a su anterior estatus jurídico inyectándole nuevos bríos a su alicaída economía; a ello le apostarían hablándole en plata al general misionero, aquella multitud de ¡recios quintanarroenses!

Todo sucedió vertiginosamente. El rugido de los tres motores del potente avión Ford No 5 estremeció el ambiente caldeado por las más disímbolas emociones. Después de efectuar los movimientos de rigor, el avión quedó quieto y al poco tiempo se abrió una puertecilla mientras descendía una pequeña escalera metálica hasta tocar el suelo.

La figura bien plantada del general Cárdenas se recortó mientras alzaba el sombrero saludando a la multitud emocionada que lo vitoreaba pidiendo el retorno de Quintana Roo a su calidad de territorio federal.

La Esfinge de Jiquilpan descendió de la aeronave y avanzó un trecho hasta detenerse para escuchar al poeta del báculo, Baltazar P González, que en representación de la población haría uso de la palabra dándole la bienvenida. Al finalizar el portavoz popular, Cárdenas le estrechó la mano mientras le decía: “FELICITOLO POR SU ENERGIA”.

El candidato caminó acompañado del grueso de la multitud hasta llegar al edificio principal de la Flotilla del Sur, situado frente al actual Palacio de Gobierno; ahí se informó a la población que el general Cárdenas en un momento volvería para trasmitir su mensaje.

Mientras el pueblo aguardaba impaciente, el Abanderado de la Revolución Mexicana tuvo un intercambio de impresiones con el Comité Pro Territorio y con algunas figuras fundamentales de la población para trasladarse inmediatamente después al enrejado frontal de madera del edificio acompañado de las figuras locales y del Señor Romero Esquivel, gobernador de Campeche, que percibió la primera señal de los tiempos que vendrían cuando Cárdenas le dice con cierto sarcasmo y en voz alta para que se escuchara en medio del griterío estridente: ¡SR GOBERNADOR, CONVENZA A ESTE PUEBLO DE SEGUIR SIENDO CAMPECHANOS!.

Enseguida tomó la palabra y el ambiente cambió con un silencio respetuoso; agradeció el magnífico recibimiento que le habían dispensado, y en un momento crucial de su intervención volvió a alzar la voz para enfatizar: ¡LES PROMETO SOLEMNEMENTE QUE UNA DE MIS PRIMERAS DISPOSICIONES AL TOMAR POSESION DE LA PRESIDENCIA DE LA REPUBLICA, SI EL VOTO DEL PUEBLO MEXICANO ME FAVORECE, SERÁ LA DE LLENAR LOS REQUISITOS CONSTITUCIONALES PARA ERIGIR NUEVAMENTE A QUINTANA ROO EN TERRITORIO FEDERAL!.

Aquella reunión se convirtió en un pandemónium. A los quince días de asumir la Presidencia de la República, el general Lázaro Cárdenas del Rio envía al Congreso Federal una iniciativa de ley para devolver al territorio a su anterior estatus jurídico que toda vez que fue analizada, aprobada y publicada, propició un apoyo federal sin precedente que se manifestó en toda la geografía territorial, poniendo énfasis en la capital, con obras de infraestructura, escuelas, parques, campos deportivos, centros culturales, malecones, edificios públicos, caminos de terracería, hospitales, cooperativas en todos los niveles que señala la ley, apoyos al campo y a la educación indígena, a la salud en el medio rural con Las Brigadas Sanitarias, en tanto se analizaban proyectos productivos además de sugerir al general Rafael E Melgar, como gobernador del renacido territorio federal, un político honesto y progresista que puso su mejor empeño para convertir a Quintana Roo en el Laboratorio Social de la Revolución Mexicana.

Cárdenas prometió como candidato y cumplió en tiempo y forma como gobernante. Era un estadista que sintonizaba los hechos con las palabras, que sabía cumplir lo que prometía, un visionario que supo calibrar los alcances que podía tener Quintana Roo, valorar la unidad de un pueblo en la defensa de su integridad territorial y actuar en consecuencia con honestidad republicana.

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